Revel, Jean-François. El conocimiento inútil

Revel, J. (1988). El conocimiento inútil [versión para lector digital]. EPubLibre

Un gran sabio puede forjarse sus opiniones políticas y morales de manera tan arbitraria y bajo el imperio de consideraciones tan insensatas como los hombres carentes de toda experiencia sobre el razonamiento científico. No existe dentro de su persona una osmosis entre la actividad en la que su disciplina le obliga a no afirmar nada sin pruebas y sus opiniones sobre las cosas de la vida y los asuntos corrientes, en que obedece a las mismas incitaciones que cualquier otro hombre. Puede, igual que éste, de manera idénticamente imprevisible, inclinarse por el buen sentido o por la extravagancia, y eludir la evidencia cuando ésta contradice sus creencias, sus preferencias o sus simpatías. Por consiguiente, vivir en una época modelada por la ciencia no nos hace a ninguno de nosotros más aptos para comportarnos de manera científica fuera de los ámbitos y de las condiciones donde reina inequívocamente la obligación de los procedimientos científicos. (pag 24)

La distinción platónica entre la opinión y la ciencia o, para traducirlo mejor (en mi opinión), entre el juicio conjetural (doxa) y el conocimiento cierto (episteme), proviene de la materia sobre la que se opina y no de la actitud del que opina. Se trate de simple opinión o de conocimiento cierto, en ambos casos Platón supone la lógica y la buena fe. La diferencia resulta de que el conocimiento cierto se refiere a objetos que se prestan a una demostración irrefutable, mientras que la opinión se mueve en esferas donde no podemos reunir más que un conjunto de probabilidades… La conjetura no es lo arbitrario. No requiere ni menos probidad, ni menos exactitud, ni menos erudición que la ciencia. Por el contrario, requiere tal vez más, en la medida en que la virtud de la prudencia constituye su principal parepeto. (pag 27)

… la mayor parte, con mucho, de las cuestiones sobre las cuales la humanidad contemporáneo forma sus convicciones y toma sus decisiones corresponde al sector conjeturable y no al sector científico del pensamiento. Pero no por ello dejamos de gozar de una superioridad considerable sobre los hombres que vivieron antes que nosotros, pues en ese mismo sector conjeturable podemos explotar una riqueza de informaciones que les era desconocida. (pag 28)

Por diversas que sean, todas las civilizaciones viven hoy en una perpetua interacción, cuya resultante común, a la larga, pesará más sobre cada una de ellas que sus particularidades separadoras. Se admite ya como evidente la existencia de esta interacción en las esferas económicas, geopolíticas y geoestratégicas. En cambio, se tiene menos en cuenta,a despecho de todas las habladurías, hasta qué punto la información se ha convertido en el intrumento principal, como agente permanente de la omnipresencia del planeta en sí mismo. No la verdadera información, por cierto… sino el continuo torrente de mensajes que empieza a inundar a los espíritus desde la escuela, pues la enseñanza no es más que una de las ramas de la información. Cada minuto el hombre tiene una imagen del mundo y de su sociedad en el mundo. Actúa y reacciona en función de esa imagen. No cesa de transformarla o de confirmarla. Cuanto más falsa es, más peligrosas son sus acciones y sus reacciones tanto para él como para los demás. (pag 32)

Que un ministro de Economía cingalés amigo mío consulte a un brujo para contrarrestar el hechizo que sufre su suegra, puede sorprenderme, pero su «identidad cultural» en ese asunto ni me concierne ni me molesta, aunque me parezca irracional e ineficaz, incluso respecto al problema de la suegra. En cambio, cuando ese mismo ministro participa en una conferencia del Fondo Monetario Internacional, se inserta sin escapatoria posible en el contexto universal de la racionalidad económica. Entonces, como profesional, aprueba aquellos axiomas. Rechazarlos presupondría excluirse del sistema o provocar la parálisis del mismo. En la esfera racional, sólo puede actuarse racionalmente, pero es evidente que al realidad y la vida conllevan muchas otras esferas. (pag 37)

… la palabra racionalismo no ha cesado de cambiar de significado. Puede, por ejemplo, designar los grandes sistemas metafísicos del siglo XVII y quiere decir, como en Descartes o Leibniz, que el universo es racional porque Dios mismo es razón. Puede igualmente designar, en el siglo siguiente, lo contrario, de manera que el «culto de la Razón» adquiere entonces una acepción ante todo antirreligiosa y atea. La Razón deviene la facultad humana por excelencia, y las «Luces» se oponen a las «supersticiones», a la barbarie, a las restricciones «liberticidas» que no autoriza ninguna ley… A partir de principios del siglo XIX (el vocablo se forja y se extiende, por otra parte, en esa época) los adeptos del racionalismo son ante todo los enemigos de los dogmas y los fieles de la ciencia. (pag 39)

