Morris, Desmond. El mono desnudo

Morris, D. (1967) El mono desnudo [versión para lector digital]. ePubLibre

Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales. Se muestra orgulloso de poseer el mayor cerebro de todos los primates, pero procura ocultar la circunstancia de que tiene también el mayor pene, y prefiere atribuir injustamente este honor al vigoroso gorila. Es un mono muy parlanchín, sumamente curioso y multitudinario, y ya es hora de que estudiemos su comportamiento básico. (pag 7)

El estudio que me propongo realizar en este libro extrae su material de tres fuentes principales: 1) la información sobre nuestro pasado desenterrada por los paleontólogos y fundada en los fósiles y en otros restos de nuestros remotos antepasados; 2) la información proporcionada por los estudios de etnología comparada sobre el comportamiento animal, fundada en observaciones detalladas de un gran sector de especies animales y, en especial, de nuestros más próximos parientes vivos, los cuadrumanos y monos; y 3) la información que puede reunirse mediante la observación sencilla y directa de las normas de comportamiento más fundamentales, y más ampliamente compartidas por los ejemplares evolucionados de las principales culturas contemporáneas del propio mono desnudo. (pag 14)

podemos empezar comparándolo con otras especies que parecen íntimamente relacionadas con él. A juzgar por los dientes, las manos, los ojos y varios rasgos anatómicos, es evidentemente una clase de primate, aunque una clase sumamente rara. Esta rareza se pone de manifiesto si ponemos en hilera las pieles de las ciento noventa y dos especies vivientes de cuadrumanos y monos, y después tratamos de insertar un pellejo humano en el lugar correspondiente de la larga serie. Dondequiera que lo pongamos parece estar fuera de lugar. Nos sentimos necesariamente impulsados a colocarlo en uno de los extremos de la hilera, junto a las pieles de los grandes monos rabones, como el chimpancé y el gorila. Pero incluso en este caso aparece ostensiblemente distinto. Las piernas son demasiado largas; los brazos, demasiado cortos, y los pies, bastante extraños. (pag 18)

la piel es virtualmente lampiña. Salvo ostensibles matas de pelo en la cabeza, en los sobacos y alrededor del aparato genital, la superficie de la piel está completamente al descubierto. En comparación con otras especies de primates, el contraste es dramático. Cierto que algunas especies de cuadrumanos muestran pequeñas manchas de piel en el trasero, en la cara o en el pecho, pero en las otras ciento noventa y dos especies nada advertimos, en este aspecto, que se asemeje a la condición humana. Llegados a este punto, y sin más investigaciones, la denominación de «mono desnudo» dada a la nueva especie parece justificada. (pag 21)

los mamíferos adquirieron la gran ventaja fisiológica de poder mantener una constante y elevada temperatura del cuerpo. Esto hace que la delicada maquinaria de las funciones corporales pueda actuar con la máxima eficacia. No es una propiedad que pueda ser puesta el peligro o tomada a la ligera. Los sistemas de control de la temperatura son de vital importancia, y la posesión de una gruesa y aislante capa de vello desempeña principalísimo papel para evitar la pérdida de calor. Bajo una intensa luz solar, evitará también el excesivo calentamiento y que la piel sufra daños por la exposición directa a los rayos del sol. Si el pelo desaparece, es evidente que han de existir poderosas razones para su abolición. (pag 21)

Si observamos a un chimpancé en el momento de nacer, veremos que tiene mucho pelo en la cabeza y que su cuerpo es casi lampiño. Si esta circunstancia se prolongase en la vida adulta del animal por neotenia, la condición pilosa del chimpancé adulto sería muy parecida a la nuestra. (pag 73)

entre el sexto y el octavo mes de su vida intrauterina, está casi completamente cubierto de finísimo vello. Esta envoltura fetal se denomina lanugo y no se expulsa hasta muy poco antes del nacimiento. Los niños prematuros llegan a veces al mundo provistos de su lanugo, para susto de sus padres; pero, salvo en contadas ocasiones, aquél se cae rápidamente. Sólo se conocen unos treinta casos de familias que han producido retoños hirsutos cuyo vello se ha conservado hasta la edad adulta. (pag 76)

