¿DÓNDE COMPRASTE ESOS ZAPATOS?
“¿Dónde compraste esos zapatos? Zapatos rojos, y esa falda tan pequeña?… Princesa, princesa, esa sonrisa, esos labios rojos” (Princesa de media noche, Los Negretes, canción 2008)
Yo comencé a bailar en un congal un poco antes de cumplir los 19 años. Todavía no entraba a la licenciatura de artista visual.
Cuando uno es una persona cualquiera, anónima, normal, deambulante… la desnudez espanta. Casi cumplo en estos días diez años desde la primera vez que me encueré en público… Fue en un bar, trabajando de desnudista stripper. Lo disfruté mucho desde la primera vez que lo hice. Intuí, ahora lo sé, que el cuerpo era un arma muy cabrona con la que contaba. ¿Un arma para qué? En ese entonces para ganar dinero. Tenía un cuerpecito que gustaba a los hombres y a las mujeres, sabía moverlo al ritmo de la música que me energizara y, sobre todo, estaba dispuesta a enseñarlo sin vergüenza alguna. Más bien con orgullo, con cierto juego, con erotismo. A esa edad, por supuesto que ninguno de mis familiares reaccionó bien ante el conocimiento de que su pequeña apenas mayor de edad, se hallaba en lejanas latitudes desnudándose en frente de señores. Pero durante todo ese proceso, yo sentía que lo estaba ejecutando todo con elegancia.
El teibol me parecía un lugar impregnado de magia, un tanto sórdida, pero magia al fin. ¿Por qué? Todavia no lo puedo explicar con precisión. Quizás porque viviendo en la ciudad durante toda mi vida, estaba apegada a las reglas de vestimenta dictadas por la situación social: no poder salir a la calle con ombliguera o falda corta, o simple falda, sin que los callejeros reaccionen chiflándote, gritándote majaderías, o lanzándote las miradas más asquerosamente lascivas e indeseadas por tí. Me pareció un paraíso estar rodeada de mujeres tan cómodas, tan naturalmente desnudas o semidesnudas. Me hallé de inmediato. Me gustaba pasar los días de trabajo entre esta interminable variedad de chichis y nalgas, y cinturas, y caras, y cabellos… tan diferentes unos de otros. Pero creo que lo que más me gustaba era darme cuenta de que al quitarme la ropa en los camerinos, yo también tenía mis armas: mis chichis, nalgas, cintura, cara, cabello, mi ser. Me gustaba darme cuenta de que me camuflajeaba entre esta variedad. Percatarme de que, de hecho, mi cuerpo les evocaba respeto a las demás chicas.
Y la magia se daba entonces cuando, cada noche, todas nosotras aportábamos en el preciso momento de cada una, lo que nuestros cuerpos, la música que escogíamos, nuestra particular cadencia, los colores de nuestra ropa, nuestros peinados, zapatos y pasos de baile tenían que decir.
Yo hubiera sido mucho más feliz en esas situaciones si de hecho no hubiera tenido que trabajar (buscando fichar o vender bailes privados) y sólo bailara en mi turno para el resto de la noche quedarme sentada viendo todos y cada uno de los shows. Siempre soñé con ser tan valiente y tan habilidosa como para sacar mi libretita de dibujo en medio del teibol dance y bocetearlas a ellas, captarlas… Tengo en mi imaginario mental como cien cuerpos tan distintos unos de los otros, y las respectivas rolas para acompañarlos…
Pero desde que empecé esa chamba y durante muchos años, todo esto eran experiencias que podía compartir plenamente con pocas personas. Solamente con las amigas que había hecho dentro de los teibols y con las que yo invité a trabajar conmigo podían entender lo que estábamos viendo, lo que estaba pasando.
La Mery ‘real’, la que estudiaba Artes Visuales y convivía con todos los que no eran desnudistas, soñaba frecuentemente con imágenes de las noches de trabajo recolectadas en su memoria, y deseaba grandemente poder explicar, transmitir el ambiente, la libertad tan extraña que le brindaban aquellos sitios.
