3. Una manita de gato
A estas alturas es prudente hablar de personajes. Intentar desentrañar cuál es la necesidad o el beneficio de crearlos (muchas veces en el lugar de nuestra propia persona) y usarlos para encararnos al mundo exterior como creadores, a veces como un puente para que lo que expresamos tome mayor fuerza.
Comenzaré con un fragmento de un pequeño ensayo escrito por Ramón Gómez de la Serna donde habla del ‘nom de plume’ que en tiempos pasados utilizaban los escritores:
«El seudónimo le desprende al escritor de lo más pesado de sí mismo; lo coloca frente de sí como una invención más de su imaginación, pero la invención de la que se poseen los secretos y a la que es más fácil insuflar la vida verdadera… Hay quien no tiene bastante decisión para adoptar un seudónimo, pues en el primer momento tiene el acto de suicidio» (Gómez De la Serna;5)
A veces plantearse a sí mismo como un personaje es fruto de la necesidad de que exista un ser que no cargue con la propia historia, sino que sea nuevo, que se le pueda poner el aspecto, las palabras, las expresiones que uno quiera. Y esta creación de personajes se usa no solamente en el ámbito de las artes, sino en otros contextos, donde la proyección de sí mismo al exterior a voluntad moldeable, es una comprensión de una especie de poder, una especie de barrera entre nuestro ser vulnerable y nuestro ser propósito. Pienso en el subcomandante Marcos, el personaje que en 1994 salía en los periódicos hablando de lo que defendía y exigía el Ejército Zapatista de Liberación Nacional con su breve guerra armada: reconocimiento.
«Rafael Guillén, o quien quiera que sea, ya no es el estudiante postsesentaiochero de antes, amante de los libros, de las discusiones literarias y filosóficas, trotamundos, residente en París durante algunos meses. Abandonó todo esto, dejando atrás ‘los muertos necesarios para entender que había que irse para regresar de otra forma, ya sin rostro, ya sin nombre, ya sin pasado, pero otra vez por esos muertos’. De ese pasado, sus palabras, sus gestos, conservaron una fuerza exuberante, una sensibilidad y un humor que mal ocultan su sorda angustia.» (Le Bot;7)
El personaje es una oportunidad imaginada por el mismo autor de este personaje. Es, como decía Gómez de la Serna, un tipo de suicidio. Pero eso implica que también es una especie de renacer, producto de un atrevimiento muy grande de ‘disolver el ego’, y a la vez de tomar lo que sirve, lo que escogemos de nuestro interior, lo que encontramos valioso, útil de proyectar, descartando partes de nosotros que en el aspecto performático quizás no favorecen el mensaje que buscamos que se entienda.
«El que ha pasado por ese momento irremediable de la posibilidad del seudónimo y no lo ha adoptado, ya no podrá corregir su indecisión. A veces pensará: ‘¡Qué no hubiera yo escrito de haber tenido un seudónimo!'». (Gómez de la Serna;6)
Pero para lograr llevar a la vida un personaje inventado por uno mismo, y que será presentado mediante el cuerpo y el accionar de uno mismo, no sobran ni las herramientas personales del uso de la energía de las que ya hablamos, y tampoco están de más algunas modificaciones contundentes de lo visual de nuestro cuerpo, llámense máscaras, maquillaje, vestuario y demás artificios.
