Le Bot, I. (1997) El sueño zapatista. Paris: Le Seuil.
Gracias, finalmente, a Marcos por haber aceptado el desafío que le propuse. A
él, al comandante Tacho y al mayor Moisés, deseo expresarles mi gratitud por el
recibimiento y la confianza de que fuimos objeto Maurice Najman y yo cuando
pasamos algún tiempo en el pueblo de La Realidad, su cuartel general. Por demás
está decir que mis afirmaciones y mis análisis no los comprometen en nada. Mis
puntos de vista tampoco coinciden en todo con lo que ellos expresan aquí. (pag 3)
El zapatismo aporta más preguntas que respuestas, sin duda. Ésa es una limitación suya, pero en ello también radica su interés y su originalidad.
Si este libro puede contribuir a la comprensión del zapatismo por aquellos que no son zapatistas, e incluso por los zapatistas mismos, como desea Marcos; si abre alguna perspectiva o suscita un esbozo de respuesta, por modesta que sea esa contribución, habrá cumplido su propósito. (pag 4)
La mayoría de los mexicanos, así como la opinión pública internacional, han descubierto una imagen totalmente distinta del país de la que el poder se había esforzado por dar durante los últimos años. Incluso las autoridades, que habían recibido información acerca de los preparativos del levantamiento, fueron incapaces de imaginar -y no sólo ellas- que los indígenas pudieran, en los albores del siglo XXI, lograr imprimirle esta fuerza, estaamplitud y estos alcances.
El premio Nobel de literatura Octavio Paz expresó con más amplitud de miras la
opinión de aquellos que no querían ver en el movimiento zapatista más que el
levantamiento de algunas comunidades tradicionales, retrasadas, manipulables y
manipuladas por guerrilleros anacrónicos, ideólogos y fuerzas interesadas en hundir a México en la violencia y en hacer fracasar su entrada en el Gran Mercado, en la democracia y la modernidad. (pag 5)
Pero ¿quién es este Marcos que ha dado voz a los olvidados, a los excluidos, y
se presenta como la cabeza de una guerra que busca el reconocimiento, el fin del
desprecio, y no aquel que fue tradicionalmente el objetivo fundamental de las guerrillas latinoamericanas: la toma del poder? (pag 6)
Una de las historias que cuentan al respecto los indígenas de Chiapas dice que un extranjero (un gringo), integrado en una comunidad maya, tomó esposa y tuvo de ella dos gemelos antes de regresar a su país. La madre murió poco después. El padre también, pero dejó a sus hijos una herencia suficiente para cumplir su voluntad de que se les educara en un colegio en Suiza. Cuando cumplieron los seis años, un mensajero vino a llevárselos para ese país lejano. Años más tarde uno de los gemelos murió y el otro regresó al pueblo, cuya lengua hablaba todavía, donde la gente lo reconoció como uno de los suyos. (pag 6)
Los servicios de inteligencia y los medios de información proveyeron a Marcos
de identidades más conformes con sus propios fantasmas: antiguo combatiente de las guerrillas centroamericanas; sacerdote -jesuita o secular-, periodista, abogado, antropólogo, médico o economista; hijo de un empresario; hijo de Rosario Ibarra; militante del opositor Partido de la Revolución Democrática; hijo ilegítimo de un secretario de Gobernación… Hasta que en un mensaje televisado el presidente Zedillo, creyendo que podía destruir el mito, develó la «verdadera» identidad de Marcos: un tal Rafael Sebastián Guillén Vicente, nacido en 1957 en Tampico, en el seno de una familia muy católica de comerciantes de muebles que, en palabras de sus vecinos, «pertenece a la sociedad, pero no la muy alta» de este puerto ubicado en el centro de un complejo petrolero del noreste del país. Alumno de jesuitas durante la secundaria – excelente estudiante y buen camarada, dicen los que aceptaron hablar con los periodistas-, Rafael Guillén habría actuado en una puesta en escena de Esperando a Codot y realizado algunos trabajos de cine, nada extraño para alguien de medio. Como estudiante de filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México redactó, en 1980, un ensayo teñido de un marxismo estructuralista bastante estereotipado. Al igual que en miles de tesis finales de la época en universidades latinoamericanas, se percibe la influencia de Althusser y de Poulantzas, espolvoreada con algo de Foucault. Rafael Guillén habría enseñado más tarde en otra universidad de la capital, la
Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). (pag 6)
