Xirau, Ramón. Introducción a la historia de la filosofía

Intuir significa tener la idea inmediata de  un  objeto.  Existen in­tuiciones  sensibles,  de  color,  sonidos,  olor;  existen  intuicionesemocionales, intuiciones estéticas o intuiciones místicas. Ningu­na  de  ellas  entra  en  la  definición  de  Descartes.  “Entiendo  por intuición -escribe D escartes- no el testimonio cambiante de los
sentidos ni el juicio engañoso de una imaginación que componemal  su  objeto,  sino  la concepción  de  un  espíritu  puro  y  atento, concepción tan fácil y distinta que no permite ninguna duda acer­ca de lo que comprendemos.” (pag 22o)

 La importancia de la intuición reside, así, en el hecho de que mediante  ella  podemos  llegar  a  estos  últimos  elementos  de  la conciencia,  las ideas innatas.  La intuición viene a hacemos pre­sentes  las  verdades  que  estaban  escondidas  en  el  espíritu.  Gra­cias a ella podemos operar una suerte de mayéutica comparable
a la que describía Sócrates. Y  si queremos conectar la intuición cartesiana con el  objeto que  nos  proponían las  reglas  del  méto­do podemos afirmar que este conocimiento de las ideas  innatas es. también, el conocimiento de ideas claras y distintas. (pag 220)

Si  la  intuición  es  un  acto  inmediato  del  conocimiento  la  de­ducción implica, en cambio, razonamiento, este ir “como por gra­dos” de que nos hablaba la tercera regla del método. (pag 220)

 En otras palabras: una vez  que.  mediante  la  intuición,  hemos  podido  establecer  algu­nas verdades absolutas podemos pasar de estas verdades primeras a sus consecuencias  mediante  largas cadenas de  razonamientos. Así para volver al ejemplo de las matemáticas, si tomamos un li­bro  de  geometría,  podremos  ver que el  libro  se  inicia  mediante una  serie  de  postulados,  definiciones  y  axiomas  que  Descartes calificaría de intuitivos o inmediatos. (pag 221)

 Esto no quiere decir
que  todos  los  empiristas  ingleses  coincidan en  todos  sus  pensa­
mientos. De hecho solamente coinciden todos en una sola idea:  la
negación del innatismo y la afirmación de que todo el conocimien­
to procede-daja experiencia.  Su interpretación de la experiencia
varía.  En  el  caso  de  Francis  Bacon.  1 a  ex periencia-couducirá  a
una filosofía-de la-ciencia y a ú na filosofía de la felicidad  huma­
na mediante el empleo de la técnica (pag 246)

 Bacon.
El  ídolo  de  la caverna  se  refiere  a  la  tendencia que  tenemos todos a pensar que poseemos la verdad no porque lo que pensa­mos sea verdadero, sino por el mero y simple hecho de que noso­tros lo pensamos. Es, si se quiere, la falsa idólización del propio yo, mediante un egoísmo que nos lleva a deformar todas las pers­pectivas.  En estos términos expresa Bacon el ídolo del egoísmo individual:
Los ídolos de la caverna son los ídolos del hombre individual.  Por­que cada uno (además de los errores comunes a la naturaleza huma­na en general) tiene una caverna o madriguera que le es propia, que refracta  o  decolora  la  luz  de  la  naturaleza  debido  ya  a  su  propia naturaleza peculiar y  a su  educación  y conversaciones  con los de­más, ya a la lectura de libros, ya a la autoridad de aquellos a quienes estima y admira. (pag 249)

Encerrados en nuestra propia madriguera pensamos que nues­tras ideas constituyen la verdad sin analizar a fondo el origen de nuestros pensamientos. Muy semejante a lo que Descartes llama­ba prevención  o prejuicio, el  ídolo de la caverna tiende a hacer­nos pensar que somos la medida de todas las cosas. El egoísmo nos domina y el error nos desvía. (pag 249)

“Por fin  existen  ídolos que han  inmigrado en el  espíritu  hu­mano a partir de los varios dogmas o filosofías,  y forman tam­bién falsas leyes de demostración.”62 Tal es el ídolo del teatro o de  las  teorías.  Por  una  tendencia  natural  a  la  abstracción,  el
espíritu  tiende a formular teorías  abstractas sin bases suficien­tes en la experiencia.  Estas teorías vienen, a la vez de la inmo­destia y de la carencia de experiencia.  Los sistemas filosóficos son falsos porque se edifican sobre un mínimo de hechos y acaban  por desarrollar pensamientos inverificables, castillos fundados en las nubes.» (pag 250)

 le lleva a hacer una serie de recomendaciones para quien quiera observar la naturaleza re­duciendo a un mínimo el margen de error en la observación mis­ma.  Recomienda,  por ejemplo, la variación de la experiencia, la repetición  de  la  misma,  la supresión  de algún fenómeno  dentro del fenómeno observado para ver cuál de los elementos del fenó­meno es el que corresponde a la indagación del hombre de cien­cia. (pag 252)