En otro sentido aún, la palabra racionalismo, en los siglos XIX y XX, se utiliza peyorativamente para designar la actitud cerrada, llamada en francés como escarnio «cientificismo», idea fija que consiste en reducir toda la actividad del espíritu a su componente lógico, ignorando la originalidad y la función del mito, de la poesía, de la fe, de la ideología, de la intuición, de la pasión, del culto de lo bello e incluso de la sed de lo feo y del mal, del deseo de servidumbre y del amor por el error. (pag 40)

Incluso si es un sectarismo cientificista lo que me impulsa a explicar mi gripe por un virus más que por un maleficio echado por un vecino malintencionado, ciertamente aumentaré mis posibilidades de curarla atacando al virus y no al vecino. Aunque haya millones de personas , hasta en las ciudades del racionalismo occidental, que creen o se figuran creer en la astrología, esos mismo individuos cuando quieren cubrirse contra un eventual peligro futuro antes que a su astrólogo van a consultar a su agente de seguros. El más feroz defensor del ocultismo prefiere antes de emprender un viaje confiar la revisión de su coche a un mecánico que a un mago. Del mismo modo, los guías intelectuales o políticos de las sociedades en que se exalta la «identidad cultural» antioccidental viven y funcionan en dos sectores a la vez: un sector verbal, en el que se cantan a la «identidad cultural» y el sector operativo, en que saben muy bien que los tractores y los abonos son mucho más útiles a la agricultura que los discursos. (Revel;1988;42)

Un jefe de Estado que conozco bien, por la mañana pronuncia una diatriba ardiente contra las compañías multinacionales, y por la tarde despliega todos sus esfuerzos y su encanto para incitar al presidente de una de esas mismas compañías a invertir en su país y crear una de sus filiales en él. No veamos aquí una contradicción, sino, a lo sumo, un desdoblamiento. A causa de la identidad cultural, ese dirigente debe, primero, seguir la moda del lirismo tercermundista y después, como hay que vivir, debe ponerse a trabajar y reintegrarse al universo lógico a fin de atraer a los capitales. Sean cuales sean las cegueras ideológicas y las extravagancias de la propaganda, existe así, por primera vez en nuestros días, un fondo común mundial de informaciones y de racionalidad en el que todos los gobiernos coinciden, por lo menos con intermitencias, y en que incluso los más delirantes hacen de vez en cuando una incursión forzada. Todo país vive hoy bajo la influencia de ese fondo mundial de informaciones, sea para aprovecharse de él, sea para resistirle, o para tratar de adulterarlo en su provecho, pero sin conseguir jamás sustraerse a él, ni escapar al contragolpe de lo que en él se vierte en cada instante. (Revel:1988;44)

A pesar de estas diferencias entre las sociedades contemporáneas  y entre los miembros de cada una de ellas, una gran novedad destaca: la dificultad, para ver claro y actuar juiciosamente, no se debe ya, actualmente, a la falta de información. La información existe en abundancia. La información es el tirano del mundo moderno, pero ella es, también, la sirvienta. Estamos, ciertamente, muy lejos de saber en cada caso todo lo que necesitaríamos conocer para comprender y actuar. Pero abundan aún más los ejemplos de casos en que juzgamos y decidimos, tomamos riesgos y los hacemos correr a los demás, convencemos al prójimo y de incitamos a decidirse, fundándonos en informaciones que sabemos que son falsas, o por lo menos sin querer tener en cuenta informaciones totalmente ciertas, de que disponemos o podríamos disponer si quisiéramos. Hoy, como antaño, el enemigo del hombre está dentro de él. Pero ya no es el mismo: antaño era la ignorancia, hoy es la mentira. (pag 47)

Es duro vivir sin ideología, ya que entonces uno se encuentra ante una existencia que no conlleva más que casos particulares, cada uno de los cuales exige un conocimiento de los hechos único en su género y apropiado, con riesgos de error y de fracaso en la acción, con eventuales consecuencias graves para uno mismo, con peligros de sufrimiento y de injusticia para otros seres humanos, y con una probabilidad de remordimiento para el que decide. Nada de esto le puede suceder al ideólogo, que se sitúa por encima del bien y del a verdad, que es él mismo la fuente de la verdad y del bien. (Revel:1988;409)

