Primer capítulo: ¿Cómo se llama esto que hacemos?
ESTOY AQUÍ PERO NO SOY YO
“Ya la quisiera olvidar pero mi pensamiento cada vez más y más, tras de ella, detrás de ella” (fragmento de la canción Estoy aquí pero no soy yo, por Juan Bautista, año?)
Yo tenía 21 años cuando conocí a Andrés. Él 22. Llegué a un café donde tocaba su banda de aquel tiempo y lo vi en el escenario empezando el acto. Era un hombre gigante que, durante la velada, cambió de instrumento musical entre una guitarra , luego un ukulele, luego una flauta tranversal, luego un bajo, luego un piano, ¡luego otras miles de cosas!… (nótese que es posible que a lo largo de la historia la narradora exagere detalles o invente datos a fin de acentuar aspectos que le parecen relevantes)… “Tiene calidad”, pensé. Su música tiene calidad.
Al Gabo lo conocí un par de años después, como a los 23. Él debe haber tenido 26. Tocaba en un bar en la periferia de la ciudad con su banda ‘Los Negretes’. Y durante el toquín, él era el único de los integrantes que andaba por ahí sin playera. Se me hizo conocido. Tocaba la trompeta e intercalaba gritos en las canciones, compartiendo la posición de líder de la banda con otro hombre pintoresco. “¡Sí que se lo toma en serio!”, pensé. Me pareció que estaba concentradísimo en lo que hacía, y que todo él en conjunto ¡era salvaje!.
21 enero 2016
Emprendo con seriedad esta nueva hazaña de escribir una tesis. Mucha seriedad.
Éste es el tercer intento que hago. Y algo, una fuerza dentro de mí quizás, me dice que esta vez sí va a funcionar. Los profesores me han dicho que una tesis se hace sobre un tema que uno domina. Y yo, que pocas veces presumo de dominar cualquier cosa, estoy segura de que este tema sí lo puedo compartir en calidad de experta.
Entonces procedo a conseguir múltiples libros digitales que de una vez por todas me hablen de la contracultura, sobre el punk, sobre el otro lado de la ciudad… el que no se vende, el que no se ve. Y así sin percaterme, poquito a poco me voy haciendo de más y más libros, que me muestren el contexto del que quiero hablar, el lugar de la historia en el que quiero colocar a mis queridas Izquierdas.
Así se hace una tesis, ¿no?. Justificándome, ubicándome. No desde mí, sino desde los ojos de otros hombres que han volcado sus inquietudes en analizar y sistematizar la contracultura, las vanguardias artísticas, la multidisciplina, el underground y el rockanroll.
Y entonces, una vez teniendo mis manos repletas de libros digitales, leo un poco. Empiezo con los títulos más obvios que me ha arrojado una búsqueda en Internet… Comienzo un frenesí de persecución de un objetivo que no parece muy claro. Unos libros me regalan el nombre de otra bibliografía, y como todo sirve cuando comienzas una tarea, no descarto ninguno. Más bien pienso: “ésta ha de ser la clave” con cada nueva adquisición.
Al día siguiente voy, entonces, a la Biblioteca Central, en CU, a leer aquel libro ‘clave’. Esta primera vez es de Theodore Roszak, el teórico que acuñó el término contracultura. Entonces leo más. Tomo pequeñas notas de citas que sacaré después. Es un método que desarrollé en mis anteriores intentos truncos de escribir otras tesis, desarrollé la opinión de que si te detienes a copiar la cita al momento de que te enfrentas de primera ocasión con el libro, interrumpes toda la fluidez de tu lectura. Siguiendo cada vez más automatizada este método, anoto en mi celular el número de página de una información que en el algún momento regresaré a rescatar. Y vuelvo al texto. Hay algo que se está apilando: los datos, las citas y el número de autores inmiscuidos en mi tema, que al principio me parecía tan puro, aumenta.
En dado momento, mi aotocondicionamiento se vueve la única razón por la que sigo leyendo. Condicionamiento a no detenerme tan fácilmente al primer aburrimiento, a no comportarme blanda. Pero mi verdad interna es que en mi pecho va creciendo la sensación de que esta investigación podría alargarse y crecer exponencialmente hasta el infinito…
Pero como soy una guerrera, censuro mis pensamientos. Leo más y agrego conceptos y términos afines a las listas de ‘cosas por hacer’, que crecen…
Entonces llega un momento en el que la cantidad de pendientes en mis listas, el trabajo de indagar autores, de conseguir más libros y más referencias, se hacen tan grandes, que siento que mi tesis se aleja de mí.