27 de enero 2016
A la par de echarme la literatura clásica sobre la contracultura, me pongo también al corriente sobre lo que se dice en los libros acerca de encuerarse. Especialmente sobre bailar en un tubo y hacer shows sobre esa acción.
El libro que hojeo, devoro y leo como un refuerzo a mi sola experiencia se llama ‘Striptease: the untold story of the girlie show’. En uno de sus párrafos introductorios, habla del strip-tease como un ‘cerca de ser’. La palabra ‘tease’ es un indicador de un juego entre el performer y el espectador. En él, el performer tiene siempre el control y decisión de lo que puede o no hacer con su ropa.
“I think of this as the principle of “near.” For most of its history, striptease was never exactly prostitution, but it was “near” prostitution. It was not pornography, but “near” pornography, not exactly about the consummation of the sexual act, but about its “near” consummation… This tension made many Americans uncomfortable.” (Schteir:2005;5)
Hacer la cuenta de los años que llevo encuerándome en todo tipo de escenarios me evoca bastante tiempo. Y dado que siempre fue de lado, lejano a lo real, puedo decir que de ahí deriva gran parte de mi sensación de outsider, contracultural y hasta marginal en un cierto sentido. Una parte de mi ser nunca encajará en la convencionalidad y ‘carácter familiar’ de la vida.
Muy oportunamente, hallo que Roland Barthes agregó el Strip-tease a su catálogo de mitos en el libro ‘Mitologías’:
“El strip-tease está fundado en una contradicción: desexualiza a la mujer en el mismo momento en que la desnuda. Podríamos decir, por lo tanto, que se trata, en cierto sentido, de una espectáculo del miedo, o más bien del “Me das miedo”, como si el erotismo dejara en el ambiente una especie de delicioso terror, como si fuera suficiente anunciar los signos rituales del erotismo para provocar, a la vez, la idea de sexo y de conjuración.” (Barthes:2010;152)
Y con estas lecturas automáticamente pienso en el Punk, en el empoderamiento del performer. Leo la poca parte escrita de este otro libro sobre punk. Se llama ‘Punk Press’ y consiste principalmente en un compendio de imágenes de fanzines, flyers y demás material visual de 1968 a 1980 en el punk angloparlante. En una parte habla así de Iggy Pop:
“Iggy Pop – the first punk?… In concert, Iggy Pop made up for his deficiencies in the vocal department with nonstop phenomenal energy. He performed naked in a dog collar, rolled in broken glass, and walked on spectators’ heads…were the central creative impulse for the punk movement in 1969”. (Bernière:2013;214)
Echar mano de todo lo que uno es, lo que uno sabe hacer. A cada palabra me parece más válido, más interesante.
Las izquierdas tuvimos más o menos tres o cuatro toquines en los que salíamos con poca ropa, pero sin romper con ninguna regla de las buenas costumbres, es decir, enseñar mis pezones, nuestras nalgas, sus penes o mi vagina. Incluso durante en primer toquín con tubo, en Guanajuato, yo no me quité el top. Había definido que mi personaje Mery Buda se vestiría siempre de shorts y top, pero no estaba muy segura de que estuviera permitido mostrarme, con una banda y no en un teibol, en tanga o topless. Eran terrenos muy amplios en los que nos estábamos iniciando.
Mucho influyó en estas reflexiones la primera vez que tocamos en Casa Gomorra. Era cumpleaños de la videoasta Miroslava Tovar, a quien había conocido yo en las clases de la ENAP. No estoy muy segura de si fue la concurrencia o la libertad que exudaba el lugar la que hizo que fuera natural mostrarme topless y tocar en tanga. No recuerdo ningún momento de difícil decisión al quitarme la ropa. Creo que la decisión ya la había tomado en el momento de elegir las piezas de ropa que llevaría para tocar, desde la capa última hasta los calzones… Cuando uno se pone una tanga así para salir a tocar, sabe que la va a utilizar, que la va a mostrar.
Y tuve que quitarme de la mente lo que Amanda Palmer llama ‘La policía del fraude’. Ya no había vuelta atrás. Esto seríamos Las izquierdas por el resto de nuestra existencia.
El toquín transcurrió lleno de energía. Los tres nos quedamos en calzones.
