Sánchez Vázquez, Adolfo. Sobre arte y revolución

Sánchez Vázquez, A. (1979) Sobre arte y revolución. México: Editorial Grijalbo

[Este capítulo fue escrito en junio de 1972]

La transformación del producto artístico en mercancía significa que el valor de uso (estético) del producto se sujeta al valor de cambio en el mercado y que, por tanto, la creación tiene que ajustarse a las leyes de la economía. Con ello no hace más que extenderse al arte la ley de la producción material en la sociedad capitalista como producción para el cambio o, más exactamente, para la obtención de beneficios. Es la misma ley que tiende a convertir un trabajo en un sentido económico improductivo (como era el artístico en otras sociedades) en un trabajo productivo. Todo esto es lo que Marx vino a afirmar al sentar la tesis de la hostilidad del capitalismo al arte. Esta contradicción entre arte y capitalismo no es casual, sino esencial; se encuentra determinada por la naturaleza misma de la producción capitalista, en cuanto que sus leyes tienden a extenderse a todas las actividades humanas; es decir, a comercializar y mercantilizar todo. Ya en la esfera del trabajo, la producción capitalista entra en contradicción con su principio creador, y el trabajo adquiere la forma de un trabajo enajenado.
Si el arte es, ante todo, un trabajo creador, la verdadera producción artística se convierte en la antítesis de la producción material capitalista que niega lo que es esencial en el arte: su creatividad. (Sánchez Vázquez:1979;64)

La muerte del arte es decretada, a veces, desde adentro. Los constructivistas lo niegan como actividad autónoma; los dadaístas y surrealistas gritan “¡abajo el arte!”; Marcel Duchamp envía un urinario a una exposición con su firma para negar así el estatuto de obra de arte. Desde hace medio siglo no han dejado de escucharse los gritos contra el arte, por verse en él la inversión de la vida misma. En el Mayo francés, estos gritos pasaron de los artistas a los estudiantes. “El arte ha muerto, liberemos la vida”, decía una inscripción en la Soborna. Pero estos gritos y gestos no se lanzan en realidad contra el arte como actividad creadora, sino contra una ideología estética burguesa que hace del arte una mercancía o un cómodo sillón que asegura beneficios en un caso o una cómoda complacencia con los valores tradicionales en otro.
Desde el dadaísmo hasta nuestros días los artistas se han empeñado en una vasta empresa de destrucción de los valores tradicionales. Al atacar al arte, apuntaban en realidad a la ideología burguesa. Sin embargo, no debe exagerarse el alcance de su empresa. Sus protestas nihilistas o abstractas se han traducido en muchos casos en una reacción romántica o irracionalista contra fenómenos típicamente modernos (la industrialización, la masificación y la burocratización), pero sin ver sus raíces sociales. En otros casos, su radicalismo pequeño-burgués les hace abrigar la ilusión de que sus gritos y sus gestos pueden desempeñar un papel decisivo en la destrucción de la vieja sociedad. Confunden así la revolución en el arte, o contra el arte, con el arte de la revolución, confusión que la burguesía hace ya tiempo no tiene y que está interesada en alimentar, y que de hecho alimentam al lograr conjugar la rebeldía de muchos artistas con su sometimiento a las leyes del mercado. (Sánchez Vázquez:1979;67)

No falta quienes ven la muerte del arte en el hecho de que, en nuestra época, trata de integrarse en el mundo de la producción, o más exactamente, de conjugar lo estético y lo útil, o bien, de aliar la forma y la función. Para muchos, estas alianzas, que se reducen en definitiva a la alianza entre el arte y la técnica, constituyen verdaderos contubernios que sólo pueden ser mortales para el arte, para los valores estéticos.
Sabemos que esto que hoy niegan algunos constituyó una de las grandes preocupaciones y aportaciones de los artistas soviéticos en los primeros años de la Revolución y que, actualmente, esta integración de lo estético y lo útil sigue siendo una de las grandes necesidades del arte en nuestro tiempo, para ser verdaderamente arte de de su tiempo. Pues ¿cómo es posible que el arte pueda vivir hoy de espaldas a esta enorme realidad de la técnica y empeñarse en crear como si se viviera en el mundo no ya del Renacimiento o del siglo pasado, sino de comienzos de nuestro siglo [habla aquí del siglo XX, el ya pasado]? Los que ven en el asombroso progreso de la técnica y en el acercamiento a ella un signo mortal, se aferran a una concepción del arte, de sus medios de expresión o técnicas expresivas, que corresponde a un mundo que ya no puede volver. La antinomia entre el arte y la técnica es tan románticamente reaccionaria como la que le sirve de base: entre el hombre y la técnica.
Ciertamente, no es la máquina (o la técnica) la que se vuelve contra el hombre, sino cierto uso humano o social de ella, de acuerdo con las relaciones de producción dominantes. La supuesta antinomia entre el arte y la técnica viene a sancionar esa idea regresiva de la técnica. De acuerdo con ella, se establece un reparto de papeles muy desigual: el arte sería la expresión de la libertad, de lo espiritual, de lo verdaderamente humano; la técnica, de la esclavitud, de lo material, de lo inhumano. Pero arte y técnica son actividades humanas, y no se puede negar, en nombre del principio creador del arte, a la técnica. Por otro lado, ha de verse en ella un factor de su propio desarrollo y no un obstáculo. (Sánchez Vázquez:1979;68)