Siento, sospecho, visumbro que tendré que completar mil tareas, leer mil libros, vivir mil vidas antes de siquiera poder justificar que mi tema de tesis es válido:
Las izquierdas… ¿a quién le importa mi banda de punk de la juventud? ¿quién nos conoce? ¡Ni somos importantes!
Y entonces, como en un flashback de tareas pasadas que emprendí con el enfoque equivocado (el impuesto por otros), mi cara se amarga. La existencia me pesa. Estoy metida en un hoyo negro. Y, como muchas veces me ha pasado antes, me doy cuenta de que ¡es el hoyo negro de los teóricos!
¿Pero qué estoy haciendo?
Respiro un momento y pienso en la naturaleza de Las izquierdas, en cómo empezó todo:
Yo, por aquellos años no tocaba en ningún lado. Había emprendido una infructuosa carrera de bajista que duró alrededor de un mes. Lo dejé por la paz y mi vida continuó. Me convertí en otras cosas antes de volver a intentarlo por enésima vez en la música (esta vez sería con Gabo y con Andrés… yo no lo sabía): mi carrera de artista visual en la ENAP llevaba su lento curso, y mi cercanía con el baile de tubo me motivaba a mudarme de casa una y otra vez hasta hallar el espacio perfecto donde colocar el tubo a presión que había comprado recientemente. También en aquellos años comencé a trabajar en el Garage Ink, un estudio de tatuajes al que me acerqué para aprender las técnicas de tatuar, y donde fungí como señora de la limpieza y como chica de mostrador. La música entonces, había pasado ya como a quinto plano.
Para mí eran tiempos en los que todavía no estaba segura de si mi carrera y mis ambiciones serían posibles. Y en esas condiciones, lo único que me quedó fue emprender todo a ciegas, con fe, pues. Con fe en que la vida me proveería.
Construimos Las izquierdas basándonos en una intuición. En que los engranajes encajaban con los tres. Nos sentíamos bien en la compañía de los otros dos, y no había más garantía que eso para empezar a tocar juntos. Especialmente porque uno de nosotros (yo) ni siquiera dominaba su instrumento.
El curso de la historia de Las izquierdas podría verse como el camino de estos tres héroes: Uno de ellos desencantado de la amistad de su banda pasada, otro creyendo haberlo hecho todo y tocado todo, y otra con una constante duda sobre sus propias capacidades.
Después, con el paso del tiempo, Las izquierdas se convirtieron en una válvula en mi vida, en la de Andrés y en la del Gabo. Una válvula de escape para hacer cosas injustificadas, libres. La naturaleza de muchas de nuestras decisiones era el pensar: “Vamos a hacerlo ya, aquí, ahora mismo, con lo que tenemos disponible, sin desear ninguna otra cosa, sin culpar a las condiciones materiales de nuestras limitantes”.
Fuimos acción. Exprimir de nuestras tres cabezas el humor, el ritmo, la palabra, la melodía necesarias en ese momento para aliviarnos de toda inacción y/o postergación. Hicimos lo posible para no dejar nada para después. Para no llevarnos tareas. Para resolver los problemas en el momento, para no compartir sueños guajiros…
Nos lo tomamos tan en serio como yo ahora esta tesis…
Muy bien, eso me tranquiliza. “Lo sabes hacer Mery”, me digo. Y en mi hazaña de escribir me empiezo a perfilar como una profesional en el arte de lanzarme a aventuras sin garantía. También en la agilidad de aprender a hacer cosas sobre la marcha. Al igual que en la cualidad de camuflajearme entre los experimentados.
Y entonces, me doy cuenta de que he adoptado una forma de hacer las cosas que antes no conocía, que nadie me enseñó y que, definitivamente, no promete resultados que estén comprobados, pero que es la que ha logrado hacerme trabajar de verdad: Honestamente, transformándome, sin pretender ni ‘hacer como que trabajo’. Quisiera nombrarla pero no sé cómo se llama, así que comienzo llamándole “contracultura”.