En el caso de Las izquierdas, los tres parecíamos entender muy bien de lo que eso se trataba, puesto que antes de tocar, sin falta nos cambiábamos, planeábamos las capas de ropa de nuestros strip-teases y calentábamos nuestros cuerpos para entrar en escena, irrumpir no como las personas que ya llevaban dos horas en el lugar, sino como un conjunto visual casi fantástico:
«Panzón Anónimo viste una falda negra que después se despojará para presumir su tanga. Y vestido así, o mejor dicho, desvestido así, prepara la rola ‘Él se robó mi dinero’, crónica urbana llena de onirismo. Es la primera vez que suena la estridente trompeta de Gabo, mientras Panzón Anónimo sube al tubo a tocar con la guitarra. Me recuerda a San Sebastián, aquel santo asesinado a flechazos y amarrado al tronco de un árbol, pero Panzón Anónimo, sujetando la lira y haciendo ‘tubo’.» (Orlando Canseco)
Y es que un personaje en un escenario es mucho más efectivo que una persona para encender las metáforas y las imaginaciones de los que presencian el acto. Invita totalmente a la reflexión y a veces funciona como recipiente de significados, se vuelve un símbolo:
«Nos fijamos sobre todo en Las izquierdas – nos subraya Fabiola [integrante de la Colectiva Las gafas violetas… creemos en la micropolítica, en el feminismo radical]. Percibimos una propuesta transfeminista. Traen una cuestión más de destrucción del género, de subversión de roles. » (Orlando Canseco)
Me viene a la mente David Bowie y su larguísima historia parchada con tan diversos personajes:
«By becoming someone else, Bowie was able to see the world and talk/sing about it through a different point of view, projecting things that he never would have as David Bowie-or even as David Jones… This can be interpreted as Bowie’s stage personae being what made him scape from his previous attempts to reach musical success, encouraging him to go beyond his own self. (Devereux;350)
Y lo curiosos que es esta constante necesidad de matar y nacer, incluso construyendo personajes sobre lo que ya es de por sí un personaje (es decir, por ejemplo Ziggy sobre Bowie, que a su vez está construido sobre David Jones).
«…in Bowie’s case, the creation of characters was built not only to serve as a mask that protected his real Self from public opinion -which could be very cruel- but also as a tool that allowed him to experiment without social and psychological filters. In his 1978 Crawdaddy interview, Bowie referred to Ziggy as a combination of Archetypal Prima Donna and Messiah Rock Star. That went through a lot of the characters -the arrogance and the ultra-ego quality. I left it to them to take on the repressed ego qualities that I had in me, that I would have loved to produce in my real persona.» (Bowie cited in White, 1978) (Devereux;348)
¿No nos hace pensar incluso en nuestro actuar cotidiano y en todas las posiciones que tomamos en diferentes contextos? La diferencia la hace la conciencia, el saber, el decidir que lo estamos haciendo. De alguna forma a esas transformaciones se les puede dar una dirección intencional:
«Aunque en un principio el pasamontañas tenía una función exclusivamente utilitaria, adquirió luego la de máscara para ocultar la identidad personal y crear una imagen con la que los olvidados, y con ellos todos los mexicanos ávidos de justicia, pudieran identificarse, sin importar sus diferencias. ‘Cualquier mexicano puede enfundarse un pasamontañas de estos y volverse quien soy yo’. El pasamontañas es un espejo para que los mexicanos (‘tomen un espejo y mírense) se descubran, para salir de la mentira y el miedo que los enajenan. Un espejo que llama al país a interrogarse a sí mismo sobre su porvenir, a reconstruirse, a reinventarse. (Le Bot)
Y es que después de todo de esto se tratan los símbolos:
«Se puede definir el símbolo, de acuerdo con A. Lalande, como todo signo concreto que evoca algo ausente o imposible de percibir» (Durand:1971;13)
A veces actos performáticos mucho menos trabajados que los de Bowie, quizás por el mismo desconocimiento de lo inefable o incapacidad de enunciarlos, dejan mucho más abierto su significado. Personalmente yo encuentro esta forma (la zapatista, digamos) un poco más congruente con los alcances humanos. Quizás esta imperfección, este inacabamiento, ayudan a que los gestos sean absorbidos como símbolos, antes que como explicaciones lógicas-freudianas-psicológicas de lo que se está llevando a cabo:
«El zapatismo aporta más preguntas que respuestas, sin duda. Ésa es una limitación suya, pero en ello también radica su interés y originalidad. Si este libro puede contribuir a la comprensión del zapatismo por aquellos que no son zapatistas, e incluso por los zapatistas mismos, como desea Marcos; si abre alguna perspectiva o suscita un esbozo de respuesta, por modesta que sea esta contribución, habrá cumplido su propósito» (Le Bot)
Es eso lo que escribe el autor Yvon Le Bot, un sociólogo extranjero que se dio a la tarea de entrevistar directamente a los dirigentes zapatistas de aquel tiempo.