Aunque la ideología no posea eficacia, en el sentido de que no resuelve ningún problema real, ya que no proviene de una análisis de los hechos, sin embargo está concebida con vistas a la acción; transforma la realidad e incluso mucho más poderosamente de los que lo hace el conocimiento exacto. Éste es, incluso, todo el objeto de este libro. La ideología es ineficaz en el sentido de que no aporta las soluciones anunciadas por su programa. Así, la colectivización de las tierras suscita no la abundancia, sino la penuria. Pero no por ello tiene una menor capacidad de acción sobre lo real, porque precisamente ella puede hacer pasar a los hechos e imponer a varios centenares de millones de hombres una aberración económica fatal para la agricultura. En otras palabras, la colectivización no es una verdad agrícola, pero sí una realidad ideológica que, aunque destructora de la agricultura, ha sido mucho  más concretamente extendida en el siglo XX que la simple verdad agrícola. Si se añaden a la Unión Soviética, a China, a Vietnam, a Cuba, los numerosos países del Tercer Mundo donde las experiencias de granjas colectivas, de cooperativas y gestión estatal han arruinado a la agricultura tradicional sin remplazarla por una agricultura moderna, se observa que el delirio ha igualado, por lo menos, en nuestra época, al pragmatismo. (pag 412)

… la ideología no depende en ningún caso de la distinción de lo verdadero y lo falso. Es una mezcla indisociable de observaciones de hechos parciales, seleccionadas por las necesidades de la causa, y de juicios de valos pasionales, manifestaciones del fanatismo y no del conocimiento. Para Shils, el brillo de la ideología está amparentado con el del profeta, del reformador religioso, no del sabio, aunque estuviera equivocado. (Revel:1988;415)

La explicación por el fanatismo puro no basta para describir lo que es un sistema ideológico ni su capacidad para operar en la realidad. Tal es el motivo por el que se vuelve al punto de partida: la ideología incluye siempre un elemento, si no racional, por lo menos «comprensible», como decía Max Weber, y una dosis de eficacia. Es tanto más necesario cuanto que la ideología, y ello es uno de sus componentes capitales, actúa sobre las masas y las hace activas. Modela, a veces, una civilización entera o por lo menos un segmento social o cultural: los intelectuales, los ejecutivos, los obreros, los estudiantes. No se puede empezar a hablar de ideología más que en presencia de creencias colectivas. El ideólogo solitario es relativamente inofensivo. (pag 417)

Pues la ideología es una mezcla de emociones fuertes y de ideas simples acordes con un comportamiento. Es, a la vez, intolerante y contradictoria. Intolerante, por incapacidad de soportar que exista algo fuera de ella. Contradictoria, por estar dotada de la extraña facultad de actuar de una manera opuesta a sus propios principios, sin tener el sentimiento de traicionarlos. Su repetido fracaso no la induce nunca a reconsiderarlos; al contrario, la incita a radicalizar su aplicación. (Revel:1988;419)

Y, sin embargo, incluso en nuestro tiempo abundan las ideologías que no son políticas. Se encuentran en la filosofía, en la moral, en el arte e incluso en las ciencias. Si se considera que la ideología tiene, tal vez, por principio característico la impermeabilidad a la información, con vistas a la protección de un sistema interpretativo, se comprueba que el ropaje ideológico inmuniza a constelaciones de creencias contra los embates de lo real en casi todas las esferas del pensamiento y de la actividad humanos. La ideología es política cuando tiende a la conquista o la conservación del poder. Pero todas las ideologías no tienen el poder como primer objetivo, aunque ninguna esté completamente despojada de fines interesados. Al deseo de dominación intelectual se une el de preservar la influencia, aunque sólo fuera de una camarilla, de una fuente de posiciones universitarias, de recursos materiales y de satisfacciones honoríficas. (Revel:1988;424)

Me di cuenta: me hallaba en presencia de un caso de impotencia de la ciencia para contrarrestar la ideología. La utilización ideológica de la biología, como más tarde la utilización ideológica de la psiquiatría o de la lingüística por Michel Foucault o por Roland Barthés, no dependen, según sus adeptos, del tribunal de la exactitud, cuya competencia recusan considerando que no tienen que dar explicaciones a un «cientificismo» obtuso. La función de las ideologías de consonancia científica consiste en poner el prestigio de la ciencia al servicio de la ideología, no en someter la ideología al control de la ciencia. (pag 432)

No se le pedía nada más que cumplir esa misión ideológica. Evidentemente, nadie le había leído nunca con el objetivo principal de informarse sobre las ciencias de la vida. Pero -y ahí radica toda la ambivalencia de la ideología- todos debían fingir haberlo leído con ese objeto, apartándose, no obstante, horrorizados de todo examen crítico de la seriedad de su base científica. (pag 432)