Otra teoría por el mismo estilo sostiene que el mono cazador comía de una manera tan desordenada que su capa de pelo tenía que ensuciarse terriblemente, con el consiguiente riesgo de enfermedades. A este respecto, se observa que los buitres, que hunden la cabeza y el cuello en la carne podrida, han perdido las plumas de estas partes del cuerpo; el mismo fenómeno, extendido a todo el cuerpo, pudo producirse en el mono cazador. Pero cuesta creer que su aptitud para fabricar herramientas para matar y despellejar a sus presas precediese a la aptitud para servirse de otros objetos con que limpiar el vello de los cazadores. Incluso el chimpancé salvaje emplea a veces hojas a guisa de papel higiénico, cuando su defecación le resulta dificultosa. (pag 79)

Otra teoría, más ingeniosa, sostiene que, antes de convertirse en mono cazador, el mono salido de los bosques pasó por una larga fase de mono acuático. Se conjetura que se trasladaría a las playas tropicales en busca de comida. Allí encontraría mariscos y otros animales costeros en relativa abundancia, que debían de constituir un alimento más rico y sabroso que el de las llanuras. Al principio, empezaría por buscar entre las rocas y en aguas poco profundas; pero, gradualmente, aprendería a nadar y a sumergirse en busca de la presa. Durante este proceso, dicen, perdería su pelo, como otros mamíferos que volvieron al mar. Sólo la cabeza, que emergería de la superficie conservó su pelo protector para resguardarse de los rayos del sol. Más tarde, cuando sus herramientas (a base, en un principio, de conchas abiertas de moluscos) se hubieron perfeccionado lo bastante, debió de abandonar las playas y dirigirse a los espacios abiertos como un aprendiz de cazador. (pag 79)

Una variante de esta teoría sostiene que la importancia sexual residía, más que en el aspecto, en la sensibilidad al tacto. Puede, en efecto, argüirse que, al exponer la piel desnuda durante los encuentros sexuales, tanto el macho como la hembra se hacían más sensibles a los estímulos eróticos. En una especie en que se estaba desarrollando la ligadura por parejas, esto aumentaría la excitación de las actividades sexuales y apretaría el lazo que unía a la pareja al intensificar el goce de la cópula. (pag 83)

La exposición al aire de la piel desnuda aumenta, ciertamente, la posibilidad de pérdida de calor y, como saben muy bien nuestros bañistas, el peligro de lesiones por la acción de los rayos del sol. Experimentos realizados en el desierto han demostrado que las vestiduras ligeras puede reducir la pérdida de calor al impedir la evaporación del agua, pero reducen también la absorción del mismo en un 55 por ciento, en comparación con el que se absorbe en un estado de desnudez total. A temperatura realmente elevadas, los vestidos, gruesos y holgados, del tipo empleado en los países árabes, ofrecen aún más protección que las ropas ligeras. Cierran el paso al calor exterior y, al mismo tiempo, permiten que el aire circule alrededor del cuerpo y ayude a la evaporación del sudor. (pag 86)

Cuando se dice que alguien «lloraba de tanto reír», se expresa esta relación; pero, en términos de evolución, debería decirse al revés: reímos de tanto llorar. ¿Cómo se produjo esto? Ante todo, es interesante observar lo mucho que, como hábitos de reacción, se parecen el llanto y la risa. Tendemos a olvidarlo, porque ambas acciones responden a estados de ánimo muy diferentes. La risa, como el llanto, requiere una tensión muscular, abrir la boca, distender los labios y respirar exageradamente, con intensas espiraciones. En grados de alta intensidad, incluye también el enrojecimiento de la faz y el humedecimiento de los ojos. Pero las vocalizaciones son menos roncas y no tan agudas. (pag 226)

 

Capítulo 3 Crianza

Parece como si la reacción de la risa fuese una evolución de la del llanto, como señal secundaria producida subsiguientemente. Ya he dicho que el llanto se presenta en el momento de nacer; en cambio, la risa no aparece hasta el tercer o cuarto mes. Esta aparición coincide con el desarrollo del reconocimiento de los padres. El niño inteligente puede reconocer a su padre, pero es el niño que ríe el que reconoce a su madre. Antes de aprender a identificar la cara de su madre y a distinguir a ésta de los otros adultos, el niño puede murmurar y emitir sonidos inarticulados, pero no ríe nunca. Cuando empieza a distinguir a su propia madre, empieza también a tener miedo de los otros adultos, de los extraños. A los dos meses, cualquier cara vieja le da lo mismo; todos los adultos complacientes son bien venidos. En cambio, ahora empieza a madurar el miedo al mundo circundante, y cualquier rostro desconocido es capaz de trastornarle y de provocar su llanto. (pag 226)

