Le Bot, Yvon. El sueño zapatista

Le Bot, I. (1997) El sueño zapatista. Paris: Le Seuil.

Gracias, finalmente, a Marcos por haber aceptado el desafío que le propuse. A
él, al comandante Tacho y al mayor Moisés, deseo expresarles mi gratitud por el
recibimiento y la confianza de que fuimos objeto Maurice Najman y yo cuando
pasamos algún tiempo en el pueblo de La Realidad, su cuartel general. Por demás
está decir que mis afirmaciones y mis análisis no los comprometen en nada. Mis
puntos de vista tampoco coinciden en todo con lo que ellos expresan aquí. (pag 3)

 El  zapatismo  aporta  más preguntas que respuestas, sin duda. Ésa es una limitación suya, pero en ello también radica su interés y su originalidad.
Si este libro puede contribuir a la comprensión del zapatismo por aquellos que no son  zapatistas,  e  incluso  por  los  zapatistas  mismos,  como  desea  Marcos;  si abre alguna  perspectiva  o  suscita  un  esbozo  de  respuesta,  por  modesta  que  sea  esa contribución, habrá cumplido su propósito. (pag 4)

 La  mayoría  de  los mexicanos,  así  como  la  opinión  pública  internacional,  han  descubierto  una  imagen totalmente distinta del país de la que el poder se había esforzado por dar durante los últimos años. Incluso las autoridades, que habían recibido información acerca de los preparativos del levantamiento, fueron incapaces de imaginar -y no sólo ellas- que los indígenas  pudieran,  en  los  albores  del  siglo  XXI, lograr imprimirle esta fuerza, estaamplitud y estos alcances.
El premio Nobel de literatura Octavio Paz expresó con más amplitud de miras la
opinión  de  aquellos  que  no  querían  ver  en  el  movimiento  zapatista  más  que  el
levantamiento  de  algunas  comunidades  tradicionales,  retrasadas,  manipulables  y
manipuladas por guerrilleros anacrónicos, ideólogos y fuerzas interesadas en hundir a México  en  la  violencia  y  en  hacer  fracasar  su  entrada  en  el  Gran  Mercado,  en  la democracia y la modernidad. (pag 5)

Pero ¿quién es este Marcos que ha dado voz a los olvidados, a los excluidos, y
se presenta como la cabeza  de  una  guerra que busca el reconocimiento,  el fin del
desprecio, y no aquel que fue tradicionalmente el objetivo fundamental de las guerrillas latinoamericanas: la toma del poder? (pag 6)

 Una de las historias que cuentan al respecto los indígenas de Chiapas dice que un extranjero (un gringo), integrado en una comunidad maya, tomó esposa y tuvo de ella dos gemelos antes de regresar a su país. La madre murió poco después. El padre también, pero dejó a sus hijos una herencia suficiente para  cumplir  su  voluntad  de  que  se  les  educara  en  un  colegio  en  Suiza.  Cuando cumplieron los seis años, un mensajero vino a llevárselos para ese país lejano. Años más tarde uno de los gemelos murió y el otro regresó al pueblo, cuya lengua hablaba todavía, donde la gente lo reconoció como uno de los suyos. (pag 6)

