Tesis sobre Las izquierdas día 4

GLORIA TREVI

“Creo que ya  es tiempo de ir con el psiquiatra, bom bom bom bom” (Doctor Psiquiatra, por Gloria Trevi, canción, 1989)

Yo estaba en el cuarto, a solas, ensayando la parte de la batería para el siguiente ensayo de Las izquierdas. Nuestro primero toquín no me había salido nada bien. Todo lo que había sentido era miedo.

Me pregunté si las cosas saldrían mejor si yo sacaba a relucir en Las izquierdas todo lo que yo era. Me configuré como un personaje que usaría sobre el escenario la ropa de vedette que ya llevaba algún tiempo guardada entre mis cosas. Empecé a practicar tocar de pie la batería, no sentada. Le puse Mery Buda de nombre a mi personaje. Imaginé mil frases con las que me defendería de los gañanes que me insultaran o alburearan cuando saliera vestida así a tocar.

La música mejoró, se volvió más enérgica.

 

24 de febrero de 2016

He descansado unos cuantos días de la específica lectura de asuntos sobre la contracultura. Me he puesto, por otro lado, a leer sobre tips y recomendaciones músicos que ya han tenido éxito, rockstars que yo admire.

Me encontré, entonces, con este libro, ‘The art of asking’, que escribió la cantante, compositora y performer de los Dresden Dolls, Amanda Palmer. El planteamiento principal de su libro es la relación que hay entre el dinero y los artistas. Contando su historia, llega a la conclusión de que muchos artistas sienten miedo de cobrar por su trabajo, ya que piensan que es una especie de engaño cobrar por hacer algo que amas. Y habla de la ‘policía del fraude’ como una sensación de que en cualquier momento el pùblico, espectador o lector va a descubrir que nuestro quehacer es una mentira:

“We’ve been watching you, and we have evidence that you have NO IDEA WHAT YOU’RE DOING… you are guilty of making shit up as you go along, you do not actually deserve your job, we are taking everything away and we are TELLING EVERYBODY.” (Palmer:2014)

En mi caso con Las izquierdas, me costó varios toquines el aceptar que realmente estaba tocando la batería. Aunque no hubiera estudiado para eso, lo estaba haciendo y eso era contundente.

“There’s no “correct path” to becoming a real artist. You might think you’ll gain legitimacy by going to art school, getting published, getting signed to a record label. But it’s all bullshit, and it’s all in your head. You’re an artist when you say you are.” (Palmer:2014)

De una cosa me doy cuenta durante la lectura de este libro: confío mil veces más en las palabras de Amanda Palmer que en las de cualquier teórico del que no tengo más referencia que las teorías que desarrolla en sus libros. Confío en la voz de la experiencia, en el hecho de que ella narre el camino que la llevó a escribir el texto.

“Entonces sigue”, me digo, “Quizás las palabras que estás escribiendo sobre Las izquierdas le sirvan a alguien en el futuro”. Y entonces empiezo a preguntarme ¿cómo voy a confeccionar ‘el mito de Las izquierdas’?

Recuerdo que después de la primera vez que tocamos en público, no volvimos a hacerlo por más o menos seis meses. Regresamos al escenario en una celebración de cumpleaños.

“Entonces sigue”, me digo, “Quizás las palabras que estás escribiendo sobre Las izquierdas le sirvan a alguien en el futuro”. Y entonces empiezo a preguntarme ¿cómo voy a confeccionar ‘el mito de Las izquierdas’?

Regresamos a tocar como seis meses después del show seco y temeroso que habíamos tenido como inauguración pública. Esta vez era celebración de cumpleaños de una chica que nos había pedido que amenizáramos.

Yo me presenté como Mery Buda y, aunque pareciera un sinsentido, me puse mi ropa de vedette. El Gabo hizo lo propio tocando sin playera como acostumbraba, aunque en esta ocasión lo bautizamos como Gabo Salvaje. Andrés fue como El panzón anónimo, y probó también tocar sin playera y con cruces negras en los pezones. El toquín fluyó, funcionó.

Bien, detecto material para un mito: «Se deciden a encuerarse y eso los hace tocar mejor»…

Pienso en Gloria Trevi. Ella es un mito mexicano. Todavía da shows y aprovecha mercantilmente su estátus de mito de la televisión. Yo sé que detrás de ella está el control y dirección de productores de Televisa. Pero lo que nosotros, como público, vimos fue a ella meneando los lentes de las cámaras, haciéndoles caras; la vimos con un cabello gigante arrastrándose en el piso de los foros de la tele. Y no creo mentir al decir que esa imagen perduró hasta ahora en nuestro inventario, nuestro imaginario.