Mientras tocaba, sentía que esto era atemporal, que ya lo había hecho en el pasado y que así tenía que tocar siempre. Era la manera, lo primitivo, lo energético eso que vivíamos. No sólo estábamos prácticamente desnudos, sino que teníamos en nuestras manos los instrumentos musicales que mantenían vivo el ambiente de ese momento. Era una magia nueva. Una magia desconocida para mí. No era el teibol, era, de hecho, algo más grande. Yo era mujer menos erótica pero más empoderada.
Las fotos que existen de Las izquierdas son para mí un documento invaluable. Ilustran, a mis ojos, no sólo la vida de Las izquierdas como banda, sino que además me dejan ver quién había sido yo durante tanto tiempo, visto desde fuera. Además con el agregado de que ahora no sólo era desnudista, sino ¡que también fungía como músico!
Casa Gomorra nos acogió perfectamente y nosotros nos sentimos muy contentos de haber estado ahí. Pero esta Casa/galería/estudio/foro/espacio independiente autogestivo, ¿De dónde salió? ¿a qué se deberá que existieran lugares como este? En el caso de Gomorra, siendo un lugar habitado por artistas, se ha dado como un paso natural de su convivencia y trabajo, el armar eventos, foros, exposiciones y el tipo de fiestas en las que tocaban Las izquierdas ahí en su propia casa. Resulta muy conveniente poder utilizar el domicilio como plataforma de los proyectos propios y de los de otros artistas.
Aunque la pregunta nos podría transportar también a Nueva York en las décadas de los 60’s, 70’s y 80’s, como bien lo ilustra ‘The Downtown Book’, libro que se enfoca en los cambios que hubo en el mundo del arte durante esos años:
«This period, beginning… in the late 1960s and early ’70s, and runnig through the mid-1980s, can be considered the Big Bang whence the ideas, the visuals, and the values of contemporary art of the following decade would emerge… It was a time when the entire art-making process was reconfigured by artists eager to infuse their work with investigative energy and to change the function of art to reflect experience.» (Marvin:2006;97)
«Conceptual art, and performance art, which was its corollary, had essentially cleared the marketplace of goods for sale, and artists stayed away from traditional galleries and museums of principle. They performed on rooftops, in vacant parking lots, or in warehouses turned studio-cum-rudimentary-habitat.» (Marvin:2008;98)
De alguna forma, este proceso de sacar a las artes visuales a las casas y otros espacios, es comparable en el mundo del rockanroll, con lo que pasó en México con los hoyos fonkis. Estos se buscaron como un espacio alternativo una vez que, después del festival de Avándaro, se cerraron las puertas de los foros oficiales a los grupos que pudieran causar auténticos y peligrosos cambios en la mente de su público.
Quizás lo especial de la época actual en México, es la convivencia que se está dando entre artistas de muchas disciplinas, no sólo como amigos o conocidos, sino como colaboradores.
Las izquierdas crecimos bastante cuando empezamos a integrarnos tocando en eventos que involucraban performance, conferencias, exposiciones de dibujo, foros feministas y demás actividades que van más allá de la sola música.
22 de abril de 2016
Me echo en una hora, antes de dormir, las generalidades del libro «México punk», escrito de forma colectiva por varios vendedores, coleccionistas y punks activos del tianguis del Chopo. El libro llegó a mis manos porque el mismo Gabo me lo pasó ahora que estoy escribiendo la tesis.