Son pocos los mexicanos que dudan de esa versión. Marcos, por su parte, se divierte: «No suena mal, el puerto es bonito», dice de esa ciudad que Mac Odan
celebró por sus cantinas. En las siguientes entrevistas lo desmiente, él no es Rafael
Guillén. O quizá haya que entender que ya no lo es, que Marcos nació del sueño de
los zapatistas y por lo tanto les pertenece. (pag 7)
Rafael Guillén, o quienquiera que sea, ya no es el estudiante postsesentaiochero de antes, amante de los libros, de las discusiones literarias y filosóficas, trotamundos, residente en París durante algunos meses. Abandonó todo eso, dejando atrás «los muertos necesarios para entender que había que irse para regresar de otra forma, ya ‘sin rostro, ya sin nombre, ya sin pasado, pero otra vez por esos muertos». De ese pasado, sus palabras, sus gestos, conservaron una fuerza exuberante, una sensibilidad y un humor que mal ocultan su sorda angustia. (pag 7)
Aunque en un principio el pasamontañas tenía una función exclusivamente
utilitaria, adquirió luego la de máscara para ocultar la identidad personal y crear una
imagen con la que los olvidados, y con ellos todos los mexicanos ávidos de justicia,
pudieran identificarse, sin importar sus diferencias. «Cualquier mexicano puede
enfundarse un pasamontañas de éstos y ser Marcos, volverse quien yo soy.»
El pasamontañas es un espejo para que los mexicanos («tomen un espejo y
mírense») se descubran, para salir de la mentira y el miedo que los enajenan. Un espejo que llama al país a interrogarse a sí mismo sobre su porvenir, a reconstruirse, a reinventarse. (pag 7)
Cargados de todos los dogmas y los lugares comunes de los
revolucionarios latinoamericanos de las décadas anteriores, se esforzaron, como ya
otros lo habían hecho, por introducidos en la cabeza de los indígenas. «Tu palabra es
dura», les replicaban éstos asegurando que nada entendían de esa jerga indigesta…,
hasta que Marcos se decidió a escuchados a ellos, con sus propias palabras, dichas y
no dichas, sus silencios (pag 7)
Marcos, sin embargo, nunca ha tratado de volverse indígena. Su carisma, la
confianza que ha adquirido en el seno de las comunidades indígenas se deben en
parte a la respetuosa distancia que ha sabido conservar. Sólo así puede funcionar
como una ventana, un puente entre ambos mundos. (pag 7)
En esta guerra posterior a la caída del muro de Berlín, en la que los símbolos
importan más que las armas, en la que la comunicación importa más que la
correlación de fuerzas, Marcos, además de jefe militar, es el intérprete, el portavoz de
los indígenas levantados en armas, el inventor de una palabra político-poética
irreductible para las estrategias de dominación, inaprehensible para el aparato del poder. (pag 8)
la aportación de Marcos ha consistido en haberse dejado impregnar por la experiencia y el imaginario de los indígenas, en haber encontrado las palabras para transmitidos, en haber hecho polvo, golpeando justo en el centro, todos los falsos lenguajes: los de las guerrillas marxista-leninistas, que antes eran los suyos y que ahora enarbola el Ejército Popular Revolucionario (EPR) -surgido en 1996 en diversas regiones del país-, en una versión muy empobrecida; el de la Revolución Mexicana institucionalizada y sus estereotipos indigenistas: ora arcaicos y sumisos, ora glorificados y transformados en piezas de museo o mero folklore. Pero también el lenguaje forzado y convencional que los propios indígenas emplean para expresarse en la lengua dominante, incluidas sus variantes indigenistas, progresistas o revolucionarias. (pag 8)
Si la insurrección zapatista tuvo desde un principio tanto eco en todo el mundo, se debe sin duda a que rehusó ser tratada como un problema solamente local, regional o minoritario, al lanzar de golpe, y de manera espectacular, los cuestionamientos políticos e intelectuales que hoy son fundamentales en todas las sociedades. (pag 8)
Pero la guerra propiamente dicha no duró más que algunos días, del 1 al 12 de enero de 1994. Desde entonces los zapatistas, muy lejos de contemplar la toma del poder como objetivo de su lucha armada, buscan vías para la invención de una democracia abierta a la participación de los actores sociales, que tome en cuenta las exigencias éticas y las afirmaciones de identidad. Se mantienen armados, recurren a la negociación, a las alianzas, a los medios de comunicación modernos en una estrategia de no violencia armada en cuyo centro aparece Marcos como la figura inversa del «guerrillero heroico» encarnada por el Che Guevara (pag 8)