…lejos de oponerse técnica y arte, y de prepararse el segundo a morir en manos de aquélla, el arte se enriquece cuando se sitúa creadoramente ante la técnica y logra usarla estéticamente o estetizar sus mecanismos o los productos industrales.(Sánchez Vázquez:1979;68)

…la sujeción económica ha dejado paso a la sujeción ideológico-política. La economía cede su sitio a la política, y nuevos peligros amenazan al arte: legislación en materia de estética e intervención del Estado en el proceso creador con la consiguiente negación (o al menos, limitación) de la libertad de creación, logro de una fácil comunicabilidad a expensas de la renovación de los medios de expresión. Lo que el artista gana en seguridad, lo pierde a veces en creatividad. El arte de la revolución pretende afirmarse con principios, valores y medios ya caducos; justamente, los que fueron inventados para poder captar otra realidad. El arte de la revolución deviene así la contrarrevolución en el arte. (Sánchez Vázquez:1979;69)

… si el hombre es ante todo un ser creador, sus posibilidades creadoras deben ser actualizadas, en mayor o menor grado, no sólo en individualidades excepcionales, sino a escala social. La creación significa extender el área de la creatividad que, en la sociedad capitalista, deja fuera de ella a las grandes masas de población.
La obra de arte ha de ser no sólo un objeto a contemplar, sino a transformar, contribuyendo así a ampliar el área de la creatividad. Esto significa la necesidad de ir más allá de la concepción tradicional del arte como actividad propia del artista excepcional cuyos frutos deben ser contemplados por una minoría y, en el mejor de los casos, por la masa. Esta nueva concepción del arte es exigida por la necesidad de contribuir a que el hombre despliegue en escala masiva y no sólo privilegiada sus posibilidades creadoras. Ello exige, a su vez, no sólo la abolición del arte minoritario y la dicotomía arte minoritario-arte de masas, sino también superar la concepción del arte social, público (que considera el problema resuelto al pasar del cuadro de caballete al mural). Cierto es que aquí cambia la amplitud del círculo que consume la obra, la cual no es desdeñable. Pero la relación entre obra y espectador (el modo tradicional de apropiación estética) se mantiene: el artista -como creador privilegiado- ofrece su creación a un público o masa que se limita a contemplarla pasivamante. (Sánchez Vázquez:1979;71)
 
El objeto artístico es un puente entre el creador y los hombres de su tiempo. (Sánchez Vázquez:1979;71)

“si de lo que se trata es ante todo de instaurar y construir una nueva sociedad que permita desplegar, no sólo en un sector privilegiado, sino en la sociedad entera, la capacidad creadora de los hombres, el arte debe contribuir a extender el área de la creatividad, cambiando radicalmentela relación con la obra, haciendo que el consumidor no se limite a asumir pasivamente lo ya producido, sino a insertarse en un proceso de creación, en el cual la obra producida por el artista sería una etapa importante, pero no la última. Conforme a la dialéctica de la producción y el consumo… sin producción no hay consumo; aquélla proporciona la materia a ésta. Pero la producción no existe sin consumo (“el producto sólo conoce su cumplimiento final en el consumo”)… la producción no sólo crea productos, sino también el modo de consumirlos. Al modo de producción que hasta ahora ha dominado -y que ha surgido en las condiciones sociales de la apropiación privada- ha correspondido una forma de apropiación estética contemplativa. Ahora bien, si se trata de desarrollar la potencia creadora del hombre a escala social, se requiere una nueva forma de producción artística a la que corresponda otra forma, también nueva, de apropiación estética.  (Sánchez Vázquez:1979;71)

…la producción artística ha de crear con su obra posibilidades de creación que deben ser asumidas o realizadas por el consumidor, quien de este modo continúa el proceso creador. Este es el tipo de producción artística que, en nuestra época, comienza a darse con el tipo de obras que Umberto Eco ha bautizado como “abiertas”. (Sánchez Vázquez:1979;72)

El proceso creador como proceso colectivo e ininterrumpido, sin excluir el papel del individuo, conduce a extender el dominio del hombre social como ser creador.
En este sentido, es la antítesis de la apropiación privada, burguesa, de los productos creados, y también del consumo masivo de estos que contribuyen justamente a la despersonalización o cosificación.
Esta socialización de la creación -tal como se vislumbra a través de algunas experiencias artísticas de nuestro tiempo- prolonga el acto creador a partir de posibilidades creadas por el artista. De este modo, su papel como depositario único del acto creador desaparece , pero justo es señalar que no todo queda resuelto con este modo de producción y apropiación artísticas. Si bien es cierto que el artista pierde su posición privilegiada como creador, sigue conservando una posición dominante como creador de las posibilidades de creación que otros deben realizar.
Ahora bien, la “obra abierta no tiene por qué ser la única forma de socialización de la creación. Otras formas están por inventarse o crearse. Otras tienen que surgir de la alianza entre arte y técnica, o entre arte y vida cotidiana.  (Sánchez Vázquez:1979;73)