Los servicios de inteligencia y los medios de información proveyeron a Marcos
de identidades más conformes con sus propios fantasmas: antiguo combatiente de las guerrillas  centroamericanas;  sacerdote  -jesuita  o  secular-,  periodista,  abogado, antropólogo,  médico  o  economista;  hijo  de  un  empresario;  hijo  de  Rosario  Ibarra; militante  del  opositor  Partido  de  la  Revolución  Democrática;  hijo  ilegítimo  de  un secretario de Gobernación… Hasta que en un mensaje televisado el presidente Zedillo, creyendo que podía destruir el mito, develó la «verdadera» identidad de Marcos: un tal Rafael  Sebastián  Guillén  Vicente,  nacido  en  1957  en  Tampico,  en  el  seno  de  una familia muy católica de  comerciantes de  muebles que,  en  palabras de sus vecinos, «pertenece a la sociedad, pero no la muy alta» de este puerto ubicado en el centro de un complejo petrolero del noreste del país. Alumno de jesuitas durante la secundaria – excelente  estudiante  y  buen  camarada,  dicen  los  que  aceptaron  hablar  con  los periodistas-, Rafael Guillén habría actuado en una puesta en escena de Esperando a Codot y  realizado  algunos  trabajos  de  cine,  nada  extraño  para  alguien  de  medio. Como estudiante de filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México redactó, en 1980, un ensayo teñido de un marxismo estructuralista bastante estereotipado. Al igual que en miles de tesis finales de la época en universidades latinoamericanas, se percibe la influencia de Althusser y de Poulantzas, espolvoreada con algo de Foucault. Rafael  Guillén  habría  enseñado  más  tarde  en  otra  universidad  de  la  capital,  la
Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). (pag 6)

Son pocos los mexicanos que dudan de esa versión. Marcos, por su parte, se divierte:  «No  suena  mal,  el  puerto  es  bonito»,  dice  de  esa  ciudad  que  Mac  Odan
celebró por sus cantinas. En las siguientes entrevistas lo desmiente, él no es Rafael
Guillén. O quizá haya que entender que ya no lo es, que Marcos nació del sueño de
los zapatistas y por lo tanto les pertenece. (pag 7)

Rafael Guillén, o quienquiera que sea, ya no  es  el  estudiante  postsesentaiochero  de  antes,  amante  de  los  libros,  de  las discusiones  literarias  y filosóficas, trotamundos, residente  en  París durante  algunos meses. Abandonó todo eso, dejando atrás «los muertos necesarios para entender que había  que  irse  para  regresar  de  otra  forma,  ya  ‘sin  rostro,  ya  sin  nombre,  ya  sin pasado, pero otra vez por esos muertos». De ese pasado, sus palabras, sus gestos, conservaron una fuerza exuberante, una sensibilidad y un humor que mal ocultan su sorda angustia. (pag 7)

Aunque  en  un  principio  el  pasamontañas  tenía  una  función  exclusivamente
utilitaria, adquirió luego la de máscara para ocultar la identidad personal y crear una
imagen con la que los olvidados, y con ellos todos los mexicanos ávidos de justicia,
pudieran  identificarse,  sin  importar  sus  diferencias.  «Cualquier  mexicano  puede
enfundarse un pasamontañas de éstos y ser Marcos, volverse quien yo soy.»
El  pasamontañas  es  un  espejo  para  que  los mexicanos  («tomen un espejo y
mírense»)  se  descubran,  para  salir  de  la  mentira  y  el  miedo  que  los  enajenan.  Un espejo que llama al país a interrogarse a sí mismo sobre su porvenir, a reconstruirse, a reinventarse. (pag 7)

 Cargados  de  todos  los  dogmas  y  los  lugares  comunes  de  los
revolucionarios latinoamericanos de las décadas anteriores, se esforzaron, como ya
otros lo habían hecho, por introducidos en la cabeza de los indígenas. «Tu palabra es
dura», les replicaban éstos asegurando que nada entendían de esa jerga indigesta…,
hasta que Marcos se decidió a escuchados a ellos, con sus propias palabras, dichas y
no dichas, sus silencios (pag 7)

Marcos,  sin  embargo,  nunca  ha  tratado  de  volverse  indígena.  Su  carisma,  la
confianza que  ha  adquirido  en  el seno de  las comunidades indígenas se deben en
parte  a  la  respetuosa  distancia que  ha  sabido conservar. Sólo así puede  funcionar
como una ventana, un puente entre ambos mundos. (pag 7)