Resumamos la actitud de Francis Bacon. En forma metafórica lo hace el propio filósofo en la primera parte del Novum organum:
Los  que  se  han  ocupado  de  las  ciencias  han  sido  ya  hombres  de experimentación,  ya  hombres  de  dogma.  Los  hombres  de  experi­mentación son como las hormigas; solamente acumulan y usan. Los especulativos  se parecen a las arañas que  tejen telas  con su propia sustancia. Pero la abeja toma un curso intermedio. Recoge su mate­rial de las flores del jardín y del campo, pero lo digiere por un poder que  le es propio.  No es  diferente a ésta la verdadera ocupación de
la filosofía,  porque  no confía solamente  ni  principalmente  en  los poderes del espíritu,  ni toma el material que recoge de la historia natural y de los experimentos mecánicos, sino que lo coloca en el entendimiento ya modificado y digerido. Así, pues, mucho se pue­de  esperar de  un  pacto  más  estrecho  y  más  puro  entre  estas  dos facultades, la experimental y racional (cosa que nunca se ha hecho
hasta ahora). (pag 256)

Si  la  intuición  es  la  presentación  inmediata  de  una  idea  en nuestra conciencia, tanto el espacio como el tiempo son intuicio­nes.  En todas nuestras sensaciones, en todas nuestras ideas están presentes  el  espacio,  el  tiempo o.  en  la mayoría de los casos,  el espacio  y  el  tiempo.  Como  presencias  constantes  dentro  de  la conciencia,  el  espacio  y  el  tiempo,  son  intuiciones.  Queda  por mostrar que son, ambas,  intuiciones a priori. (pag 307)

Empecemos  por la  intuición  de  espacio. Ya  hemos  visto  que una idea será a priori cuando sea universal y necesaria. Es indu­dable que no podemos concebir objetos sin concebirlos en el es­pacio.  Podemos, por otra parte, concebir un  espacio puro,  vacío
por  así  decirlo,  sin  que  contenga  ningún  objeto.  Si  aceptamos esta idea de  Kant, resulta de ella que el espacio es una intuición a priori. Y  lo  es,  porque sin ella  sería imposible concebir los objetos. (pag 308)

Decir que  existen  intuiciones  a priori  para  nuestra  sensibili­dad es afirmar que todas nuestras sensaciones dependen, en últi­ma instancia, de las nociones de espacio y de tiempo. (pag 308)

Hegel concibe el  espíritu  m m a u m  síntesis  del  alma v  de  la conciencia y una realización más alta de ambas no ya en las posi­bilidades de reflexión,  sino en la realidad de la misma:  en la in­tuición,  el  recuerdo,  la imaginación y,  en  última instancia, en el espíritu libre (pag 342)

Se ha acusado muchas veces a Bergson de irracionalismo por­que su filosofía se basa en la intuición. Esta actitud deriva de dos confusiones.  La primera reside en creer que Bergson menospre­cia a las ciencias;  la segunda en pensar que su intuición es mera­mente emocional, vaga y subjetiva. (pag 414)

