II Una imagen del laberinto. La interpretación logomítica de la salud y la enfermedad, por Marcela Capdevila (Duch;41)
No deja de ser sospechoso que la constitución de la antropología como disciplina académica en el último tercio del siglo XIX tuviera lugar en los países europeos -especialmente Inglaterra, Francia y, en menos medida, Alemania- con enormes intereses coloniales. (Duch;172)
Antropologías de la ambigüedad. El punto de la partida es: el ser humano no es radicalmente bueno ni malo, sino ambiguo. No está, por consiguiente, determinado a priori. El hombre es un ser aposteriorístico, es decir, un ser interrogativo-responsorial ante las diferentes situaciones en que, desde el nacimiento hasta la muerte, va encontrándose en su trayecto biográfico. (Duch;173)
En sentido positivo y negativo, contantemente, interrogamos y somos interrogados, respondemos y nos dan respuestas. Todo eso implica que, lo queramos o no, somos seres éticos cuya característica es la relacionalidad. Y la calidad de nuestra relacionalidad es el indicador más fiable de nuestra humanidad o, por el contrario, de nuestra inhumanidad. En y por él mismo, el ser humano es, como decía García Bacca, indefinición. Afirmar que fundamentalmente el ser humano es ambiguo quiere decir también que es libre, pero conviene añadir enseguida: condicionalmente libre. (Duch;173)