¿De qué deriva que socialmente yo pueda considerarme inserta en una contracultura?
Veo en estos viajes que he estado haciendo a la biblioteca, que ‘contracultura’ se trata de un término muy gringo. El panorama general me lo dan un par de canadienses que escribieron un libro llamado “Rebelarse vende”. En él formulan toda una teoría acerca de que la contracultura es mucho más inofensiva de lo que ella misma cree. Yo me inquieto un poco con estas afirmaciones, sí. Y también los leo un poco hambrienta por saber de qué se trata esto que formulan.
Me hablan de Kurt Cobain y de la vieja contradicción que mató a muchos rockeros: su fama, su dinero y su éxito mediático, contrapuestos a una constante sensación de que estas mismas cosas estaban deteniendo su fervor inicial o su infinito corazón creativo.
Estos canadienses de los que hablo, Joseph Heat y Andrew Potter, exponen esta contracultura del grunge, y la de los beats, y la de los hippies. Se esmeran en acentuar las incongruencias de cada una de ellas. Y, en especial, ironizan sobre las incongruencias relacionadas con el dinero y con el avanzar de la edad. En cómo es que los ideales de los involucrados han cambiado con el paso del tiempo. Pongo, por ejemplo, este fragmento que ridiculiza a los hippies usuarios de combis:
“La contracultura lleva cuarenta años jugando a lo mismo, y obviamente no funciona. Los hippies expresaban su rechazo del consumismo de la sociedad estadounidense con collares largos, sandalias y zuecos Birkenstock y el Volkswagen Escarabajo. Pero a partir de 1980 esa misma generación – la del <<amor universal y el poder de las flores>> – protagonizó la reaparición del consumo conspicuo más flagrante de la historia de Estados Unidos. Los hippies se hicieron yuppies. Y nada representaba mejor la filosofía yuppie que el monovolumen, el coche que un locutor describió adecuadamente como <<una comunidad particular con ruedas>>. Pero ¿cómo se pasa del Volkswagen Escarabajo al Ford Explorer? Parece ser que no es tan difícil… Nunca hubo un enfrentamiento entre la contracultura de 1960 y la ideología del sistema capitalista” (Heath:2004;9)
“Lo malo es que no estaban dispuestos a comprar una ranchera familiar como la de sus padres. Habían tenido hijos, pero seguían considerándose unos inconformistas. Y el monovolumen tenía precisamente esa <<rebeldía chic>> que buscaban.” (Heath:2004;10)
“El monovolumen es perfecto. Comunica un mensaje muy contundente: <<Yo no soy un fracasado con hijos que vive en el extrarradio. Mi vida es una aventura>>” (Heath:2004;10)
Lo releo y, lo que noto es una visión muy superficial sobre las reales motivaciones que tiene una contracultura. Habla de la contracultura como una imagen en principio. En mi opinión, la imagen en una consecuencia del modo de vida, no su escencia.
Aún así encuentro válidos sus planteamientos si se aplican a un cierto sector, pero no a todos. Hay, ncluso una parte de su texto que se me queda clavada en la mente. Una parte que refiere que la contracultura pretende destruir al sistema. Y que después de tanto tiempo de no lograrlo, se hace obvio que es inofensiva e ineficiente:
“¿Cuántas veces se puede atacar el sistema sin producir ningún resultado evidente antes de que empecemos a plantearnos la eficacia del ataque?… Los rebeldes contraculturales han acabado siendo como esos agoreros del día del juicio final, que se ven constantemente obligados a retrasar la fecha vaticinada, conforme van pasando los días uno detrás de otro. Cada vez que el sistema <<asimila>> un símbolo de rebeldía, los muchachos de la contracultura se ven obligados a avanzar un paso más para establecer esta pureza de su credo alternativo que les permite diferenciarse de las odiadas masas.” (Heath: 2004; 134)
Esa idea la mastico y la repienso: ¿Será así? ¿No se tratará este fenómeno de algo más personal, más profundo? ¿o me estaré equivocando de palabra para describir esa sensación, esa diferencia? ¿No pretenderá la contracultura, por ejemplo, cuestionar las decisiones relacionadas con la calidad de vida y con lo que uno quiere realmente hacer con su tiempo y su trabajo?
