Tesis sobre Las izquierdas día 17

4. Lo que nos legitima

«Finalmente sí, soy una marimacho de puertas para afuera, que es el único lugar desde donde se me ha podido juzgar, de la muralla (que tuve que construir para poder respirar entre todas sus mierdas) para afuera soy todo lo que digan y más, y eso es lo único que podrán ver de mí, mi carcaza, no necesitan hacer más análisis para comprender su diminuta realidad, limpia y ordenada como un pasillo de IKEA. Luego, aquí adentro, yo sé muy bien lo que soy, y lo que significa para mí ser mujer es un concepto tan inmenso y con tantos matices que sería muy difícil que una mujer ‘prototípica’ no se quedara pequeña a mi lado. Hasta un hombre prototípico se quedaría corto.» (Torres:2013;78)

Aquello es lo que Diana nos describe como el resultado de un proceso de reubicación mental en torno a su postura alrededor de aquel término ofensivo ‘marimacho’. Nos deja ver que lo que la legitima como mujer, no es el juicio de los que excluyen las realidades complejas.

 No es tarea fácil transformar los sentimientos de no pertenencia en una alternativa para reubicarnos en un espacio desconocido. Significa, en primer lugar, aceptar que no buscamos crear lazos con instancias que no nos ven. En segundo lugar, significa darnos, a partir de esta limpieza de ideales, a la tarea de vincularnos y con suerte desarrollar el sentimiento de pertenencia en un lugar que sí nos afecte, un espacio donde sí podamos implicarnos.

Me viene a la mente La dignidad zapatista:

«El zapatismo se pretende como un movimiento que actúa desde el exterior sobre los componentes del sistema político y promueve un diálogo sin más restricciones que las decididas por los interlocutores mismos: ‘Respetamos a los que nos respetan. No abrimos la puerta a los que nos desprecian.'» (Le Bot:38)

Claramente estamos hablando de temas complejos: la institución, el dinero, el mercado. Tan complicados por ser los pilares en el concepto actual del éxito. Marina Garcés nos dice:

«La visibilidad que hoy cuenta, por tanto, no es sólo mediática. Es institucional. Ser artista es hoy ganar concursos y solicitudes que le acrediten a uno como tal. Ser arquitecto es ganar concursos. Ser investigador es ganar las convocatorias de investigación del Ministerio o de cualquier otra entidad que se atribuye el rol de otorgar esa condición a quienes aspiran a ella» (Garcés:Abrir los posibles;4)

Pero, valiéndonos de todas las herramientas de reflexión que ya hemos desarrollado, vale la pena ser valientes y plantar cara ante la pregunta: ¿son aquellas las instancias que yo quiero que me otorguen valor? y, sobretodo, ¿en verdad las necesito?

Bruce Lee describía La integridad de este modo: 

«Ser capaces de permanecer fieles a nuestra manera propia de ver la vida. Una persona se hace admirar por su integridad, por no haberse corrompido en el camino, por hacer sido valiente y fuerte a pesar de las dudas y tentaciones (Giménez:77)

La historia de Las izquierdas mantiene flotando estas preguntas, deja abierta la carne, sensible a las palabras y cuestionamientos que la toquen. Sencillamente porque no hay forma de comprobar y medir el valor, de legitimarla. Nadie salió millonario de ella, ninguno ganó algún premio, y nadie violó ningún contrato legal al darla por terminada. 

«A Las izquierdas con amor…

Ayer después de mucho tiempo, regresé a Alicia. Regresé nada más y nada menos que a la presentación del primer disco de Las izquierdas, la banda de punk del Panzón anónimo (Andy Mountains), Mery Buda y Gabo Salvaje (Juárez Romero). Sabía que ir era garantía de pasar un muy buen rato, pero lo que me tocó ver y vivir no podría siquiera habérmelo imaginado. 