En esta guerra posterior a la caída del muro de Berlín, en la que los símbolos
importan  más  que  las  armas,  en  la  que  la  comunicación  importa  más  que  la
correlación de fuerzas, Marcos, además de jefe militar, es el intérprete, el portavoz de
los  indígenas  levantados  en  armas,  el  inventor  de  una  palabra  político-poética
irreductible  para  las  estrategias  de  dominación,  inaprehensible  para  el  aparato  del poder. (pag 8)

 la aportación de Marcos ha consistido  en  haberse  dejado  impregnar  por  la  experiencia  y  el  imaginario  de  los indígenas, en haber encontrado las palabras para transmitidos, en haber hecho polvo, golpeando justo en el centro, todos los falsos lenguajes: los de las guerrillas marxista-leninistas,  que  antes  eran  los  suyos  y  que  ahora  enarbola  el  Ejército  Popular Revolucionario (EPR) -surgido en 1996 en diversas regiones del país-, en una versión muy empobrecida; el de la Revolución Mexicana institucionalizada y sus estereotipos indigenistas:  ora arcaicos y sumisos, ora glorificados y  transformados en  piezas de museo  o  mero  folklore.  Pero  también  el  lenguaje  forzado  y  convencional  que  los propios  indígenas  emplean  para  expresarse  en  la  lengua  dominante,  incluidas  sus variantes indigenistas, progresistas o revolucionarias. (pag 8)

 Si la insurrección zapatista tuvo desde un principio tanto eco en todo el mundo, se debe sin duda a que rehusó ser tratada como  un  problema  solamente  local, regional o  minoritario,  al  lanzar de golpe, y de manera  espectacular,  los  cuestionamientos  políticos  e  intelectuales  que  hoy  son fundamentales en todas las sociedades. (pag 8)

 Pero la guerra propiamente dicha no duró más que algunos días, del 1 al 12 de enero de 1994. Desde entonces los zapatistas, muy lejos de contemplar la toma del poder como objetivo de su lucha armada, buscan vías para la invención de una democracia abierta a la participación de los actores sociales, que tome en cuenta las exigencias éticas y las afirmaciones de identidad. Se mantienen armados, recurren a la negociación, a las alianzas, a los medios de comunicación modernos en una estrategia de no violencia armada en cuyo centro aparece Marcos como la figura inversa del «guerrillero heroico» encarnada por el Che Guevara (pag 8)

Marcos y los suyos no se hacen demasiadas ilusiones, saben bien que su alzamiento se enfrenta a toda la realidad cínica y brutal de la política mexicana y corren el riesgo de ser arrastrados por ella. (pag 9)

No puede comprenderse el movimiento zapatista, su especificidad, su originalidad, si en el centro del análisis no ‘se pone a su actor central: el indígena; si se supone, equivocadamente, que los indígenas son sólo marionetas movidas por una organización político-militar ajena a las comunidades, por la Iglesia o un sector de ella, por fuerzas políticas interesadas en frenar la modernización del país y su ingreso en el gran mercado, o por un Marcos que ocultaría su verdadero juego detrás de un
lenguaje poético-político con el que manipularía los símbolos, y que no sería más que
una versión posmoderna del caudillo latinoamericano definido por su ambición de
poder.
La naturaleza y el sentido del zapatismo provienen de un actor social y cultural
(étnico) que se lanza a un levantamiento armado proyectándose en la escena política.
Agotada toda otra vía para hacer escuchar sus aspiraciones y sus demandas, forma
un movimiento armado y busca construir un movimiento político civil cuyo propósito no es la toma del poder. (pag 9)

 Articula experiencias de comunidades heterogéneas, divididas y abiertas; la democracia nacional y el proyecto de una sociedad de sujetos, individuales y colectivos, que se reconozcan y puedan respetarse en su diversidad; lucha por un mundo donde quepan muchos mundos, un mundo que sea uno y diverso. El actor zapatista es étnico, nacional y universal. Se quiere mexicano pero sin dejar de ser indígena, quiere un México donde pueda ser reconocido y escuchado. (pag 9)