Empieza con el planteamiento de los orígenes del punk (la palabra punk, el look punk, la música punk) en Inglaterra y en Estados Unidos durante los setentas. Pero la verdadera gran aportación de este libro es el detalle y escrutinio con el que cuenta los procesos de transformación del punk a lo largo de las décadas pasadas en territorios latinoamericanos y, sobretodo, mexicanos. El punk es algo más callejero que los fenómenos del arte y la vanguardia, y de alguna forma más salvaje en su búsqueda:
«El Punk muchas veces manipulado e interpretado por los medios de comunicación como una moda juvenil carente de políticas internas y trascendencia es, en realidad, y lejos de la mira de las masas una contracultura con sus propios medios de comunicación y sobrevivencia (fanzines, programas de radio, películas independientes, movimientos ecologistas, de reivindicación de los derechos de minorías sexuales y étnicas, sellos discográficos, una ética e incluso con un lenguaje propio) echó raíces de forma inusitada y profunda en México, alterando dramáticamente el paisaje de las periferias de la ciudad, transformando la cotidianidad de la capital con elementos contraculturales que iban desde la forma de vestir hasta en la forma del comportamiento que hasta ese momento había logrado imponer la sociedad mexicana. Si bien es cierto que el punk llegó a nuestro país a través de jóvenes de clase media que lo tomaron como una moda más, también es cierto que quienes le dieron su real sentido fue la ‘banda’, esa banda que surgida en las colonias proletarias, que se reunía en las esquinas de cualquier calle de su barrio para cotorrear… comenzaron a decir ‘Aquí estamos, somos los jóvenes que ustedes han ignorado no tenemos espacios donde divertirnos no tenemos oportunidades de empleo, por lo cual la calle es nuestro espacio, nuestro club social, donde podemos reunirnos para convivir.» (Detor:2011;12)
Ya dicho de esa forma, podemos asociar este pensamiento con cualquier espacio improvisado, inventado, adaptado que se use para actividades sociales y artísticas. Fundar pequeños espacios autogestivos es la forma de enseñar tu trabajo, de compartirlo sin intermediarios.
La verdad es que la música de Las izquierdas era escandalosa, y estaba concebida para lugares ruidosos y enérgicos. Era punk.
El punk, el punk… una gasolina muy específica si te sientes inclinado hacia él. Yo lo identifico como frenesí, velocidad, energía que no se puede asimilar mientras está ocurriendo. El punk no deja espacio en el pensamiento para otra cosa que no sea el mismo punk, y su ruido, su rabia. Su historia fundacional está ubicada, casi en todos los textos, en la historia de los Sex Pistols.
Ellos no fueron los primeros punks, pero su fuerte campaña mediática fue lo que metió al punk en la televisión. José Agustín, un constante cronista mexicano del rockanroll y la subcultura de la ciudad describe así el surgimiento del punk:
«El grupo, que McLaren (un pseudopintor y fundador de una tienda antimoda llamada Sex que se llenó de ‘chavos jodidos’ que ahí se sentían a gusto) bautizó como los Sex Pistols, empezó a cobrar notoriedad por ruidoso y por el salvajismo, la violencia, las atrocidades y asquerosidades que hacían en escena… los nuevos grupos ingleses creían que el rock había caído en absoluta decadencia y corrupción… y por tanto optaron por un rock desnudo, básico, rápido, violento y agresivo, sin adornos, sin solos… con delgadísimas líneas melódicas y letras demoledoras… Por lo general las canciones eran breves y explosivas. En cierta forma recordaban un poco los rocanrolitos de los cincuenta. Sólo que sin candor ni humor y con una visión bárbara de la vida.» (Agustín:2007;101)
Se me hace interesante y cercano a mi tesis un detalle muy específico sobre el surgimiento de los Sex Pistols: esta banda salió a los escenarios en los 70’s con un plan mediático profundamente pensado. No eran su música y su letras lo único que escandalizó y atrajo a aquellas generaciones, sino el agregado de un planteamiento visual muy definido, tanto en su ropa como en sus carteles y diseños. Además, muchas de las ideas que tuvo Malcolm McLaren, su manager y fundador, fueron tomadas de una parte anterior de la historia contracultural, el Situacionismo que desembocó en el mayo francés de 1968, con Guy Debord como uno de sus pensadores más comprometidos.