Como resultado de este proceso de fijación en la madre, el niño puede encontrarse situado en un extraño conflicto. Si la madre hace algo que no le asusta, le da ella misma dos clases de señales opuestas. Una de ellas dice: «Soy tu madre, tu protectora personal; no tienes nada que temer». Y la otra: «Mira, aquí hay algo que da miedo». Este conflicto no podría presentarse antes de que la madre fuese conocida como individuo, porque, si hubiese hecho entonces algo susceptible de producir temor, habría dado simplemente origen a un estímulo momentáneo de miedo, y nada más. En cambio, ahora puede dar la doble señal: «Hay peligro, pero no hay que temer». O, por decirlo de otro modo: «Puede parecer que hay peligro, pero como éste procede de mí no tienes pro qué tomarlo en serio». Resultado de esto es que el niño da una respuesta que es, en parte, reacción de llanto, y, en parte, murmullo de reconocimiento de la madre. Esta mágica combinación produce la risa. (pag 230)

Así, pues, la risa dice: «Reconozco que el peligro no es real», y transmite este mensaje a la madre. Entonces, la madre puede jugar vigorosamente con el niño, sin hacerle llorar. En los niños, las primeras causas de la risa con los juegos infantiles de los padres: palmoteos, saltos rítmicos sobre las rodillas y elevaciones en el aire. Más tarde, las cosquillas desempeñan un papel principal; pero no antes del sexto mes. Todos estos estímulos son violentos, pero realizados por el protector «seguro». Los niños aprenden muy pronto a provocarlos; por ejemplo, escondiéndose, con lo cual experimentarán la «impresión» de ser descubiertos o jugando a escapar, para ser alcanzados. (pag 230)

el chimpancé tiene una característica cara de juego y un suave gruñido juguetón, que equivale a nuestra risa. En su origen, estas señales poseen la misma clase de ambivalencia. Cuando saluda, el joven chimpancé saca los labios y los dilata hasta el máximo. Cuando está asustado los contrae, abre la boca y enseña los dientes. La cara de juego, motivada por ambos sentimientos de bienvenida y de miedo, es una mezcla de estos dos. Las mandíbulas se abren de par en par, como en expresión de miedo, pero los labios se estiran y cubren los dientes. (pag 230)

El mono desnudo, incluso en su edad adulta, es un mono juguetón. Esto es consecuencia de su naturaleza curiosa. Está llevando constantemente las cosas a su límite, tratando de sorprenderse a sí mismo, de impresionarse a sí mismo sin hacerse daño, y cuando lo consigue demuestra su alivio con el estruendo de sus contagiosas carcajadas. (pag 233)

El reírse de alguien puede llegar a ser, también, una poderosa arma social entre los niños mayores y los adultos. Es un acto doblemente insultante, ya que indica que el individuo objeto de la risa es espantosamente extraño y, al mismo tiempo, indigno de ser tomado en serio. El comediante profesional asume deliberadamente este papel social y recibe grandes cantidades de dinero de un público que goza al comprobar la normalidad de su grupo en contraste con su fingida anormalidad. (pag 233)

La reacción de los adolescentes ante sus ídolos es en esto muy significativa. Se divierten, como público que son, pero no lo manifiestan con explosiones de risa, sino con fuertes gritos. Y no sólo chillan, sino que se dan manotazos y los dan a los otros, se retuercen, gimen, se tapan la cara y se tiran de los pelos. Todo esto son señales clásicas de dolor o miedo intensos, pero han sido deliberadamente estabilizadas. Su nivel ha sido artificialmente reducido. Ya no son gritos de socorro, sino señales entre los componentes del público de que son capaces de experimentar una reacción emocional ante los ídolos sexuales, una reacción tan intensa, que, como todos los estímulos de insoportable intensidad, pasa al campo del puro dolor. Si una adolescente se encontrase de pronto sola, en presencia de uno de sus ídolos, nunca se le ocurriría ponerse a chillar. Sus gritos no se dirigirían, pues, a él, sino a las otras muchachas del público. De esta manera, las jóvenes pueden afirmar mutuamente el desarrollo de su susceptibilidad emocional. (pag 233)