“Marcos afirma que lo que le da su dimensión universal al zapatismo es precisamente el contenido indígena que lo lleva a elaborar un lenguaje simbólico particular para proyectado en la escena internacional.” (pag 10)

El momento decisivo en la génesis del zapatismo es aquel en que los guerrilleros descubren que su discurso revolucionario, universalista, no les dice nada a los indígenas, no despierta en ellos ningún eco, puesto que usurpa su aspiración universal. La conversión que los guerrilleros operan entonces en sí mismos al escuchar al Otro es el inicio de una recomposición del pensamiento y la acción colectivos en la perspectiva de una política del reconocimiento. (pag 10)

Hoy,  la  figura  más  acabada  de  lo  universal  no  es  la  del  ciudadano  que  se defiende de la globalización intentando suturar las fisuras del Estado-Nación, sino la
del actor que combina la lucha contra las fuerzas de dominación con la afirmación de
una identidad individual y colectiva y con el reconocimiento del Otro. El zapatismo es portador de una triple exigencia -política, ética y de afirmación del sujeto- que resume en su fórmula predilecta: democracia, justicia, libertad, y más aún: dignidad. (pag 10)

Marcos  se  burla  de  las  interpretaciones  de  su  propia  imagen  en  términos  de
influencia religiosa: «¿Que si me llamo Marcos por San Marcos el Evangelista? ¡Dios
me libre!, no. El último servicio religioso en el que estuve fue cuando hice mi primera
comunión.  Tenía  ocho  años.  No  he  estudiado  ni  para  padre,  ni para papa,  ni para nuncio  apostólico.  No  soy  catequista,  ni  párroco  ni  nada…»
  Marcos  combate  el pathos religioso  mediante  el  humor.  Sus  múltiples  evocaciones  de  la  muerte  y  su alusión  al  sacrificio  de  la  propia  vida  están  lejos  de  cualquier  martirologio.  No  se interesa por su mutación en figura crística a la manera del Che Guevara. (pag 23)

Desde sus orígenes, dice Marcos, el zapatismo se rehusó a recurrir a una justicia
expeditiva, a ajusticiamientos, «recuperaciones» y secuestros, practicadas a men.udo
en gran escala por otras guerrillas latinoamericanas y mexicanas. Los precursores y
los  fundadores  del EZLN compartían  con  esos movimientos una  cultura y  prácticas políticas leninistas, autoritarias, militaristas y antidemocráticas. El sector de extracción urbana,  así  como  los  indígenas  politizados  del  grupo  original  del  EZLN,  estaban impregnados de concepciones y comportamientos que, sin desaparecer del todo, pasaron a un segundo plano conforme ese grupo perdía peso en el seno del movimiento. (pag 32)

 La figura de Emiliano Zapata posee una resonancia, un peso y una presencia mayores para los mexicanos, para los campesinos indígenas, incluso para los mayas, que siempre, tanto en la época prehispánica como durante la Colonia y la Revolución, han permanecido en la periferia de la sociedad mexicana.
El modelo insurgente  a la mexicana y la base comunitaria indígena llevaron a
Zapata más allá del vanguardismo leninista o guevarista. La referencia central es la de Votán-Zapata, sincretismo de dos figuras tutelares que tienen en común la defensa de las tierras de las comunidades. Votán, personaje legendario que según el historiador Antonio García de León desempeña esa función en las creencias de algunos grupos indígenas  de  Chiapas,  encarna  en  Zapata,  héroe  de  la  Revolución  Mexicana  que regresa con un proyecto político nacional, sin desear, tampoco esta vez, hacerse con el poder. El resultado es esta nueva -y frágil- alianza: el zapatismo. (pag 32)

