LA GUITARRA
«…soy el Panzón Anónimo, toco la guitarra eléctrica y bailo pole dance. Además de eso, colaboro con la composición con estos muchachos Las izquierdas, y también me llamo Andrés, aparte… esa es mi identidad secreta. Y también produzco rolas, y grabo muchos vídeos y tomo fotos» (Fragmento del show de televisión Cero Decibeles 10 de junio 2015)
Cuando Las izquierdas comenzaron, Andrés tenía 25 años de edad. El sonido que aportaba a la banda era el de la guitarra eléctrica y el de su voz. Por medio de la primera era capaz de expresar formas, texturas, ambientes e intensidades muy variadas, yendo desde lo suave y atmosférico hasta lo rápido y violento. Con su voz igualmente creaba los matices necesarios para transmitir la esencia de Las izquierdas, yendo desde coros enérgicos y entusiastas de «Liz la encueratriz» hasta la sombría voz de acompañamiento de «El hombre de las calles».
Siempre tuvo el superpoder de saber hacer canciones. Las hacía desde muy pequeño, ya que tuvo como pilares de su educación musical a los hombres de su familia, su padre y su abuelo. Ellos le mostraron las primeras cosas que supo sobre guitarra.
Su forma de componer en Las izquierdas era, en la mayoría de los casos, poner una base de guitarra, o una idea muy clara de una melodía cantada, para después guiarnos a Gabo y a mí a través de los filtros de calidad de las rimas, dejando salir su experiencia en cuanto a las frases y melodías que funcionaban y las que no.
Su paso por Las izquierdas se caracterizó por un profundo y paciente apoyo a la realización de las ideas musicales de los otros miembros, sumado a un esfuerzo sobrehumano por mantener al margen muchas de sus opiniones creativas, a fin de darle un sonido a Las izquierdas que no fuera parecido al de su proyecto principal Andy Mountains, en el que sí volcaba totalmente sus ideas e inquietudes.
Pretendo desentrañar lo único y especial del trabajo de este artista, por medio de un desmenuzamiento de las cosas que yo aprendí trabajando a su lado:
1. Algunos trucos budistas para performar
Ésta no es una tesis religiosa, pero me parece importante hablar de una parte del comportamiento en la que, antes de ser titulares de un oficio o dueños de una imagen pública, somos gente imperfecta que decidió seguir un determinado camino (en este caso en el mundo de las artes). Y que para cumplir con sus propias expectativas, muchas veces utiliza herramientas religiosas y filosóficas para no desistir.
«Aquel que actúa, en la expresión de Goethe, reniega de la conciencia, y también se halla desprovisto del conocimiento: olvida la mayoría de las cosas para estar en condiciones de realizar una.» (Nietszche, Segunda consideración intempestiva)
Quizás este pedacito de texto describa bien lo que ocurre cuando se está sobre un escenario. Algunos nos volvemos tontos, se nos olvida lo que estábamos haciendo antes o lo que tenemos que hacer después. Algunos olvidamos la historia de nuestro país o la importancia de nuestro discurso personal.
Es por eso que, si se quiere llegar a ver más allá de la propia nariz, no está de más un entrenamiento constante sobre la disolución del ego, tema sobre el cual el budismo es la doctrina que más abarca. Para hablar un poco de ello tomo un pedacito del texto «Dormir, soñar, morir», que documenta una serie de reuniones del Dalai Lama con algunos científicos occidentales, ante cuyas preguntas él menciona:
«Hay estados de meditación en los que uno simplemente tiene la sensación de vacío, y al mismo tiempo uno no tiene ni siquiera un sentido sutil del ser. Aunque uno no tiene la sensación del ‘yo’ en ese momento, esto no significa que no haya un ‘yo’. (Varela:1999;68)
La meditación (que consiste principalmente en buscar no pensar en nada durante varios minutos, dejándose guiar por la conciencia en cada una de nuestras respiraciones) es la herramienta principal que se utiliza para hallarse tranquilo en el mundo en la tradición del budismo. A mí me parece interesante pensar en los momentos performáticos como una especie de meditación, durante la cual uno está permitiendo que las palabras, la música y los movimientos, de alguna forma lo atravisen. Es decir, uno lo está provocando, pero al quitarse de en medio pierde la sensación del ‘yo’ y permite que todo lo demás transcurra sin considerarse a uno mismo el elemento más importante de la escena.
