Torres, D. J. (2017). Vomitorium. México: Autogestión
…este texto está pensado para serle útil especialmente a las personas que pertenecen a mi contexto: europeo (más concretamente de la Península Ibérica), blanco, feminista, disidente, queer, anarquista, etc. ¿Cómo podría yo hablarle a otro contexto? ¿Con qué legitimidad? Una de las cosas más importantes que he aprendido viviendo en México por cuatro años es que no podemos seguir hablando por las personas que vienen de realidades radicalmente diferentes de las nuestras y en las que, además, el colonialismo y el racismo que han condicionado estas realidades con las que conviven a diario proviene precisamente de donde provenimos nosotrxs. (Torres:2017;16)
¿es hipócrita quien no es coherente? ¿O sólo expone sus contradicciones? Para mí hay una diferencia básica: la persona hipócrita tiene un interés personal, es aprovechada, se beneficia de estar entre dos aguas opuestas tomando de una lado y del otro y no genera beneficios a ninguna de las dos partes. No sé si me explico. Además lxs hipócritas hacen las cosas a escondidas, no revelan lo que están haciendo nu a uno ni a otro lado, no porque les dé vergüenza sino como estrategia. (Torres:2017;24)
Los actos hipócritas están carentes de ética, los actos incoherentes la gran mayoría de las veces responden a necesidades o carencias y no tienen nada que ver con la moral de la persona sino con su posibilidad real de reflejar las ideas en prácticas. (Torres:2017;24)
sí: he sido y posiblemente seguiré siendo una bruta básica esencialista, y es que estoy atada a la esencia de las cosas pues es lo que mejor sé comprender; sus disfraces, sus ornamentos, sus derivados, me importan una mierda. Otra es que el
lenguaje, cuando queremos que funcione como arma o como herramienta, se dispone para que nos entendamos y no para divagar; ha de ser práctico y ha de significar lo que dice; se me hace el único modo de que funcione en situaciones de conflicto social, bélicas. Si alguien quiere usarlo como juguete para masturbaciones académicas o para hacer haikus está todo bien (esto último yo también lo hago) pero para mí esa no es su utilidad en esta guerra. Igual que podemos jugar con tantas cosas, el lenguaje no es una menos, pero siento que nos falta un poco ubicarnos en dónde estamos, para quiénes hablamos y a quiénes decidimos escuchar. Mi sincera opinión sobre el lenguaje académico es que sólo sirve para que algunxs precarixs vivan de becas y así puedan realizar sus activismos, para succionar recursos del Estado y las instituciones y para que ciertas personas acumulen poder y atención.
No considero las eyaculaciones de esas pajas útiles para las luchas de base en las que sí es absolutamente necesario definir quién está de tu lado (aliadxs), quién está en el mundo para causar tu destrucción (enemigxs) y a quién le importa una mierda si existes o no (posibles aliadxs o enemigxs). No existen medias tintas en la contienda. (Torres:2017;28)
Para mí hay una diferencia muy grande entre un juguete para intelectuales y un arma para guerrillerxs (esto segundo es la palabra para mí) y estoy convencida que con lo primero no se ganan batallas que trasciendan el papel y que signifiquen en la realidad. (Torres:2017;28)
Yo durante un tiempo hice tantas performances en la modalidad de «fiesta solidaria con» que acabé hasta el coño de llegar a casa destruida por haberlo dado todo en escena y no tener nada en la nevera para comer o una miserable cerveza fría para antes de dormir y descansar, o peor, que me hubieran cortado algún suministro. Creo que quedé muy traumada tras una vez en la que, después de performar para apoyar al 4F en Can Víes, llegué a casa hecha unos zorros pues el lugar no tenía duchas con agua caliente y era invierno. Estaba ensangrentada de pies a cabeza (con heridas que me había hecho pues eran parte del show), toda embadurnada de miel que había usado para la perfo y demás basuras que se me habían pegado. Parecía un zombi recién salido de un pantano. Me metí en la ducha, abrí el grifo y ¡no había agua! Nos la habían cortado el día anterior. Estaba sola en casa y sólo se me ocurrió desinfectarme los cortes y agujazos con un vodka que teníamos por ahí y tirarme en el suelo con unas mantas a tratar de descansar (no me iba a meter a la cama así). Pero no pude descansar una mierda, sólo pude llorar y llorar. Fue la primera vez que pensé que en nuestras estrategias de apoyo mutuo algo quedaba definitivamente mal. (Torres:2017;140)
¿Cómo iba a decir que quería cobrar en una fiesta solidaria? Entonces se me hacía algo muy feo, pero la verdad es que ahora siento que es lo justo. Y no sólo cobrar yo como artista, sino que cada una de las personas que ponen su tiempo, cariño y esfuerzo (cocinerxs, camarerxs, técnicxs, diseñadorxs de carteles, repartidorxs de publicidad, equipo de limpieza, etc.) deberían llevarse algo aunque fuera sólo de un modo simbólico.
Cuando organizamos un evento autogestionado para recaudar fondos, lo corriente es presupuestar todos los gastos que el evento generará (compra de bebidas y comida, alquiler de equipos y/o espacios, etc.), las cosas materiales. Pero generalmente a nadie se le ocurre presupuestar también las cosas humanas, que por otro lado, no es que seamos de éter, también somos algo «material», que come, bebe, duerme bajo techo, que tiene frío, que necesita inversión. (Torres:2017;141)
Adoro el modelo del Forte Prenestino, una okupa histórica de Roma. Ahí no sólo todas las personas que hacen cosas tienen su salario sino que también tienen sus contratos de trabajo. Supongo que es porque no les dio alergia hablar de dinero y de las condiciones laborales más justas para todxs (y bueno, también porque llevan treinta años en el mismo lugar). Eso es autogestión en todo su significado. Para mí, muchos espacios o colectivos de mi contexto más que de autogestión parecen de autodestrucción. No es autogestión si no nos podemos cuidar, si no podemos garantizar que todas las personas que participan del proyecto lo están haciendo de un modo saludable para sus cuerpos y sus bolsillos. (Torres:2017;141)