Payá, V. (2006). Vida y muerte en la cárcel: estudio sobre la situación institucional de los prisioneros. México: Plaza y Valdés.
Subtema El tatuaje y el cuerpo (pag 284)
En principio, el tatuaje es un acto de ritualización sobre el cuerpo. Señala la entrada y la pertenencia social. Entre los prisioneros hay dos formas de inscribir los tatuajes. La primera y más antigua es conocida como la elaboración “a mano”. Este tipo de tatuajes se realizan con una aguja que se va mojando en la tinta para después aplicarse con la mano, sobre el dibujo previamente colocado sobre la piel. Esto se lleva acabo de la siguiente manera: en un papel se diseña la figura seleccionada, después se le coloca desodorante y se pega a la piel, donde queda plasmada. Ya sobre este primer grabado se lleva a cabo, siguiendo las líneas, el tatuaje. La aguja va perforando la piel e incrustando la tinta. El segundo método es por medio de “maquinitas” elaboradas en el penal con algún pequeño motor extraído de alguna grabadora o juguete que moviliza regular y rápidamente la aguja; esta última puede ser confeccionada con una cuerda de guitarra. La diferencia del dibujo de una u otra técnica radica fundamentalmente en el grosor de las líneas, en la variedad de tonos y en la precisión de todo el trabajo. De hecho, se empiezan a sustituir los tatuajes denominados “de punto” de tipo más rudimentario por los confeccionados por medio de “máquinas”, puesto que éstos son valorados por su precisión técnica al lograr efectos de color más variados, sutiles y uniformes. (pag 284-285)
Sin embargo, el valor atribuido al tatuaje no sólo está dado por su alcance “estético”, ya que en prisión éste no es el criterio principal para presumir un tatuaje; antes bien, los criterios de procedencia, de la condición em la que se decidió colocarse, del valor sentimental , etc., son los que más se respetan y valoran. Tal es el caso de aquellos prisioneros que portan un tatuaje proveniente de las Islas Marías o del Palacio Negro de Lecumberri. (pag 285)
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Las imágenes de los relojes corroboran de forma directa este sentimiento del transcurrir de la vida. El paso cronológico del tiempo es experimentado como retraso, desatención, abandono, desesperanza. Se espera siempre: la llegada de los seres queridos, el cumplimiento de la sentencia, el tiempo. Uno de los prisioneros muestra en el centro del abdomen un reloj de arena elaborado con dos tazas invertidas. La taza de arriba muestra un rostro sonriente que deja caer los últimos granos de arena; la taza de abajo, de forma invertida, muestra un rostro llorando. Para el interno, la alegría de una de las caras se debe a que “se terminó el día”, y la tristeza de la otra es “porque también se terminó el día”, chispa de una dialéctica intuitiva que trata de comprender las causas de encontrarse simultáneamente feliz y triste cuando se logra terminar un día en la cárcel (pag 289)
El tiempo en el encierro suscita un efecto desmoralizador que se explica por la distancia obligada que separa al preso de sus seres queridos. En algunos de ellos la situación se agrava al ser totalmente abandonados; en el lugar de la ausencia permanece para siempre la marca del tatuaje. Una presa comenta sobre los nombres que lleva tatuados: “Nunca vienen a verme, mi familia vive muy lejos, por eso puse el nombre de mi madre y otros familiares, para que parezcan que están muertos, ¡mejor así! Darlos por muertos. La muerte está para que crean en ella, y los que no creen pues que no crean” (pag 289)
Este cambio en el sentido del tiempo se encuentra plasmado en los tatuajes de muchas formas. No sólo es tiempo cronológico como comúnmente se piensa, como observamos en la cita anterior: es tiempo referido a la pérdida, es decir, a una situación similar a la del duelo. El sujeto en cautiverio se enfrenta a una situación mutilante, la vida se afirma en su finitud, los límites que las rejas y las paredes imponen reavivan la inquietante idea de la muerte. La conciencia del tiempo da señales muy variadas: la enfermedad, la vejez, una mutilación, la pérdida de un ser querido, etc. (pag 289)
El fin de cada visita familiar es difícil de asimilar. Los seres queridos al despedirse, involuntariamente resucitan de las profundidades del inconsciente, la pulsión mortífera. La pérdida no logra ser del todo metaforizada… En su lugar, el tatuaje deja su marca… Es usual que, cuando los familiares se retiran del penal, el estado anímico del prisionero decaiga. Los internos saben bien de este problema depresivo al que denominan con el apelativo de “carcelazo” (pag 291)