Las disciplinas del arte y las tendencias del pensamiento no han estado realmente separadas en ningún momento de la historia. Constantemente tienen influencia unas sobre las otras. Y muchas veces brotan en generaciones más jóvenes cuando se cree que las ideas ya se han extinguido o desaparecido. Ernst Fischer, en ‘La necesidad del arte’, lo pone de esta manera:
We should never underestimate the degree of continuity throughout the class struggle… Like the world itself, the history of mankind is not only a contradictory discontinuum but also a continuum. Ancient, apparently long-forgotten things are preserved within us, continue to work upon us – often without our realizing it – and then, suddenly, they come to the surface and speak to us» (Fischer:1963;12)
En el caso de Las izquierdas, descubro que cargamos con dos bagajes que nos marcan, el de la stripper y el del punk. Ambas energías surgen de una incomodidad cotidiana y de la exploración que provoca un resultado un tanto crudo y retador. Tengo entre mis lecturas a Virginia Despentes, que en su ‘Teoría King Kong’ narra la primera ocasión en que se hizo prostituta oficial, con vestuario:
«La primera vez que salgo en minifalda con tacones altos. La revolución depende de unos cuantos accesorios… Tú no has cambiado en nada, pero algo fuera de tí se ha desplazado y ya nada es como antes. Ni las mujeres ni los hombres. Sin que estés segura de que te guste o no ese cambio, de comprender todas sus consecuencias. Cuando las norteamericanas hablan de sus experiencias como <<trabajadoras sexuales>> les gusta emplear el término <<empowerment>> y empoderamiento, un subidón de poder.» (Despentes:2012;62)
Y me parece digno de resaltar el término empoderamiento en el libro Punk Press, puesto en el contexto del punk en los 70’s:
«It’s now called empowerment, but at that time it was just the overwhelming sensation that if you has something to say, you should say it there and then. There was no time to lose. No hesitation. This burning need to communicate was given rocket fuel by punk rock, a noisy, speedy, violent pop culture produced out of scarcity: The form matched the content and the content matched the form, Punk’s focus was narrowly intense, and it transmitted into a galvanizing energy.» (Bernière:2013;6)
¿Serán estos dos elementos los que hicieron a Las izquierdas escénicamente tan poderosas?
Lo característico del punk en el contexto de las contraculturas, es que buscó ganar dinero (en el caso de los Sex Pistols específicamente) a base de mostrar descaradamente y en voz muy alta, un rechazo hacia el mismo sistema económico y social al que pretendía lanzarse mediáticamente. El punk no tiene revés. Se sabe atrapado en un mundo económico que no le gusta y tiene conciencia de su pequeño tamaño y poco poder para ‘destruirlo’.
Esto le otorga un aura muy humana, muy directa hacia el público que asiste a los toquines. Como si todos se supieran defectuosos y se unieran en esa cualidad. Por lo menos así se hizo mi manera de tocar la batería. Era un vértigo constante de que se me estaba escapando el ritmo. Pero de la misma euforia y energía compartida, el ritmo se quedaba milagrosamente conmigo durante los dos minutos que duraba la canción.
El punk y la putería te quitan a ‘la policía del fraude’ de encima:
«Una mujer con estilo de puta le interesa a casi todo el mundo. Me había convertido en un juguete gigante. En todo caso, lo que estaba claro es que yo podía hacer este trabajo. Finalmente, no era necesario se una megabomba sexual, ni conocer secretos técnicos inimaginables para convertirse en una mujer fatal… bastaba con jugar el juego. El juego de la feminidad. Y nadie podía decirte <<cuidado, es una impostora>>, porque no lo era, no más que cualquier otra.» (Despentes:2012;63)
«Las guitarras se convirtieron en fusiles contra la opresión y aburrimiento, ellos tenían mucho que manifestar y para eso no hacía falta tener una voz privilegiada sino todo lo contrario, una voz que escupiera verdades… En los garajes empezaron a escuchar ruidos extraños, los chicos no tenían ni tiempo ni dinero para aprender lo que la sociedad decía que debía saberse para empuñar un instrumento, pero eso no importaba el momento de la Revolución había llegado… El punk emergía sintetizando el ruido urbano, reproduciendo con la imagen y la música el salvajismo de la ciudad y la crisis social… ¿Y cuál era la idea? Pensar y ser tú mismo y no tomarlo que la sociedad te da. Crear tus propias reglas y vivir tu propia vida.» (Detor:2011;22)
20 de abril 2016
Investigar seriamente sobre el punk es lo menos punk que he hecho. Se siente ligeramente incongruente. Tengo la sensación de querer categorizar y sistematizar un fenómeno que nació y floreció escapando de esos dos verbos.
El mito de Las izquierdas ya se va armando, lo siento.