En La evolución creadora, Bergson establece una clara distin­ción entre el instinto y la inteligencia. El primero está cerca de la vida y es el  acto mismo de vivir según  las leyes naturales; la se­gunda  es  formal,  abstracta  y  distante.  El  instinto  está cerca  del objeto, pero carece de la distancia suficiente para poder enfocar­lo con precisión y entenderlo a fondo. A causa de su formalismo, la inteligencia  no  puede  ya  ver  la  realidad,  que  deja  de  ser  para ella  cuestión  de  vida.  Hagamos  la  hipótesis  de  un  hombre  que fuera todo  instinto.  Frente  a las frutas de una naturaleza muerta
de Cézanne este hombre hipotético se lanzaría a comérselas. Supongamos ahora a un hombre que fuera sólo inteligencia. Dejaría de  ver las  frutas,  dejaría  de  percibir sus  aromas  y  sus  armonías plásticas. Podría, a lo sumo, reducir el cuadro de Cézanne a series de líneas y a formulaciones algebraicas sobre estas líneas. Ahora
bien,  quien  de  verdad  contempla  un  cuadro  de  Cézanne,  ni  lo apetece ni lo mide.  Podría decirse que,  al mismo tiempo,  lo pal­pa,  lo  siente,  lo  vive y  lo entiende.  Si  en  este caso  hipotético el hombre  tuviera  la  facultad  que  llamamos  gusto,  sabría  vivir  y contemplar el cuadro al  mismo tiempo. Sería capaz, en otras pa­labras. de hacer uso de la inmediatez del instinto y de la distancia de  la  inteligencia.  Esta  inteligencia  intuitiva,  esta  intuición  he­cha inteligencia es lo que Bergson llama intuición. Gracias a ella a no estamos dentro del acto sin verlo -com o en el instinto- ni o ciframos tan sólo por fuera como en la pura inteligencia. Ahora
podemos  cifrarlo  por  dentro,  entenderlo  con  distancia  sin  dejar de compenetrarnos  del  objeto  de  nuestra contemplación.  Por el instinto puro vivimos; por la inteligencia pura estudiamos las cien­cias; por la intuición llegamos al corazón de la realidad de la me­tafísica,  una  metafísica  que  en  Bergson  empieza  por  ser,  si  se permite la palabra, metapsicología, es decir, estudio de las condi­ciones de posibilidad de la vida espiritual. (pag 415)

 La evolución creadora fue el libro que  más fam a dio a Bergson. Venía a llenar una
necesidad:  explicar  la  evolución  de  las  especies  en  forma  espiritualista  y rechazar  las interpretaciones maierialistas y positivistas. Al pasar de los años, el libro ha perdido cier­to interés en sus aspectos científicos. A nuestro parecer la teoría de la evolución de Pierrc Tcilhard de Chardin es mucho más precisa y exacta que la de Bergson. En muchos aspec­tos, por lo demás,  la precisa y  la afirma. Vea el lector en  las páginas finales de este  libro nuestra presentación del pensamiento teilhardiano. De La evolución creadora quedan, sin embargo, las páginas  memorables expuestas más arriba, donde Bergson traza las distin­ciones precisas entre instinto, inteligencia c intuición. Quedan también las páginas acerca
de  las  ideas  del  desorden  y  de  la  nada,  que  no  podemos  exponer  aquí sin  extender  en exceso las líneas generales de esta presentación. (pag 422)

La  forma  husserliana  del  conocimiento  es  la  intuición.  Existen intuiciones sensibles, datos de la experiencia sensorial de los cuales se ocupan las ciencias de los hechos:  física, química, botánica o psicología.  Pero  existe  también  una  intuición  esencial  que es la intuición propia y, ante todo, intuición de esencias (pag 430)

Lo que se da, se ve; las esencias se intuyen; y lo que se da, lo que se intuye, se describe. De ahí que sea justo decir que para el fenomenólogo, la actitud filosófica es la del pu­ro contemplador, un contemplador que describe lo que ve. (pag 431)

 intuicionismo:  sostiene  que  el  conocimiento  es  inmedia­to  ya sea en  su  totalidad, ya sea parcialmente. Verdad de la  intuición  sensible  en  Epicuro;  verdad  de  la  intuición emocional en los románticos (Rousseau); verdad de la in­tuición  racional  (axiomas  de  las  matemáticas,  axiomas filosóficos  e intuición  en cada uno  de  los  pasos  deducti­vos en Descartes).  En la filosofía de Bergson la intuición
es  simpatía con  el  absoluto,  es  decir,  un  instinto  guiado por la inteligencia o una inteligencia con la viveza inme­diata del instinto. (pag 517)

A  posteriori:  (lat.  después  de)  ideas  que  provienen  de  la  expe­
riencia y dependen de ella (c f  Kant). (pag 525)

Experiencia:  (lat.  experior,  intentar)  datos  de  los  sentidos, con­
junto  de  las  observaciones  realizadas  a partir de  estos  datos. (pag 532)

Intuición:  (lat.  intueor,  ver)  conocimiento,  ya  sea  sensible,  ya emocional, ya intelectual, siempre inmediato de un objeto (cf. Descartes,  Kant, Bergson). (pag 537)

Sabiduría:  Suele considerarse como un conocimiento práctico y
una actitud humana total que implica las cualidades de virtud,
prudencia, equilibrio, serenidad y visión armoniosa de las co­
sas y de la vida. Podría, tal vez sin metáfora, llamarse el senti­
do común del hombre superior. (pag 542)