El movimiento zapatista no es la continuación ni el resurgimiento de las antiguas
guerrillas. Por el contrario, nace de su fracaso, y no sólo de la derrota del movimiento
revolucionario en América Latina y en otras partes, sino también de un fracaso más
íntimo, el del.  propio  proyecto  zapatista  tal  como  lo  habían concebido e iniciado, a principios .de los ochenta, los pioneros del EZLN, un puñado de indígenas y mestizos. Una «derrota» infligida no por el enemigo, sino por el encuentro de esos guerrilleros con  las  comunidades  indígenas.  Lejos  de  convertir  a  éstas  a  la  lógica  de  la organización político-militar, el contacto produjo un choque cultural que desembocó en una inversión de las jerarquías; así, los miembros de la antigua vanguardia guerrillera que sobrevivieron y se quedaron en la selva se transformaron en servidores de una dinámica de sublevación indígena. El segundo zapatismo, el que sale a la luz el 1 de enero de 1994, nace de ese fracaso. (pag 33)

¿Cómo  cambiar  la  política  sin  tomar  el  poder?  La  voluntad  de  conciliar radicalismo  y apertura  conduce  con  frecuencia  a  los zapatistas a  adoptar posturas
políticas  titubeantes  y  confusas.  Su  originalidad  y  su  capacidad  de  invención,  sin embargo,  derivan de  estas tensiones. Las tentativas reformistas o revolucionarias a menudo  han  zozobrado  en  el mimetismo, la cooptación o la edificación de poderes más monstruosos que aquellos que pretendían remplazar. Octavio Paz, quien, entre otros,  pide  a  los  zapatistas  «entrar  en  el  juego»  («Si  Marcos  y  sus  partidarios,  en Chiapas y en el país, quieren sobrevivir como un fuerza política, deben convertirse en un nuevo partido político o asociarse con uno de los ya existentes»), sabe mejor que nadie  que  los  avances  de  la  democracia  y  la  emergencia  del  sujeto  siempre  son preparados  por  disidentes.  También  es  capaz  de  comprender  las  reticencias  de Marcos a comprometerse en un terreno que en México, particularmente, está viciado y minado. Pero es igualmente cierto que la tentación de la pureza puede conducir a la impotencia y alimentar utopías mortíferas y suicidas. (pag 35)

“El zapatismo se pretende como un movimiento que actúa desde el exterior sobre
los componentes del sistema político y promueve un diálogo sin más restricciones que las decididas por los interlocutores mismos: «Respetamos a los que nos respetan. No abrimos la puerta a los que nos desprecian.»” (pag 38)

«Nosotros somos ustedes.» ¿Pero si enfrente no hubiese nadie? ¿Si la tribuna estuviera  vacía,  si  esa  «sociedad  civil»  tan  invocada,  tan  llena  de  sentido,  fuera
también inaprehensible, tan difícilmente representable como la bruma que recubre las montañas chiapanecas? Decepcionado por sus interlocutores políticos y confrontado a la ausencia de actores sociales y al alejamiento de los escasos movimientos que han permanecido  en  el  México  de  los  últimos  años,  Marcos  no  se  ve  a  sí mismo  en  el futuro actuando en una escena política en la que soñar está prohibido. No esconde sus preferencias personales por otras formas y estilos de representación y expresión: literarias, teatrales, cinematográficas. (pag 48)

 Marcos no puede imaginarse renunciando: «Hay una parte al final del Quijote cuando Alonso Quijano dice: Estuve loco, ya estoy cuerdo. Eso es lo que yo siempre quise evitar decir, tenemos que mantenernos en esta locura hasta el último  momento  y  no  decir  esas  palabras  y  entrar  en  el  aro  del  Estado  y  del conformismo.» (pag 48)

Marcos se  divierte recordando  la letra  de  una  canción  de Joan Manuel Serrat:
No es que no vuelva
porque me he olvidado,
es que perdí el camino
de regreso. (pag 49)