Marcos y los suyos no se hacen demasiadas ilusiones, saben bien que su alzamiento se enfrenta a toda la realidad cínica y brutal de la política mexicana y corren el riesgo de ser arrastrados por ella. (pag 9)
No puede comprenderse el movimiento zapatista, su especificidad, su originalidad, si en el centro del análisis no ‘se pone a su actor central: el indígena; si se supone, equivocadamente, que los indígenas son sólo marionetas movidas por una organización político-militar ajena a las comunidades, por la Iglesia o un sector de ella, por fuerzas políticas interesadas en frenar la modernización del país y su ingreso en el gran mercado, o por un Marcos que ocultaría su verdadero juego detrás de un
lenguaje poético-político con el que manipularía los símbolos, y que no sería más que
una versión posmoderna del caudillo latinoamericano definido por su ambición de
poder.
La naturaleza y el sentido del zapatismo provienen de un actor social y cultural
(étnico) que se lanza a un levantamiento armado proyectándose en la escena política.
Agotada toda otra vía para hacer escuchar sus aspiraciones y sus demandas, forma
un movimiento armado y busca construir un movimiento político civil cuyo propósito no es la toma del poder. (pag 9)
Articula experiencias de comunidades heterogéneas, divididas y abiertas; la democracia nacional y el proyecto de una sociedad de sujetos, individuales y colectivos, que se reconozcan y puedan respetarse en su diversidad; lucha por un mundo donde quepan muchos mundos, un mundo que sea uno y diverso. El actor zapatista es étnico, nacional y universal. Se quiere mexicano pero sin dejar de ser indígena, quiere un México donde pueda ser reconocido y escuchado. (pag 9)
«Marcos afirma que lo que le da su dimensión universal al zapatismo es precisamente el contenido indígena que lo lleva a elaborar un lenguaje simbólico particular para proyectado en la escena internacional.» (pag 10)
El momento decisivo en la génesis del zapatismo es aquel en que los guerrilleros descubren que su discurso revolucionario, universalista, no les dice nada a los indígenas, no despierta en ellos ningún eco, puesto que usurpa su aspiración universal. La conversión que los guerrilleros operan entonces en sí mismos al escuchar al Otro es el inicio de una recomposición del pensamiento y la acción colectivos en la perspectiva de una política del reconocimiento. (pag 10)
Hoy, la figura más acabada de lo universal no es la del ciudadano que se defiende de la globalización intentando suturar las fisuras del Estado-Nación, sino la
del actor que combina la lucha contra las fuerzas de dominación con la afirmación de
una identidad individual y colectiva y con el reconocimiento del Otro. El zapatismo es portador de una triple exigencia -política, ética y de afirmación del sujeto- que resume en su fórmula predilecta: democracia, justicia, libertad, y más aún: dignidad. (pag 10)
Marcos se burla de las interpretaciones de su propia imagen en términos de
influencia religiosa: «¿Que si me llamo Marcos por San Marcos el Evangelista? ¡Dios
me libre!, no. El último servicio religioso en el que estuve fue cuando hice mi primera
comunión. Tenía ocho años. No he estudiado ni para padre, ni para papa, ni para nuncio apostólico. No soy catequista, ni párroco ni nada…»
Marcos combate el pathos religioso mediante el humor. Sus múltiples evocaciones de la muerte y su alusión al sacrificio de la propia vida están lejos de cualquier martirologio. No se interesa por su mutación en figura crística a la manera del Che Guevara. (pag 23)
Desde sus orígenes, dice Marcos, el zapatismo se rehusó a recurrir a una justicia
expeditiva, a ajusticiamientos, «recuperaciones» y secuestros, practicadas a men.udo
en gran escala por otras guerrillas latinoamericanas y mexicanas. Los precursores y
los fundadores del EZLN compartían con esos movimientos una cultura y prácticas políticas leninistas, autoritarias, militaristas y antidemocráticas. El sector de extracción urbana, así como los indígenas politizados del grupo original del EZLN, estaban impregnados de concepciones y comportamientos que, sin desaparecer del todo, pasaron a un segundo plano conforme ese grupo perdía peso en el seno del movimiento. (pag 32)
La figura de Emiliano Zapata posee una resonancia, un peso y una presencia mayores para los mexicanos, para los campesinos indígenas, incluso para los mayas, que siempre, tanto en la época prehispánica como durante la Colonia y la Revolución, han permanecido en la periferia de la sociedad mexicana.
