3. Me reiré del mundo
«Me reiré de mí mismo porque el hombre es lo más cómico cuando se toma demasiado en serio… Nunca permitiré que me vuelva tan importante, tan sabio, tan grave y reservado, tan poderoso, que me olvide de reírme de mí mismo y de mi mundo. En este asunto seguiré siempre siendo un niño, porque solo como un niño se me ha otorgado la habilidad de admirar a los demás; y mientras admire a otro nunca me formaré una opinión excesiva de mí mismo» (Mandino;114)
Esto es lo que nos aconseja hacer aquel libro ochentero ‘El vendedor más grande del mundo’ en el que Og Mandino, un vendedor por oficio y ‘autoayudador’ por vocación, nos explica que cambiar ciertos hábitos nos puede ayudar a desarrollar una perspectiva más sana de la vida.
Performar, estar en escena, accionar irrumpiendo violentamente en la realidad. El arte es un acto declarativo mediante el cual un alguien, con un algo qué decir, se hace presente. Pero, ¿quién es esta persona y qué puede hacer para no sufrir al verse expuesto?
Diana J. Torres, la iniciadora mundial de la ola de performance Pornoterrorista, nos dice en su libro «Pornoterrorismo»:
«Técnicamente soy una enferma. Exhibicionismo lo llaman. Yo prefiero no darle nombre a lo que me sucede justo antes de entrar en el escenario. Es una mezcla de calentón, fiereza, mala leche y la profunda necesidad de decir lo que tengo que decir, de hacer mi trabajo. Lo que sucede mientras estoy frente al público sí tiene nombre: pornoterrorismo. (Torres:2013;83)
Este fragmentito nos consuela ante las deprobaciones. Nos impulsa a ver que tenemos que contar con cierto sentido del humor para asignarnos un acto, nombrarlo y llevarlo a cuestas. El filósofo Henri Bergson tiene en su haber un ensayo titulado ‘La risa’, donde infiere:
«lo cómico tiene algo de estético, pues aparece en el preciso instante en que la sociedad y la persona, libres ya del cuidado de su conversación, empiezan a tratarse a sí mismas como obras de arte.» (Bergson:1899;28)
Pienso en Gabo, y su el sentido del humor involuntario. Éste le obsequiaba un tremendo grado de humanidad a los actos de Las izquierdas, donde los tres nos hacíamos parte de una escena que, sin música, sin contexto y sin público, quizás sería de lo más extraña:
«Las actitudes, gestos y movimientos del cuerpo humano son risibles en la exacta medida en que este cuerpo nos hace pensar en un simple mecanismo» (Bergson:1899;39)
Mucho se me quedó grabado algo que escribió Joey Muñoz para la revista Noisey después de visitarnos en un ensayo para realizar entrevista:
«La energía de ese ensayo supera el set en vivo de un chingo de bandas; no sabemos si nos dieron un show sólo para nosotros o si siempre ensayan con tantas ganas…» (Joey Muñoz, Noisey)
Me parece estar tocando un punto sensible, que se entremezcla con lo que ya escribí sobre disolver el ego. Al parecer hay un lugar, un espacio en el que se puede estar, en el que el show se hace algo real. Y en el que algo que puede ser muy ridículo de pronto ya no lo es. ¿qué es eso? Será quizás lo que los antropólogos llaman espacio ritual, donde es válido lo que en otras ocasiones no, donde se subliman las acciones que provocan catarsis.
Sería muy ambicioso de mi parte querer resolver esa pregunta, pero lo que sí puedo hacer es observar como un lugar común entre performers la necesidad de saberse pequeños y risibles. Tomaré un pedazo del libro «Sick in the head» de Judd Apatow, un cineasta inclinado totalmente a la comedia. En su libro recopila entrevistas que le fue haciendo a lo largo de treinta años al círculo de comediantes de Sit com y de televisión, en entre ellos, Jerry Seinfeld:
«I used to keep pictures of the Hubble [un telescopio de la NASA] on the wall of the writing room at Seinfeld. It would calm me when I would start to think that what I was doing was important.» (Apatow:390)
Ese es en cierto modo el patrón que menciono. En estos casos es o Seinfeld viendo fotos de un satélite para sentirse en su tamaño adecuado, o Diana reconociendo que hay un nombre clínico para su quehacer escénico, o nuestro Gabo admitiendo en público que olvidó su tanga en casa y que por eso tendrá que desnudarse sin preámbulos. Al final todos estos trucos sólo los hacemos para ser capaces de comunicarnos de frente con la sociedad, otorgando lo que sabemos hacer.
«‘Este palo de tres metros veinte es suyo’, continúa diciendo Panzón Anónimo, mientras Gabo comenta al público: «Nadie los va a juzgar: él (Panzón Anónimo) trae una tanga que tiene una capita!). Todos ríen porque la tanga que lo viste es de Superman, «Vamos a bajarle de huevos» dice Gabo y comienzan con ‘No tengo tiempo’ de Rodrigo González.» (Orlando Canseco)
Desmond Morris habla del humano como ‘el mono desnudo’ en un análisis zoológico:
«El mono desnudo, incluso en su edad adulta, es un mono juguetón. Esto es consecuencia de su naturaleza curiosa. Está llevando constantemente las cosas a su límite, tratando de sorprenderse a sí mismo, de impresionarse así mismo sin hacerse daño, y cuando lo consigue demuestra su alivio con el estruendo de sus contagiosas carcajadas. » (Morris;233)
«Sálvanos, Sálvanos, esta fiesta está aburrida!», era la frase que Gabo cantaba a media canción ‘Liz la encueratriz’. La letra fue hecha precisamente evocando los momentos de fiesta en los que uno se desaparece como ente serio y solemne, para convertirse en ‘un elegante rinoceronte’ o románticamente ‘ver culos desnudos en las pupilas del ser amado’.
De Gabo había que aprender a performar sabiéndose humano en todo momento, siendo transparente:
«‘¿Cómo se sienten hoy tus pezones?’ pregunta Gabo Salvaje trompetista de Las izquierdas. «Los pezones se sienten bien» contesta el Panzón anónimo, guitarrista mientras se abre la gabardina para mostrar los adornos que los cubren.» (Orlando Canseco)
En una parte de ‘La risa’, Bergson habla, con algo de ternura y empatía, sobre por qué le parece tan cómico el personaje de Don Quijote:
«…una cosa es caerse en un pozo por torpe distracción, y otra cosa es caerse por ir mirando una estrella… estos espíritus soñadores, estos exaltados, estos locos tan extrañamente razonables, nos hacen reír hiriendo en nosotros las mismas cuerdas, poniendo en juego el mismo mecanismo interior que la víctima de una novatada o el transeúnte que resbala en la calle. También ellos son andarines que caen, ingenuos a los que se les burla, corredores que van tras un ideal y tropiezan contra las realidades, Cándidos soñadores a quienes acecha maligna la vida. Pero son ante todo unos grandes distraídos que llevan sobre los otros la superioridad de su distracción sistemática, organizada en torno a una idea central, y de que sus malandanzas se hallan enlazadas por la misma inexorable lógica que la realidad aplica a corregir los sueños, engendrando así a su alrededor, por efectos capaces de sumarse unos a otros una risa que va agrandándose indefinidamente.» (Bergson:1899:23)