Entonces tomo el libro de Barthes, ‘Mitologías’, para tratar de saber de qué estoy hablando. Y encuentro la forma más bella y poética de decirlo en uno de sus ejemplos:

«estoy en la peluquería, me ofrecen un número de París-Match. En la portada, un joven negro y vestido con un uniforme francés hace la venia con los ojos levantados, fijos sin duda en los pliegues de la bandera tricolor. (Barthes:2010;221)

«Si pongo mi atención en el significado del mito como en un todo inextricable de sentido y forma, recibo una significación ambigua: respondo al mecanismo constitutivo del mito, a su dinámica propia, me convierto en el lector del mito: el negro que saluda no es más mi ejemplo, ni símbolo, mucho menos coartada: es la presencia misma de la imperialidad francesa.» (Barthes:2010;221)

Yo sé que Gloria Trevi es, como alguna vez leí en el libro-novela ‘Nación TV’:

«Gloria no entendía que era un producto consumible, canjeable, desechable de las televisoras» (Mejía:2012)

Sin embargo, «algo» tiene que nos recuerda a nuestras infancias, y a una especie de empoderamiento femenino que sentíamos que podía trascender el hecho de ser parte de Televisa. Esto especialmente, cuando eres niño y no conoces lo que hay detrás de las cosas, sólo lo que se presenta ante tus ojos.

«Gloria Treviño, la Trevi, era una creación de Televisa: una chica con el cabello revuelto, la ropa cuidadosamente deshilvanada, que cantaba tirándose al suelo y le quitaba la camisa al primer señor que estuviera contratado para aparecer sorprendido en primera fila. Era la versión de la rebeldía fabricada desde una de las regiones más conservadoras de México, la ciudad de Monterrey.» (Mejía:2012)

Casi toda mujer de mi generación reacciona a los vidriazos rítmicos y a la línea de apertura: «Creo que ya es tiempo de ir con el psiquiatra». He visto corear esa canción a las mujeres más dispares y en los contextos más alejados: Casa Gomorra, reunión de feministas que bailan en chichis; Teibol Dance Marlin Safari, bailarina italiana realiza su acto de strip-tease al ritmo de; varias escenas de karaoke protagonizadas por muchas; día común en la cocina de una madre de familia…

«El mito no se define por el objeto de su mensaje sino por la forma en que se lo profiere: sus límites son formales, no sustanciales. ¿Entonces, todo puede ser un mito? Sí, yo creo que sí, porque el universo es infinitamente sugestivo. Cada objeto del mundo puede pasar de una existencia cerrada, muda, a un estado oral, abierto a la apropiación de la sociedad, pues ninguna ley, natural o no, impide hablar de las cosas.» (Barthes:2010;199)

El tercer toquín de Las izquierdas fue históricamente, el primero en el que mezclamos el tubo con nuestro show. Lo hicimos fuera de la ciudad. Gabo y yo nos trepamos a hacer nuestras acrobacias, una canción cada uno mientras los otros dos seguían tocando, haciendo la música.

Yo sentí que había hecho algo nuevo. Estaba bailando en el tubo, como lo había hecho cientos de veces incluso con menos, y nada de ropa. Pero esta vez el contexto lo habíamos puesto mis mejores amigos y yo. No estaba en un teibol sujeta a la posición que te otorga ser stripper. Estaba a la deriva. Estaba declarando algo: que por mi voluntad bailaba y me encueraba. Que incluso estábamos dispuestos a hacer el esfuerzo de llevar el tubo y armarlo. Yo ya no era una ‘víctima’, ni se podía decir que lo estuviéramos haciendo por el dinero. Esto era otra cosa.

Creo que eso marcó crecimiento para nosotros tres: por más mal que tocáramos, o por más chafas que fueran nuestras ideas, el sólo hecho de que estuviéramos en pie presentándolas, cada uno de los  tres con su previa historia de vida, juntos, hacía que (si se nos veía como un todo inextricable de sentido y forma), fuéramos la presencia misma de esto. Este mito al que todavía no le encuentro nombre. ¿Cómo se llama eso que hacemos?

Nosotros le pusimos Pole dance/punk/chafarama