Castañeda, Carlos. Las enseñanzas de Don Juan

Castañeda, C. (1974) Las enseñanzas de Don Juan [versión para lector digital]

 

El último diablero que yo conocí fue S . . . Mató docenas, quizá hasta cientos de personas con su brujería. No podíamos tolerar eso y la gente se juntó y una noche le cayeron por sorpresa y lo quema ron vivo.

-¿Cuándo fue eso, don Gena ro?

-En mil novecientos cuarenta y dos. (15)

En septiembre de 1965 interrumpí voluntariamente el aprendizaje.

Varios meses después de mi retirada, medité por primera vez en la idea de ordenar sistemáticamente mis notas de campo. Como los datos que había reunido eran bastante voluminosos e incluían mucha información miscelánea, empecé por tratar de establecer un sistema de clasificación. Dividí los datos en grupos de concepto s y procedimientos interrelacionados y dispuse tales grupos en orden jerárquico de importancia subjetiva, es decir, de acuerdo con el efecto que cada uno había tenido sobre mí. En esa forma llegué a la siguiente clasificación: usos de plantas alucinógenas; procedimientos y fórmulas empleados en la brujería; adquisición y manipulación de objetos de poder; usos de plantas medicinales; canciones y leyendas. (17)

El poder de un objeto depende de su dueño, de la clase de hombre que sea. Un objeto de poder cultivado por uno de esos brujos de mala muerte es una idiotez; en cambio, un brujo fuerte y poderoso da su fuerza a sus herramientas (23)

¿Qué objetos de poder tenía usted?

-Maíz pinto, cristales y plumas (23)

En el sistema de creencias de don Juan, la adquisición de un aliado significaba exclusivamente la explotación de los estados de realidad no ordinaria que produjo en mí usando plantas alucinógenas. Creía que enfocando dichos estados y omitiendo otros aspectos del saber que él impartía, yo llegaría a una visión coherente de los fenómenos experimentados. (26)

No rió: dijo con mucha seriedad que, si quería yo aprender, debía ser inflexible conmigo mismo. Sólo una opción me estaba abierta, dijo: renunciar y marcharme, caso en el cual jamás aprendería, o resolver la adivinanza. (40)

Por algún motivo inexplicable, yo tenía miedo a ese lugar, y no me senté en él. Don Juan aseveró que sólo un tonto podía dejar de ver la diferencia.

Le pregunté si cada uno de los dos lugares tenía un nombre especial. Dijo que el bueno se llamaba el sitio y el malo el enemigo; dijo que estos dos lugares eran la clave del bienestar de un hombre, especialmente si buscaba conocimiento. El mero acto de sentarse en el sitio propio creaba fuerza superior; en cambio, el enemigo debilitaba e incluso podía causar la muerte. Dijo que yo había repuesto mi ener gía, dispendiada la noche anterior, echando una siesta en mi sitio. (43)

Creo que andas muy bien. Se me dificulta explicarte ahora cómo y por qué. Pero creo que te fue bien. Verás: a veces él es juguetón como un niño; otras veces es terrible, espantoso. O hace travesuras o es muy serio. No se puede saber de antemano cómo va a ser con otra persona. Pero cuando uno lo cono ce bien . . . a veces. Tú anoche jugaste con él. Eres la única persona que conozco que ha tenido un encuentro así.

-¿En qué forma difiere mi experiencia de la de otros?

-Tú no eres indio; por eso se me dificulta aclarar qué es qué. Pero él o toma a las ge ntes o las rechaza, sin importarle que sean indias o no. Eso lo sé. Las he visto por doce nas. También sé que travesea, hace reír a algunos, pero jamás lo he visto con nadie. (61)

Expuse a don Juan mi sentir con respecto a la experiencia. Desde el punto de vista de mi propuesto trabajo, había sido desastrosa. Dije que no me apetecía otro “encuentro” similar con Mescalito. Acepté que cuanto me ocurrió había sido más que interesante, pero añadí que nada de ello po día realmente impulsarme a buscarlo de nuevo. Creía seriamente no estar hecho para ese tipo de empresas. El peyote me había producido, como reacción posterior, una extraña clase de incomodidad física. Era un miedo o una desdicha indefinidos; una cierta melancolía, que yo no podía definir con exactitud. Y tal estado no me parecía noble en modo alguno. (69)

Tengo secretos. Tengo secretos que no podré revelar a nadie si no encuentro a mí escogido.

La otra noche, cuando te vi jugar con Mescalito, se me aclaró que eras tú. Pero no eres indio.

¡Qué extraño!

-Pero ¿qué significa para mí, don Juan? ¿Qué tengo que hacer?

-Me he decidido y voy a enseñarte los secretos que co rresponden a un hombre de conocimiento.

-¿Quiere usted decir sus secretos sobre Mescalito?

-Sí, pero ésos no son los únicos secretos que tengo. Hay otros, de distinta clase, que me gustaría revelar a alguien. Yo mismo tuve un maestro, mi benefactor, y también me convertí en su escogido al realizar cierta hazaña. El me enseñó todo lo que sé. (72)

Escuchó sin interrumpirme. Hablé mucho tiempo. Luego dijo:

-Todo eso es muy fácil de entender. El miedo es el primer enemigo natural que un hombre debe derrotar en el camino del saber. Además, tú eres curioso. Eso compensa. Y aprenderás a pesar tuyo; ésa es la regla.

Protesté un rato más, tratando de disuadirlo. Pero él parecía convencido de que no me quedaba otra alternativa sino aprender.

-No estás pensando bien -dijo-. Mescalito de veras jugó contigo. Eso es lo único que hay que tener en cuenta. ¿Por qué no te ocupas de eso y no de tu miedo?

-¿Fue tan poco común?

-Eres la primera persona que he visto jugar con él. No estás acostumbrado a esta clase de vida; por eso las seña les se te escapan. Así y todo eres una persona seria, pero tu seriedad está ligada a lo que tú haces, no a lo que pasa fuera de ti. Te ocupas demasiado de ti mismo. Ese es el problema. Y eso produce una tremenda fatiga.

-¿Pero qué otra cosa puede uno hacer, don Juan?

-Busca y ve las maravillas que te rodean. Te cansarás de mirarte a ti mismo, y el cansancio te hará sordo y ciego a todo lo demás.

-Dice usted bien, don Juan, pero ¿cómo puedo cambiar? -Piensa en la maravilla de que Mescalito jugara contigo. No pienses en otra cosa; ,lo demás te llegará por su propia cuenta. (74)

Un hombre va al saber como a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivirá para lamentar sus pasos. (74)

Un aliado es un poder capaz de llevar a un hombre más allá de sus propios límites. Así es como un aliado puede revelar cosas que ningún ser humano podría. (80)

Finalmente dijo que “yerba del diablo” era su nombre de leche. Había, añadió, otros nombres para la yerba del diablo, pero no debían usarse porque el pronunciar un nombre era asunto serio, sobre todo si uno estaba aprendiendo a domar un poder aliado. Le pregunté por qué el pronunciar un nombre era cosa tan grave. Dijo que los nombres se reservaban para usarse sólo al pedir ayuda, en momentos de gran apuro y necesidad, y me aseguró que tales momentos ocu-rren tarde o temprano en la vida de quien busca el conocimiento. (83)