¿Pero cuál es la relación de estas bellas imágenes con el tema que nos ocupa, sobre los modos de hacer arte? Kandinsky dice:
«En primer lugar, el artista debe intentar transformar la situación reconociendo su deber frente al arte y frente a sí mismo, dejar de considerarse como señor de la situación, y hacerlo como servidor de designios más altos con unos deberes precisos, grandes y sagrados. El artista tiene que educarse y ahondar en su propia alma, cuidándola y desarrollándola para que su talento externo tenga algo que vestir y no sea, como el guante perdido de una mano desconocida, un simulacro de mano, sin sentido y vacía.» (Kandinsky:1911)
Esto nos habla, en palabras de aquel pintor, de la importancia que tiene la auto-observación y corrección espiritual en un artista. Nos deja claro que sin aquel trabajo, en realidad es imposible ‘cumplir con los deberes sagrados y grandes’. Me parece especialmente importante la perspectiva del arte como un servicio, antes que como un talento vacío. Pero quizás yo busco, antes de hablar de cuestiones tan elevadas como ‘lo sagrado’, reconocer en una situación concreta cómo nos puede ayudar ‘el truco’ de disolver el ego. Y para esto tomo un fragmento del texto ‘Efortless mastery’, escrito por el músico estadounidense de jazz Kenny Werner:
«As I said before, trying to sound good is a reflex. The ego is like an involuntary muscle. You wish you weren’t so self-absorbed, but you just can’t help it. And your self-absorption doesn’t necessarily manifest itself in most obvious ways. For example, you may think you’re humble because you put yourself down all the time, but you’re still caught up in ego because you have to be self-centered in the extreme to feel that bad about yourself! The taming of the mind, the dissolution of the ego and the letting go of all your fears can only evolve through patient practice… As you do this, you become aware of other «space» «. (Werner:75)
Este «espacio» del que Werner habla parece la posición ideal en la que podríamos sentirnos estando sobre un escenario o llevando a cabo un show. Y acceder a él al final sí es una cuestión de domar a la mente, para ser capaces de continuar con nuestro buen servicio (de show) sin que lo detengan nuestras propias reacciones a cualquier elemento externo o interno. Se trata de un equilibrio muy delicado que, sin embargo, cuando se halla, hace mucho más fluidos los momentos performáticos (entendiendo el performar como ejecutar o actuar), ya que nos quita de encima tanto lo que nos crece como lo que nos disminuye, dejándonos del justo tamaño. Podría ilustrar ese pensamiento con un fragmentito que encontré en una antología de textos filosóficos/religiosos hecha por Aldous Huxley en 1945:
«La humildad no consiste en ocultar nuestros talentos y virtudes, en considerarnos peores y más ordinarios de lo que somos, sino en poseer un claro conocimiento de todo lo que falta en nosotros y en no exaltarnos por lo que tenemos. Lacordaire» (Huxley:Filosofía perenne;172)
Pero, estas charlas de moralidad ¿a qué nos llevan en el contexto del performer y del artista? Nietszche dice:
«He aquí una ley universal: lo viviente sólo puede tornarse sano, fuerte y fértil dentro de un horizonte determinado; de ser incapaz de trazar un horizonte en derredor suyo o, por el contrario, de ser demasiado centrado en sí mismo para poder incorporar a la visión ajena una perspectiva propia, lo vivo languidece y se lanza, con indiferencia o con fervor, a su propio declive. La alegría, la buena conciencia, la acción entusiasmada, la confianza en lo venidero, todo ello depende, en cada cual como en un pueblo… de saber olvidar y recordar en el momento justo» (Nietszche, Segunda consideración intempestiva)
Tomo de esto la importancia de permanecer atento y saber cambiar de posición de acuerdo a lo que se requiere de nosotros en los diferentes momentos. El performance, o cualquier arte performativo (que yo ubico sobretodo en las formas de hacer arte que exigen que el cuerpo esté presente y actuando durante la presentación final de la obra) tienen exigencias hacia el artista que involucran su corporalidad, su concentración puntual y su conciencia del momento irrepetible que constituye cada una de sus presentaciones. Tomaré a Bachelard:
«… el tiempo sólo tiene una realidad, la del instante. En otras palabras, el tiempo es una realidad afianzada en el instante y suspendida entre dos nadas. No hay duda de que el tiempo podrá renacer, pero antes tendrá que morir. No podrá transportar su ser de uno a otro instante para hacer de él una duración. (Bachelard:1987;13)
Eso todos lo sabemos, pero no está de más enunciarlo de vez en cuando.
Tiempo después del final de Las izquierdas, encontré un texto que escribió el mismo Andrés con respecto a su manera de performar:
«Creo que he encontrado una manera todoterreno de cantar mis canciones…. para ser performer tienes que generar una soledad… una soledad habitable, deconstruible… El set de canciones se vuelve una casa habitable, un inmueble vacío donde voy colocando sonidos y movimientos, y su atención y su mirada, aunque sea por un momento es mía. Es costo es: estar completamente ahí.
Todos los días es un entrenamiento para el acto performático… lo que busco es que la interpretación también tenga un grado de indeterminación y espontaneidad, esquivando el terror de los escenarios: El automatismo…
Lo más vergonzoso que me ha pasado en el escenario ha sido haber estado ahí, pero sin estar presente. Sin entrega, a medias, dejándome llevar por el miedo o el disimulo» (Acosta, en http://www.andymountains.com/2016/02/andy-mountains-drag-show)
Este fragmento refleja esa inquietud que nuestro ‘Panzón anónimo’ de Las izquierdas tenía y que, podría decirse, se veía reflejado incluso en el esclarecedor seudónimo que él mismo se asignó a modo de facilitar aquella operación de la disolución del ego.
«El poder emocional de la banda [Las izquierdas], causa un efecto adrenalínico y frenético, ya que cada uno de los tres integrantes de dicha banda comprenden y saben estar en un tiempo, espacio y circunstancia en el acto para con loes espectadores… estos elementos componen su materia natural, dentro de un escenario.» (Diego Guevara de Rodriguez, músico)
Este ejercicio paulatino de «disolver el ego», tendrá consecuencias en varios aspectos del trabajo: éste podrá ser flexible ante el azar, las críticas positivas y negativas quedarán como un referente más que como un asunto personal y, finalmente, nos hará más resistentes ante cualquier tipo de fracaso o cualquier tipo de éxito.