El lugar se llenó de cuerpos bailantes, dueños de sus propias voces, desnudos, gozosos, liberados, llenos de ellos, de lo que son y de todo lo que inunda esos cuerpos desnudos, gozosos, bailantes. Me ubiqué cerca del tubo porque me resulta irresistible presenciar la maravilla de esas promesas de crisálidas que resbalan por el hilo plateado, preparándose para cuando posean sus propias alas. Y vuelan, convulsas, disfrutando del ritual ante mis ojos. 

De pronto  la guitarra y las armónicas impregnaron el lugar mientras los acordes de la gran rola de Rockdrigo González cambiaban por completo la atmósfera. 

Cabalgo sobre sueños, innecesarios y rotos, prisionero iluso de esta selva cotidiana…

Las voces de Andrés y Mery acariciándose la una a la otra, mientras la armónica de Gabo les acompañaba con su llanto. Compases melancólicos, llenos de las palabras que enseñan, que recuerdan, que nos hablan a todos porque hablan de todos, de todo, de lo auténtico, de lo que nutre, pero también de lo que duele.

No tengo tiempo de cambiar mi vida

La máquina me ha vuelto una sombra borrosa…

Los ojos se me anegaron de lágrimas que, de no caber, se dejaron caer. Y lloré, lloré como llevaba tiempo necesitando llorar. Lloré conmovida, desde el fondo del alma, de las entrañas, del corazón. Lloré por mí y por todos mis compañeros, porque es la mejor manera de llorar. Y lo que me pasó me hizo un profundo bien. Cuando acabó la canción y regresamos al punk, mi carga se había aligerado un montón.

Gracias Panzón anónimo, Mery Buda y Gabo Salvaje por lo que nos regalaron ayer en la noche. Gracias por su subversiva presencia, por su lúcida inocencia, por lo valiente de su desmadre. Y gracias a Las izquierdas, como proyecto, por hacer tan feliz a una de las personas que más quiero en el mundo mundial: Juárez Romero querido, no tienes idea de la alegría que me da verte tan bien, tan pleno, tan vivo, tan lleno de razones. 

Por eso y por muchas cosas más, y de corazón, ¡Larga Vida a Las izquierdas!»

(Dominique Amezcua)

Vale la pena mencionar que la legitimidad no es un tema que yo supiera que fuera especialmente del interés de Gabo. Sin embargo su constante búsqueda por hallar en la historia de la música y del underground, música e imágenes que él hallara acordes a su sentir, el punk, los fanzines, la prensa subterránea y demás informaciones, me llevan a pensar (también a partir de la legitimidad que nos otorgaba a Las izquierdas cantar No tengo tiempo) que, además de la legitimidad que te otorga estar entrañablemente seguro de lo que estás haciendo, una conciencia reflexionada sobre las manifestaciones afines es una manera de legitimar el propio camino. Y precisamente evitar moverse con la corriente de los requerimientos de instancias que no nos competen y, sobretodo, usar palabras que no nos incluyen en realidad:

«Uno no es ajeno a lo que está pasando, y ahí es donde esa individualidad se puede ver permeada de todo lo que está a tu alrededor. No necesariamente tenemos que conocer el punto de vista o lo que siente cada uno de los mexicanos o de los defeños, pero sí sabemos, sí leemos algunas cosas, vemos lo que sucede, platicamos con la gente, con nuestros conocidos, con nuestros amigos, con la gente. Independientemente uno no puede dejar de estar en esta interacción humana y eso te da mucho para que cuando tú plasmas esas rolas o quieres hacer esas madres, ya vas cargando un chingo de cosas. Por eso cuando plasmas ese coraje, esta intención pues ya no solo van tus palabras, van las palabras que recordaste de aquella persona con la que platicaste, o de aquella cosa que viste. Entonces ahí ya estás hablando por muchas personas, entonces ya no dejas a un lado.» (Gabo en entrevista con Claudia Jiménez)

La legitimidad de lo que se está haciendo, entonces se puede medir de otras formas. García Canclini, el antropólogo y crítico cultural, nos dice:

«Ser escritor o artista, por tanto, no sería aprender un oficio codificado, cumplir con requisitos fijados por un canon y así pertenecer a un campo donde se logran efectos que se justifican por sí mismos. Tampoco pactar desde ese campo con otras prácticas -políticas, publicitarias, institucionales- que darían repercusión a los juegos estéticos. La literatura y el arte dan resonancia a voces que proceden de lugares diversos de la sociedad y las escuchan de modos diferentes que otros, hacen con ellas algo distinto que los discursos políticos, sociológicos o religiosos. ¿Qué deben hacer para convertirse en literatura o en arte? Nadie lo sabe de antemano.» (García Canclini:Resistencia;27)

A lo mejor un buen fitro sería, antes que ponernos a especular sobre si lo que hacemos es legal en los ojos del mundo exterior, preguntarnos si lo que hacemos es legítimo para nuestro propio criterio. Es decir, identificar si nuestro cuerpo está coordinado con nuestras palabras, si nuestro ser entero se halla en ellas. Sólo ante esto podremos ser honestos con la legitimidad de nuestras declaraciones, Marina Garcés nos dice:

«En el contexto desde el que escribo, de vidas precariamente acomodadas, de políticas nocturnas y paseos soleados de domingo, ¿qué puede significar poner el cuerpo? No podemos saberlo, cada situación requerirá de una respuesta, de una toma de posición determinada, y todo cambia rápidamente hacia umbrales que nos cuesta imaginar, pero antes que nada significará poner el cuerpo en nuestras palabras. Hemos alimentado demasiadas palabras sin cuerpo, palabras dirigidas a las nubes o a los fantasmas. Palabras contra palabras, decía Marx. Son ellas las que no logran comprometernos, son ellas las que con su radicalidad de papel rehuyen el compromiso de nuestros estómagos. Poner el cuerpo en nuestras palabras significa decir lo que somos capaces de vivir o, a la inversa, hacernos capaces de decir lo que verdaderamente queremos vivir.» (Garcés:Un mundo común)

 

John Lydon, figura del punk caracterizada por la no-legitimacion externa, habla así sobre Iggy Pop:

«Una vez vi el video de un directo de Iggy Pop, sólo una canción. Estaba cantando ‘Down in the street’ y me quedé tan impresionado con lo valiente que era su música, tan ruidosa. Y no le temblaban las piernas, al contrario, el tío lo daba todo, a tope. Ahí estaba él, con su larga melena rubia, tan lujuriosa, y con su rímel (Iggy Pop, por favor!). Me encantó porque el tío no escondía ni huía de su mensaje, para nada; parecía estar diciendo ‘aquí estoy, así que ve acostumbrándote’. Menudo coraje. Sin concesiones.

Nadie puede esperar gustar a todo el mundo y os diré que a veces es mejor no gustar. En cualquier caso, una vez has tenido la cara dura de subirte a un escenario, te pertenece. No huyas, no te escondas.» (Lydon)

Ante esto me queda decir, que parte de la intención de esta tesis, además de comprender mis propios procesos, incluye el decirle a mis dos compañeros de banda que, a mis ojos, lo que hicimos es muy valioso, no por el reconocimiento que obtengamos o no, sino por el sentido tan fresco que le ha dado a mi persona. Una vez más utilizaré la historia del zapatismo, para legitimar mis palabras:

 

«Combatieron durante doce días y ocuparon durante algunas horas un puñado de municipios en los confines de México. Nosotros peleamos desde hace 30 años, controlamos grandes porciones del territorio nacional y golpeamos donde queremos. 

Y sin embargo, nadie se interesa por nuestras acciones, mientras que las de ellos han levantado una ola de simpatía alrededor del mundo.’ Estas amargas reflexiones de un guerrillero colombiano ilustran una diferencia profunda. Como otras guerrillas de 30 años, la colombiana, heredera en sus diversas variantes (comunista ortodoxa, castrista y maoísta) de la época de la guerra fría y que hoy participa en la generalización de la delincuencia y el crimen organizado en el país, tampoco tiene nada que decirnos. El interés que suscita el zapatismo, en cambio, radica en la medida de su capacidad de crear sentido.» (Le Bot:50)