El modelo insurgente a la mexicana y la base comunitaria indígena llevaron a
Zapata más allá del vanguardismo leninista o guevarista. La referencia central es la de Votán-Zapata, sincretismo de dos figuras tutelares que tienen en común la defensa de las tierras de las comunidades. Votán, personaje legendario que según el historiador Antonio García de León desempeña esa función en las creencias de algunos grupos indígenas de Chiapas, encarna en Zapata, héroe de la Revolución Mexicana que regresa con un proyecto político nacional, sin desear, tampoco esta vez, hacerse con el poder. El resultado es esta nueva -y frágil- alianza: el zapatismo. (pag 32)
El movimiento zapatista no es la continuación ni el resurgimiento de las antiguas
guerrillas. Por el contrario, nace de su fracaso, y no sólo de la derrota del movimiento
revolucionario en América Latina y en otras partes, sino también de un fracaso más
íntimo, el del. propio proyecto zapatista tal como lo habían concebido e iniciado, a principios .de los ochenta, los pioneros del EZLN, un puñado de indígenas y mestizos. Una «derrota» infligida no por el enemigo, sino por el encuentro de esos guerrilleros con las comunidades indígenas. Lejos de convertir a éstas a la lógica de la organización político-militar, el contacto produjo un choque cultural que desembocó en una inversión de las jerarquías; así, los miembros de la antigua vanguardia guerrillera que sobrevivieron y se quedaron en la selva se transformaron en servidores de una dinámica de sublevación indígena. El segundo zapatismo, el que sale a la luz el 1 de enero de 1994, nace de ese fracaso. (pag 33)
¿Cómo cambiar la política sin tomar el poder? La voluntad de conciliar radicalismo y apertura conduce con frecuencia a los zapatistas a adoptar posturas
políticas titubeantes y confusas. Su originalidad y su capacidad de invención, sin embargo, derivan de estas tensiones. Las tentativas reformistas o revolucionarias a menudo han zozobrado en el mimetismo, la cooptación o la edificación de poderes más monstruosos que aquellos que pretendían remplazar. Octavio Paz, quien, entre otros, pide a los zapatistas «entrar en el juego» («Si Marcos y sus partidarios, en Chiapas y en el país, quieren sobrevivir como un fuerza política, deben convertirse en un nuevo partido político o asociarse con uno de los ya existentes»), sabe mejor que nadie que los avances de la democracia y la emergencia del sujeto siempre son preparados por disidentes. También es capaz de comprender las reticencias de Marcos a comprometerse en un terreno que en México, particularmente, está viciado y minado. Pero es igualmente cierto que la tentación de la pureza puede conducir a la impotencia y alimentar utopías mortíferas y suicidas. (pag 35)
«El zapatismo se pretende como un movimiento que actúa desde el exterior sobre
los componentes del sistema político y promueve un diálogo sin más restricciones que las decididas por los interlocutores mismos: «Respetamos a los que nos respetan. No abrimos la puerta a los que nos desprecian.»» (pag 38)
«Nosotros somos ustedes.» ¿Pero si enfrente no hubiese nadie? ¿Si la tribuna estuviera vacía, si esa «sociedad civil» tan invocada, tan llena de sentido, fuera
también inaprehensible, tan difícilmente representable como la bruma que recubre las montañas chiapanecas? Decepcionado por sus interlocutores políticos y confrontado a la ausencia de actores sociales y al alejamiento de los escasos movimientos que han permanecido en el México de los últimos años, Marcos no se ve a sí mismo en el futuro actuando en una escena política en la que soñar está prohibido. No esconde sus preferencias personales por otras formas y estilos de representación y expresión: literarias, teatrales, cinematográficas. (pag 48)
