Freedberg, D. (1992) El poder de las imágenes. Madrid: Ediciones Cátedra
Este libro no trata de la historia del arte. Trata de las relaciones entre las imágenes y las personas a lo largo de la historia. Conscientemente, incluye en su esfera todas las imágenes, no sólo las consideradas artísticas. (Freedberg:1992;11)
Las personas se excitan sexualmente cuando contemplan pinturas y esculturas; las rompen, las mutilan, las besan, lloran ante ellas y emprenden viajes para llegar hasta donde están; se sienten calmadas por ellas, emocionadas e incitadas a la revuelta. Con ellas expresan agradecimiento, esperan sentirse elevadas y se transportan hasta los niveles más altos de la empatía y el miedo. Siempre han respondido de estas maneras y aún responden así, en las sociedades que llamamos primitivas y en las sociedades modernas; en el Este y el Oeste, en África, América, Asia y Europa. Estas clases de respuestas son las que constituyen el tema del presente libro, no las construcciones intelectuales del crítico y del erudito o la culta sensibilidad de las personas educadas en general. Mi interés se centra en las respuestas sometidas a la represión por ser demasiado embarazosas, demasiado expansivas, demasiado toscas y demasiado ineducadas; porque nos recuerdan nuestro parentesco con los iletrados, los zafios, los primitivos, los no desarrollados; y porque tienen raíces psicológicas que preferimos ignorar. (Freedberg:1992;19)
1614, Giulo Mancini redactaba si espléndido compendio de información sobre los pintores y la pintura: Considerazioni sulla pittura. Al final de una discusión bastante técnica sobre la ubicación apropiada de los cuadros, dice lo siguiente acerca de la decoración de los dormitorios:
Habrán de colocarse cosas lascivas en las habitaciones privadas, y el padre de familia deberá mantenerlas cubiertas para descubrirlas sólo cuando entre en ellas con su esposa o con alguna otra persona íntima no demasiado remilgada. Igualmente apropiados son los cuadros de temas lascivos para las habitaciones en las que tienen lugar las relaciones sexuales de la pareja, porque el hecho de verlos contribuye a la excitación y a procrear niños hermosos, sanos y encantadores… no porque la imaginación se grabe en el feto, que ella está hecha de un material diferente para el padre y para la madre, sino porque al ver la pintura, cada progenitor imprime en su semilla una constitución similar a la de objeto o la figura vistos… De modo que la vista de objetos y figuras de esta clase, bien hechos y de temperamento adecuado, representados en color, es de gran ayuda en tales ocasiones. No obstante, no han de verlos niños ni mujeres solteras de edad avanzada, así como tampoco personas extrañas ni remilgadas. (Freedberg:1992;21)
A fin de criar al niño «para Dios», la primera recomendación de Dominici es tener pinturas en la casa, de niños santos, de vírgenes niñas, en las que el niño, incluso en edad de llevar pañales, pueda recrearse pesando que son sus iguales, y se sienta atrapado por el parecido… (Freedberg:1992;22)
…está claro que para Dominici ese poder o eficacia de las imágenes se debe a una cierta identificación entre quienes las miran y lo que ellas representan. El niño se recrea viendo figuras representadas en los cuadros porque «son como él»; y se sentirá atrapado por el parecido con las acciones y signos atractivos para la infancia. (Freedberg:1992;23)
Son abundantes los testimonios históricos y eetnográficos acerca del poder de las imágenes. ¿Pero cómo evaluaremos el material?; ¿cómo clasificaremos los informes de que disponemos? Digamos que las pruebas de esa eficacia sólo pueden expresarse en términos de clichés y de convenciones… ¿Acaso las convenciones llegan a adquirir carta de naturaleza en una cultura, de modo que los clichés sobre las imágenes puedan provocar realmente formas de conducta que se ajusten al cliché? Repítase una idea un número suficiente de veces y puede (pero no tiene por qué) constituir la base para una determinada acción. (Freedberg:1992;29)
¿cómo se naturalizan las convenciones? ¿Y qué queremos decir cuando decimos que se naturalizan?
Quizá las imágenes ya no funcionen más de la forma en que yo empecé a hablar de ellas precisamente porque los contextos han cambiado mucho. ¿Cómo saber entonces hasta qué punto el contexto condiciona la respuesta? Si la condiciona, siempre y de forma total, entonces debemos dejar el tema del comportamiento y de la emoción fuera del campo del conocimiento intelectual; pero antes de hacerlo, examinemos la otra cara de la moneda:
Mucho se han estudiado los grandes movimientos iconoclastas de Bizancio en los siglos VIII y IX, de la Europa de la Reforma, de la Revolución Francesa y de la Revolución Rusa. Desde los tiempos del Antiguo Testamento, gobernantes y pueblos gobernados en general han intentado desterrar las imágenes y atacado determinados cuadros y esculturas. Cualquiera puede aportar un ejemplo de alguna imagen atacada: todos sabemos cuando menos de algún periodo histórico durante el cual la iconoclasia era espontánea o estaba legalizada. La gente ha hecho añicos imágenes por razones políticas y por razones teológicas; ha destrozado obras que les provocaban ira o vergüeza; y lo han hecho espontáneamente o porque se les ha incitado a ello… en todos los casos hemos de aceptar que es la imagen -en mayor o menor grado- la que lleva al iconoclasta a tales niveles de ira. Esto cuando menos podemos asentar como indiscutible, por más que sepamos que la imagen es un símbolo de otra cosa y que es esta cosa la que se ataca, rompe, arranca o destroza. (Freedberg:1992;29)
Las imágenes -o lo que nos representan -puede provocarnos vergüenza, hostilidad y rabia; pero en modo alguno nos llevarían a actuar con violencia contra ellas; y desde luego no las romperíamos. ¿O sí? No hay nadie que pueda responder a esta pregunta con certeza absoluta. Por cualesquiera razones -relacionadas directamente o no con la imagen, con su apariencia, con lo que representa o con el estado emocional general en que nos hallemos-, aceptamos la posibilidad de incurrir en una falta así. Todos nos damos cuenta de lo tenue que es la separación entre la conducta del iconoclasta y la conducta «normal» más controlada. Y aunque en la mayoría de los casos optamos tajantemente por aislar tales acciones, sacarlas de la esfera de la psicología, con todo, comprendemos los oscuros resortes de aversión y de empatía que estallan rebasando la capacidad de control del iconoclasta. El tema que se nos presenta entonces sí tiene que ver con la represión. (Freedberg:1992;30)