La  fuerza  de  los  zapatistas  radica  en  la  no  violencia;  su  originalidad,  en  la
invención de una nueva relación entre violencia y no violencia. El problema consiste en mantener esa tensión sin abismarse en la violencia. El crecimiento de una violencia contenida y reprimida durante décadas, o siglos, desemboca en una estrategia de no violencia armada al servicio de una producción de sentido, de una invención simbólica y política. (pag 50)

«Combatieron durante doce días y ocuparon durante algunas horas un puñado
de  municipios en  los confines de  México. Nosotros peleamos desde  hace  30 años,
controlamos grandes porciones del territorio nacional y golpeamos donde queremos.
Y, sin embargo, nadie se interesa por nuestras acciones, mientras que las de ellos han
levantado una ola de simpatía alrededor del mundo.» Estas amargas reflexiones de un guerrillero colombiano  ilustran  una  diferencia profunda.  Como otras guerrillas de 30 años, la colombiana, heredera en sus diversas variantes (comunista ortodoxa, castrista y maoísta) de la época de la guerra fría y que hoy participa en la generalización de la delincuencia y el crimen organizado en ese país, tampoco tiene nada que decimos. El interés que suscita el zapatismo, en cambio, radica en la medida de su capacidad de crear sentido. (pag 50)

La tensión en la que se mantiene el movimiento garantiza su ejemplaridad y su
expresividad.  Si  recae,  puede  descomponerse  en  la  violencia  o  en  el  repliegue
comunitario.
El zapatismo, dice  con  razón Régis Debray, es un  «retorno  ( a lo esencial: la
resistencia». Resistencia al neoliberalismo (pag 50)

“El  zapatismo  no  es  un  excedente  de  alma  ni  solamente  una  resistencia… Se  trata  de  un  movimiento  de  recomposición  a  partir  de  una  desgarradura
irremediable,  y no  de  uno  de  defensa  y de  retorno a  la tradición. Pero también se
distingue  de  los  movimientos  nacionalistas,  étnicos  o  religiosos  que,  en  una
perspectiva  islamista,  hinduista,  asiática,  pentecostal,  etc.,  buscan  reconstruir  la
identidad en la modernidad por vías autoritarias. En una época en que la oposición a la globalización  neoliberal  se  expresa  sobre  todo  bajo  la  forma  de  repliegues  de
identidad,  el  zapatismo  aparece  como  uno  de  los  intentos  más  significativos  y
poderosos  por  combinar  identidad,  modernidad  y  democracia.  Esto  explica  el  eco enorme  que  ha  encontrado  fuera  de  las  comunidades  indígenas  y  más  allá  de  las fronteras  mexicanas” (pag 51)

La aportación principal de los zapatistas es haber dado rostro a los sin rostro,
haber hecho escuchar. la voz de los que no tienen voz, la palabra indígena; permitir a
los niños -y también a los adultos- «… levantarse cada mañana sin palabras que callar y sin máscaras para enfrentar al mundo». El más bello homenaje que se ha hecho a los zapatistas fue el de aquella joven indígena del mercado de San Cristóbal de las Casas cuando dijo: «Ellos nos devolvieron la. dignidad.» (pag 51)