Marcos no puede imaginarse renunciando: «Hay una parte al final del Quijote cuando Alonso Quijano dice: Estuve loco, ya estoy cuerdo. Eso es lo que yo siempre quise evitar decir, tenemos que mantenernos en esta locura hasta el último momento y no decir esas palabras y entrar en el aro del Estado y del conformismo.» (pag 48)
Marcos se divierte recordando la letra de una canción de Joan Manuel Serrat:
No es que no vuelva
porque me he olvidado,
es que perdí el camino
de regreso. (pag 49)
La fuerza de los zapatistas radica en la no violencia; su originalidad, en la
invención de una nueva relación entre violencia y no violencia. El problema consiste en mantener esa tensión sin abismarse en la violencia. El crecimiento de una violencia contenida y reprimida durante décadas, o siglos, desemboca en una estrategia de no violencia armada al servicio de una producción de sentido, de una invención simbólica y política. (pag 50)
«Combatieron durante doce días y ocuparon durante algunas horas un puñado
de municipios en los confines de México. Nosotros peleamos desde hace 30 años,
controlamos grandes porciones del territorio nacional y golpeamos donde queremos.
Y, sin embargo, nadie se interesa por nuestras acciones, mientras que las de ellos han
levantado una ola de simpatía alrededor del mundo.» Estas amargas reflexiones de un guerrillero colombiano ilustran una diferencia profunda. Como otras guerrillas de 30 años, la colombiana, heredera en sus diversas variantes (comunista ortodoxa, castrista y maoísta) de la época de la guerra fría y que hoy participa en la generalización de la delincuencia y el crimen organizado en ese país, tampoco tiene nada que decimos. El interés que suscita el zapatismo, en cambio, radica en la medida de su capacidad de crear sentido. (pag 50)
La tensión en la que se mantiene el movimiento garantiza su ejemplaridad y su
expresividad. Si recae, puede descomponerse en la violencia o en el repliegue
comunitario.
El zapatismo, dice con razón Régis Debray, es un «retorno ( a lo esencial: la
resistencia». Resistencia al neoliberalismo (pag 50)
«El zapatismo no es un excedente de alma ni solamente una resistencia… Se trata de un movimiento de recomposición a partir de una desgarradura
irremediable, y no de uno de defensa y de retorno a la tradición. Pero también se
distingue de los movimientos nacionalistas, étnicos o religiosos que, en una
perspectiva islamista, hinduista, asiática, pentecostal, etc., buscan reconstruir la
identidad en la modernidad por vías autoritarias. En una época en que la oposición a la globalización neoliberal se expresa sobre todo bajo la forma de repliegues de
identidad, el zapatismo aparece como uno de los intentos más significativos y
poderosos por combinar identidad, modernidad y democracia. Esto explica el eco enorme que ha encontrado fuera de las comunidades indígenas y más allá de las fronteras mexicanas» (pag 51)
La aportación principal de los zapatistas es haber dado rostro a los sin rostro,
haber hecho escuchar. la voz de los que no tienen voz, la palabra indígena; permitir a
los niños -y también a los adultos- «… levantarse cada mañana sin palabras que callar y sin máscaras para enfrentar al mundo». El más bello homenaje que se ha hecho a los zapatistas fue el de aquella joven indígena del mercado de San Cristóbal de las Casas cuando dijo: «Ellos nos devolvieron la. dignidad.» (pag 51)
Lo que es el zapatismo en 1994 tiene detrás tres grandes componentes
principales: un grupo político-militar, un grupo de indígenas politizados y muy
experimentados, y el movimiento indígena de la Selva.