Porque a mí me parece que el paso del tiempo y el insistir en llevar determinada forma de vida que parece nadar contra la corriente, habla más de resistencia que de un fracaso.
Y aún así continúo leyendo a Heath y a Potter. Ellos siguen y siguen lanzando argumentos que buscan ridiculizar el comportamiento de cualquiera que se sienta un poco fuera de la cultura de lo establecido. Dicen:
“Divertirse no es transgresor, ni socava ningún sistema. De hecho, el hedonismo generalizado entorpece la labor de los movimientos sociales y hace mucho menos atractivos los sacrificios en nombre de la justicia social” (Heat:2004;s/n)
Este libro habla mucho sobre la contracultura como un capricho o como una satisfacción de los deseos infantiles. Y manifiesta que estos comportamientos no transgreden nada.
Algo de ese libro me irrita profundamente. Yo no creo que la contracultura sea un capricho. Creo que es un riesgo, sí. Pero también creo que quienes la toman o la producen, están en ella porque no se sienten entusiasmados por las opciones que ofrece lo que ellos ya conocen o los rodea.
Por ejemplo, dentro de Las izquierdas, yo me lancé a tocar la batería casi instintiva y primitivamente. Lo hice así porque fue la única forma que mi mente aceptó como satisfactoria y divertida, como un reto intelectual real. Quizás divertirse no transgreda nada más que las barreras mentales que uno mismo tiene… pero eso ya es bastante transgresión.
Esto no significa que yo quisiera destruir los métodos de batería ni las escuelas y conservatorios de música. Lo que pasó en mi caso particular, es que yo soñaba con tocar música en cualquier instrumento, pero no era capaz de hacerlo. ¿Estaba bloqueada? Quizás. ¿Por qué o quién? No lo sé. Pero aún habiendo asistido al Conservatorio Nacional de Música a aprender violoncello intentando seguir ordenadamente algunos manuales de guitarra, no fui capaz de producir realmente música hasta que me puse el objetivo como algo libre y sin autoridad externa.
Lo tuve que hacer así: Poniéndome retos que yo sabía que me alentaban a mejorar mi coordinación, pero que no me exigían nada más. Entonces las metas y propósitos surgieron de mi mejora, no de una línea de aprendizaje preestablecida ni de la copia de sonidos de otros bateristas.
Creo que una contracultura no es un término que se acuñe para abanderar tu vida o tus proyectos. Creo que simplemente es un lugar en el que te hallas una vez que emprendes el camino a realizar las diligencias de formas que no son convencionales. Y muchas veces no son convencionales aunque tú así lo quieras.
A veces te hallas en una contracultura porque tu familia y cercanos no paran de decirte que eres raro o que estás loco cuando te observan hacer tus actividades cotidianas. Probablemente no te lo dicen de mala manera, pero te lo dicen…
Y entonces, de pronto descubrir círculos sociales que tienen inclinaciones parecidas a las tuyas en su hacer, y que comprenden a profundidad tus empresas, te pone automáticamente en una contracultura. Las charlas que sostienes con esa sociedad son de otro tinte que las que tenías antes de encontrarlos. Y tu familia y cercanos te empiezan a ver con nuevos ojos cuando ya no te ven solo. Te buscan en los momentos en los que tienen la necesidad de ser ridículos, o arriesgados o muy transparentes. Comienzan a comprender que no los vas a hacer sentir juzgados.
A Las izquierdas nos empezó a pasar que, siendo un show musical e interdisciplinario (por la participación de la acrobacia y el apoyo en las artes visuales), comenzamos a atraer sentimientos muy específicos. Se acercaron a nosotros personas que sentían la necesidad de ser ridículos, arriesgados, tranparentes, y compartir esa experiencia con una comunidad sin ser juzgados.
En 1968, Roszak, a quien se le atribuye el origen del término contracultura, escribió:
“Lo nuevo en la transición generacional que nos encontramos es la escala a que se produce y la profundidad del antagonismo que revela. Hasta el punto que no parece exagerado llamar <<contracultura>> a lo que está emergiendo del mundo de los jóvenes.
Entendemos por tal una cultura tan radicalmente desafiliada o desafecta a los principios y valores fundamentales de nuestra sociedad, que a muchos no les parece ni siquiera una cultura, sino que va adquiriendo la alarmante apariencia de una invasión bárbara” (Roszak:1970;57)