Lo  que  es  el  zapatismo  en  1994  tiene  detrás  tres  grandes  componentes
principales:  un  grupo  político-militar,  un  grupo  de  indígenas  politizados  y  muy
experimentados, y el movimiento indígena de la Selva.
Una  primera  vertiente  sería  la  de  una  organización  político-militar,  marxista-
leninista, con un corte muy cercano en su perfil militar -no político, sino militar- al de las  organizaciones  guerrilleras de  liberación  nacional de  Centro y Sudamérica. Una organización  que  se  planteaba  que  la  lucha  pacifica  estaba  agotada;  que  era necesario enfrentar, por medio de una guerra popular, al poder, derrotado e instaurar un gobierno hacia el socialismo y hacia la implantación de la dictadura del proletariado y  del  comunismo.  Y  en  ese  sentido  se  planteaba  un  guerrilla  en  términos  muy cercanos al foco guerrillero. En sus inicios es una guerrilla que con su accionar, con su propaganda armada, pretendía crear conciencia y jalar a otros grupos a que optaran por  la  lucha  armada,  hasta  culminar  con  una  guerra  popular.  En  sus  inicios,  esa organización  clandestina  está  muy próxima  a  lo  urbano.  Es  una  organización compuesta  por  gente  mayoritariamente  de  clase  media,  casi  no  hay  obreros,  pocos campesinos y ningún indígena.
La  mayoría  de  los  miembros  de  esa  organización  eran  de  clase  media, profesores universitarios, profesionales, ingenieros, médicos, y era un grupo muy muy pequeño:  estoy  hablando  de  una  decena,  tal  vez  dos  decenas  de  personas.  Su análisis político  prevé  una  radicalización  y  una  polarización  de  los elementos de la sociedad  mexicana  -el  Estado  por  un  lado,  el  pueblo  por  el  otro-,  y  que  esta polarización  iba  a  desembocar  en  una  guerra  civil.  En  el  plano  militar  esto  implica plantearse una posibilidad nueva, que no consiste en preparar una guerra, el inicio de una guerra, sino prepararse para cuando la guerra estalle. Es una organización que no se plantea iniciar los combates, sino aparecer cuando sea necesario. (pag 53)

 esta organización -que luego se va juntar con otras para producir lo que va a ser el EZLN- se plantea ya la idea de muchos niveles de participación y de muchas formas de lucha. No era una organización militar en la que uno estaba, y si no estaba entonces se convertía en un reformista, un traidor. Entre estar  y  no  estar  había  un  grado  muy  grande  de  posibilidades  y  de  niveles  de participación. Si alguien decía: «No, pues, no aguanto la clandestinidad, ¡me voy!», no se convertía en un desertor, en un posible traidor, sino que cambiaba de nivel, podía ir cambiando hasta alejarse definitivamente. O sea, el límite entre lo que era el compañero y el enemigo no era tan importante como en las organizaciones político-militares, en las cuales prácticamente el que no está conmigo es mi enemigo yeso se aplicaba incluso para otras organizaciones (pag 55)

 Esto empieza a darle un carácter particular a esta  organización,  que  hace  que  crezca  poco,  que  no recurra a acciones armadas para  obtener  sus  recursos  ni  para  depurarse,  y  que  no  se  plantee  seriamente  la instalación de un foco vanguardista. Esto  va  a  ir  cambiando  con  los  años,  a  la  hora  en  que  este  grupo  entró  en contacto  con  otras  realidades.  Entonces  presenta  estas  características:  es  sano políticamente, es sano militarmente y es muy modesto. Pero esto le permite sobrevivir las diferentes situaciones represivas que padecieron los otros grupos armados que estaban actuando, porque era subterráneo. (pag 55)

Se  necesitaba  gente  muy  decidida,  muy  preparada  o  muy  determinada  para
poder instalarse en esa zona. Entonces es cuando ese grupo decide instalarse en la
Selva  Lacandona.  Entra  y  funda  el  Ejército  Zapatista  de  Liberación  Nacional,  en noviembre de 1983, en un campamento que paradójicamente se llamaba La Pesadilla.
Nosotros  nombrábamos los  campamentos  según  lo  que  pasaba,  algo  pasó en ese
campamento, creo que mandaron a un explorador y le preguntamos que  cómo  estaba  ese  lugar,  «está  muy bonito,  muy agradable, tiene un  río y árboles, y hay comida, se puede cazar», porque era de eso que sobrevivíamos. «¡Es un sueño!», dijo él. Cuando llegamos y lo vimos dijimos: «¿Es un sueño? No, ¡es una pesadilla!…» y se quedó con el nombre de La Pesadilla. (pag 56)