Una primera vertiente sería la de una organización político-militar, marxista-
leninista, con un corte muy cercano en su perfil militar -no político, sino militar- al de las organizaciones guerrilleras de liberación nacional de Centro y Sudamérica. Una organización que se planteaba que la lucha pacifica estaba agotada; que era necesario enfrentar, por medio de una guerra popular, al poder, derrotado e instaurar un gobierno hacia el socialismo y hacia la implantación de la dictadura del proletariado y del comunismo. Y en ese sentido se planteaba un guerrilla en términos muy cercanos al foco guerrillero. En sus inicios es una guerrilla que con su accionar, con su propaganda armada, pretendía crear conciencia y jalar a otros grupos a que optaran por la lucha armada, hasta culminar con una guerra popular. En sus inicios, esa organización clandestina está muy próxima a lo urbano. Es una organización compuesta por gente mayoritariamente de clase media, casi no hay obreros, pocos campesinos y ningún indígena.
La mayoría de los miembros de esa organización eran de clase media, profesores universitarios, profesionales, ingenieros, médicos, y era un grupo muy muy pequeño: estoy hablando de una decena, tal vez dos decenas de personas. Su análisis político prevé una radicalización y una polarización de los elementos de la sociedad mexicana -el Estado por un lado, el pueblo por el otro-, y que esta polarización iba a desembocar en una guerra civil. En el plano militar esto implica plantearse una posibilidad nueva, que no consiste en preparar una guerra, el inicio de una guerra, sino prepararse para cuando la guerra estalle. Es una organización que no se plantea iniciar los combates, sino aparecer cuando sea necesario. (pag 53)
esta organización -que luego se va juntar con otras para producir lo que va a ser el EZLN- se plantea ya la idea de muchos niveles de participación y de muchas formas de lucha. No era una organización militar en la que uno estaba, y si no estaba entonces se convertía en un reformista, un traidor. Entre estar y no estar había un grado muy grande de posibilidades y de niveles de participación. Si alguien decía: «No, pues, no aguanto la clandestinidad, ¡me voy!», no se convertía en un desertor, en un posible traidor, sino que cambiaba de nivel, podía ir cambiando hasta alejarse definitivamente. O sea, el límite entre lo que era el compañero y el enemigo no era tan importante como en las organizaciones político-militares, en las cuales prácticamente el que no está conmigo es mi enemigo yeso se aplicaba incluso para otras organizaciones (pag 55)
Esto empieza a darle un carácter particular a esta organización, que hace que crezca poco, que no recurra a acciones armadas para obtener sus recursos ni para depurarse, y que no se plantee seriamente la instalación de un foco vanguardista. Esto va a ir cambiando con los años, a la hora en que este grupo entró en contacto con otras realidades. Entonces presenta estas características: es sano políticamente, es sano militarmente y es muy modesto. Pero esto le permite sobrevivir las diferentes situaciones represivas que padecieron los otros grupos armados que estaban actuando, porque era subterráneo. (pag 55)
Se necesitaba gente muy decidida, muy preparada o muy determinada para
poder instalarse en esa zona. Entonces es cuando ese grupo decide instalarse en la
Selva Lacandona. Entra y funda el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, en noviembre de 1983, en un campamento que paradójicamente se llamaba La Pesadilla.
Nosotros nombrábamos los campamentos según lo que pasaba, algo pasó en ese
campamento, creo que mandaron a un explorador y le preguntamos que cómo estaba ese lugar, «está muy bonito, muy agradable, tiene un río y árboles, y hay comida, se puede cazar», porque era de eso que sobrevivíamos. «¡Es un sueño!», dijo él. Cuando llegamos y lo vimos dijimos: «¿Es un sueño? No, ¡es una pesadilla!…» y se quedó con el nombre de La Pesadilla. (pag 56)