La clave vital nos la da el hecho de que el llamado llanto del «cólico» cesa, como por arte de magia, cuando el niño llega a su tercer o cuarto mes. Cesa precisamente en el momento en que el niño empieza a ser capaz de identificar a su madre como individuo conocido. La comparación entre el comportamiento de las madres que tienen hijos llorones y el de aquellas que los tienen más tranquilos, nos da la respuesta. Las primeras se muestran inseguras, nerviosas e inquietas en el trato con sus retoños. Las segundas son resueltas y serenas. Lo cierto es que, incluso en una edad tan tierna, el niño percibe claramente las palpables diferencias entre «seguridad» y «tranquilidad» de una parte, e «inseguridad» y «alarma», de otra. Una madre agitada no puede dejar de señalar su agitación. Esto sólo sirve para aumentar la aflicción de la madre, la cual produce, a su vez, un aumento del llanto del niño. (pag 233)

Así como la risa es una forma secundaria del llanto, la sonrisa es una forma secundaria de la risa. A primera vista, puede parecer que no es más que una versión poco intensa de la risa, pero la cosa no es tan sencilla. Cierto que la risa, en su forma más suave, no puede distinguirse de la sonrisa, y así fue, indudablemente, como se originó ésta; pero es igualmente claro que, en el curso de la evolución, la sonrisa llegó a emanciparse, hasta el punto de que ahora tiene que ser considerada como una entidad independiente. La sonrisa de gran intensidad —la amplia mueca, la sonrisa radiante— es completamente distinta, en su función, de la risa de gran intensidad. Se ha especializado como cierta señal de buena acogida. Si saludamos a alguien sonriéndole, éste sabe que es bien recibido por nosotros; en cambio, si le saludamos riendo, tiene motivos para dudarlo. (pag 237)

Cuando nosotros nacemos, nos hallamos en una posición mucho más difícil. No sólo somos demasiado débiles para asirnos, sino que no tenemos nada a que agarrarnos. Privados de todo medio mecánico de asegurar el estrecho contacto con nuestra madre, podemos confiar únicamente en las señales estimulantes maternales. Podemos chillar hasta desgañitarnos para atraer su atención, pero una vez conseguido esto debemos hacer algo más para conservarlo. Este es el momento en que necesitamos un sucedáneo del agarrón, alguna clase de señal que satisfaga a la madre y la haga desear permanecer con nosotros. Esta señal es la sonrisa. (pag 240)

Esta evolución ha llevado, a su vez, a la posibilidad de otra actitud facial contrastante; la de la boca vuelta hacia abajo. Dando a la boca esta forma completamente opuesta a la de la sonrisa, es posible indicar la anti-sonrisa. Así como la risa evolucionó partiendo del llanto, y la sonrisa de la risa, así la cara de pocos amigos evolucionó, mediante un movimiento pendular, partiendo de la faz amistosa. (pag 244)

Pero la sonrisa es algo más que una actitud de la boca. En nuestra edad adulta, podemos comunicar nuestro estado de ánimo con un simple fruncimiento de los labios, en cambio, el niño pone muchas más cosas en su empeño. Cuando sonríe en toda su intensidad, también patalea y agita los brazos, extiende las manos en dirección al estímulo y las mueve, emite vocalizaciones confusas, echa la cabeza hacia atrás y saca la barbilla, inclina el tronco hacia delante o lo balancea a un lado, y exagera la respiración. Sus ojos adquieren mayor brillo y a veces los cierra ligeramente; aparecen arrugas debajo o al lado de los ojos, y, en ocasiones, también en el puente de la nariz, los pliegues cutáneos entre los lados de la nariz y las comisuras de la boca se hacen más profundos, y la lengua puede asomar ligeramente. Entre estos diversos elementos, los movimientos del cuerpo parecen indicar una lucha, por parte del niño, para establecer contacto con la madre. Con su torpeza física, el niño nos muestra probablemente cuánto conserva de la reacción ancestral de agarre de los primates. (pag 244)

DESMOND JOHN MORRIS es un zoólogo y etólogo inglés.(pag 486)

Sus estudios se centran en la conducta animal, y por ende, en la conducta humana, explicados desde un punto de vista estrictamente zoológico (lo que quiere decir que no incluye explicaciones sociológicas, psicológicas y arqueológicas para sus argumentos). (pag 486)