Con la Segunda Guerra Mundial y la destrucción de Europa por el nazismo y sus vencedores, las vanguardias del «arte moderno» completaron su ciclo de vida. El nervio «revolucionario» que las llevó a sus aventuras admirables se había secado junto con el fracaso del comunismo y el fin de toda una primera «época de actualidad de la revolución». La industria cultural, es decir, la gestión capitalista de las nuevas técnicas artísticas y el nuevo tipo de artistas y públicos, ha sabido también integrar en su funcionamiento muchos elementos que fueron propios del arte de esas vanguardias y hacer incluso del «arte de la ruptura» un arte que retorna a su oficio consagrado en la modernidad «realmente existente», a la academia restaurada como «academia de la «no academia», regentada por «críticos de arte», galerías y mecenas. (23)
es interesante advertir que el giro vanguardista de hace cien años, que recondujo al arte al ámbito desquiciante de la existencia festiva, no ha podido ser anulado y que hoy en día una extendida «estilización salvaje» de la vida cotidiana, practicada por artistas y público improvisados, ajenos al mundo de las «Bellas Artes de Festival», parece indicar que, pese a todo, no todo está perdido (24)